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LA HORMA DE MI SOMBRERO
Columna
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'Vous l'avez dans le cul!'

'Me gusta Le Pen', soltó el Gran Wyoming el pasado sábado en Caiga quien caiga. Y acto seguido añadió: 'Como dijo Josefina cuando Napoleón se bajó los pantalones'. De nada sirve que el humorista y nosotros con él sepamos que le pen, con minúscula, no es como los franceses denominan al miembro viril (pêne, pronúnciese pen, es, en francés, el pestillo de la cerradura): lo cierto es que, después del 21 de abril, Francia se siente pénétrée par Le Pen y que a la gran, a la inmensa mayoría de los franceses, esa penetración no sólo no les hace ninguna gracia, sino que les duele y les humilla profundamente.

'Vous l'avez dans le cul!', dice un Chirac sonriente, alzando los brazos, haciendo la señal de la victoria con los dedos de ambas manos, en la portada del último número de Les Inrockuptibles. 'Malgré l'anarque ... votons Chirac', recomienda el semanario a sus lectores. Eso: todos a votar a Chirac, con la nariz tapada, no sea que Le Pen nos dé una segunda y dolorosísima sorpresa.

Jospin, como Mendès France, forma parte de los 'perdedores excelentes' con una integridad moral poco corriente

Me enteré del hundimiento de Jospin en la Monumental, justo en el momento en que Joselito se disponía a dar muerte a su segundo toro (si puede llamarse así a aquellas maltrechas bestias). La noticia me la dio mi vecina de la fila quinta del tendido 11, una chica francesa que supo del desastre por el móvil. Estaba apenadísima. '¿Cómo es posible que haya ganado Le Pen?', no cesaba de preguntarse la muchacha. Hacía un par de meses que todos los medios de comunicación del país vecino le habían vaticinado que en la segunda vuelta de las elecciones se enfrentarían Chirac y Jospin. Tan sólo Le Monde, en su edición del jueves 18 de abril, había titulado en portada: 'L'extrême droite au second tour?'. Por desgracia no era un titular de cabecera, era un titular más chico, en medio de la página, pero lo suficientemente visible para que a un lector de Grenoble, el señor Desmazières, se le pusiese la piel de gallina y cambiase el voto de protesta que tenía previsto y se apresurase a votar a Jospin.

¡Ah, si Le Monde hubiese destacado aquel titular! ¡Otro gallo nos cantara! Pero el ilustre periódico no se podía permitir un titular más grueso y afirmativo. ¿Por qué? Pues porque, según nos cuenta Robert Solé, el médiateur, el defensor del lector, habrían acusado a Le Monde de hacer el juego de la extrema derecha, o de trabajar para el PS francés, o de querer vender 'du papier à n'importe quel prix'. Pero, digo yo, tal vez se hubiese salvado la dignidad democrática y republicana de los franceses.

¡Pobre Jospin! Pensar que con 200.000 votos más hubiese derrotado, sobrepasado a Le Pen. ¿Y qué son 200.000 votos en el país de Jean Jaurès, de Léon Blum y de François Mitterrand? ¿Tan mal se lo había montado la gauche plurielle? Pues parece que sí. Pobre Jospin, derrotado, apeado de la vida política por un para septuagenario que no se priva de afirmar que los hornos crematorios de los campos nazis no fueron otra cosa que un 'accidente' más de la II Guerra Mundial. Mi viejo amigo y compañero Lluís Bassets se apresura a situarlo en el memorial de los 'perdedores excelentes, donde reposa Pierre Mendès France'. Lleva razón: ambos hicieron gala de un rigor intelectual y de una integridad moral poco corrientes hoy en día en la clase política. Pero Mendès, amén de ser el abogado, el diputado y el miembro del Gobierno (subsecretario del Tesoro en 1938) más joven de Francia, fue también el autor de un libro titulado Gouverner, c'est choisir (1953). Y ese escoger, saber escoger, parece ser que es lo que le falló en última instancia a Lionel Jospin, un Jospin al que en plena campaña se le hacía difícil, le resultaba engorroso afirmarse como 'socialista'. El fuerte abstencionismo y los votos, nada despreciables, de sus viejos compañeros trotskistas se lo han hecho pagar.

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Liquidada la 'excepción francesa', el país vecino se ha convertido en un periquete en el punto de mira de la Unión Europea, de una Europa inquieta, preocupada y, en determinados casos, un tanto no diré satisfecha, pero sí descansada. ¿Cómo no van a sentirse descansados los italianos que votaron o no a Berlusconi y que, a raíz del reciente Salón del Libro de París, tuvieron que encajar el desprecio de la ministra francesa de Cultura hacia su Gobierno, la misma señora Tasca que mañana (ayer para el lector) se dispone a desfilar en París contra Le Pen (sin el consentimiento de Jospin, que ha pedido a sus ministros que no se manifiesten)?

La grandeur, la prepotencia -cuando menos cultural-, esa afición a sermonear a tutti quanti, es algo que tarde o temparano acaba pagándose. Amén, claro está, de la 'invasión' napoleónica, de esas falsas victorias en tierra española que figuran reseñadas en el Arco de Triunfo de la capital francesa. Para muchos españoles, el francés sigue siendo el gabacho. Y si no que se lo pregunten al pobre Pierre Moreno, aspirante al título de campeón de la Unión Europea del peso medio, el cual, el pasado viernes, en el Palau Blaugrana, caía KO en el séptimo asalto frente al campeón Javi Castillejos. Un combate limpio, tan sólo enturbiado por los constantes gritos de '¡dale fuerte, Javi, que es gabacho!'.

Ahora hay que aguardar al domingo con la esperanza de que Chirac, l'arnaqueur Chirac, se haga con la presidencia de la República por aplastante mayoría, como si de un mariscal búlgaro se tratase. Hay que silenciar a Le Pen y luego, todos juntos, demócratas y europeos, intentar sacar 'les leçons d'un désastre', como titula en portada el último número del a veces demasiado confiado Nouvel Observateur. Porque ningún demócrata y europeo que se estime como tal desea volver a ver funcionar la guillotina y oír hablar de 'campos' y 'trenes especiales' para los sin papeles y los inmigrantes 'ilegales'. Para evitar que los farisaicos restaurantes de Tel Aviv sigan boicoteando los vinos de Burdeos y para que el equipo de rugby de Francia, compuesto principalmente por hijos, nietos y bisnietos de inmigrantes, tenga que volver a dedicar el recién obtenido trofeo de las Cinco Naciones a la Francia de 'los derechos del hombre' (y del Código Negro), y no a la Francia de Le Pen.

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