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Columna
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Ojos y oídos

Estoy no sé si fascinado o asombrado con toda esta algarabía que recorre el país vecino. Y la verdad es que esa explosión de antifascismo que colma el hexágono -iba a escribir el pentágono, pero no- me parece una especie de lavativa muy apropiada para eximirse de responsabilidades y seguir en las mismas. Y es que nada hay como el antifascismo para quedarse como dios, hasta para ser fascista, y Francia se despertará el próximo lunes limpia y satisfecha tras haber vencido al monstruo, unida, democrática y desprovista de líquenes. Estupendo, y así lo deseo. Pero nuestros vecinos llevan años conviviendo con un Le Pen al 15%, y casi jugando con él, sin darse cuenta de que también el azar sabe hacer bingo. Dos puntitos porcentuales más y unas determinadas circunstancias muy peculiares, y ahí lo tienen. Y los franceses descubren con horror lo que tenían delante de las narices sin querer verlo. ¿Se quedarán satisfechos tras la catarsis del próximo domingo, que dejará, esperemos, a monsieur Le Pen con su 17%? ¿Respirarán tranquilos tras volver a hacer invisible esa cifra que ahora ha quedado demasiado visible? Esperemos que no.

Pero lo que más me maravilla es la reacción de nosotros, los españoles. Si hace años parecía que todos habíamos estado en París en Mayo del 68, ahora mismo parece que todos estuvimos en la toma de la Bastilla, y que, desde que regresamos de aquellas vacaciones tan excitantes, sin nosotros todo ha ido a peor allí. ¡Cuánto amor a Francia estos días!, ¡cuánta lavativa, una vez más! Estamos en regla, y esto gracias a una profesión de fe antifascista, una exultante vociferación narcisista-taumatúrgico-expectorante ideal para la buena digestión. Haría mejor cada uno de nosotros en mirarse a sí mismo, pero mucho me temo que lo del señor Le Pen -¡pardiez!, ¿se puede ser otra cosa con ese nombre tan plumífero-retráctil, tan de macho?- sólo va a servir para que sigamos mirando hacia otro lado tras tomarnos el chocolate con churros.

Miren, he oído cosas asombrosas. Desde ese señor que, tras declarar su acendrado amor a Francia y a los franceses, sentía lo ocurrido; ¡pero lo sentía por él!, no por los franceses, que se lo merecían. Francia es él, Marianne es él, bello es él, qué desayuno le espera. Adorémosle. Adorémonos. Y luego están los análisis. Concluyo que el señor Le Pen es como una cinta para las moscas y que cada cual pega allí lo que más le duele. ¡Qué gran catalizador es el señor rabilargo!, no me extraña que ande tan satisfecho. Yo ya no sé si en Francia existe o no el Estado de bienestar, pues unos dicen que sí y le echan toda la culpa, y otros dicen que no y le echan también la culpa. Ni si la política francesa de inmigración es integradora o desintegradora, por lo mismo. Ni si en Francia se roba mucho o poco. Ni si el señor Chirac era el señor Jospin vestido para los gigantes y cabezudos, o si el señor Jospin era el señor Chirac disfrazado de medicus mundi. Lo que sí sé es que el señor Jospin ya no va a estar y que hay una izquierda estreñido-dolorida que ha sacado el cilicio. ¡Qué ganas de purgarse en lugar de aclararse! Eso sí, me he reconciliado del todo con la clase política. Qué quieren, tienen su puntito de maldad, frente al sano pueblo que es como una compota moldeable. Se lo he dicho hoy a un señor mientras compraba las zanahorias y hablábamos de lo de Zidane. Según él, todo era por los políticos y a ver qué hacen ahora. Y a mí se me ha ocurrido decirle: ¿y si los políticos no tienen nada que ver y es la sociedad francesa...?

Entiéndanme, pero todo eso del voto antisistema es como lo del antifascismo. Gorritos conceptuales para decorar la miseria. Pasa aquí con el voto de los batasunos, que somos capaces de comprender que voten en 15% a unos asesinos simplemente porque no le quieren votar al vecino. Somos capaces de comprender que prefieran apoyar a los asesinos que, en el peor de los casos, a un ladrón, y les damos coba hasta que sacan el 17%. Pero votan antisistema, no forzosamente votan asesino, y esa distinción nos llega al alma, pues los asesinos, que brotan como los hongos, se aprovechan en realidad de esas pobres ánimas. ¡Cándido pueblo, mazapán irresponsable! (Por cierto, Luis Haranburu acaba de publicar Kandido, una novela divertidísima en euskera con Euskadi independiente en su pleno esplendor). Y el domingo Batasuna se manifiesta en Bilbao. Contra el fascismo. ¡Qué casualidad!

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