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Una Francia partida en tres

En la segunda vuelta de las presidenciales se enfrentan el voto integrado de Chirac, el apocalíptico de Le Pen y la abstención

El pasado 21 de abril, Francia se partió en tres. Casi un tercio del electorado prefirió no ver urna en la primera vuelta de las elecciones presidenciales; otro tercio, algo más cumplido, votó por los partidos centrales del sistema: socialistas, comunistas y el candidato conjunto de la derecha y el gaulismo; y el último tercio se decantó por los partidos extremos, a derecha e izquierda. Esa emigración del sufragio útil e integrado a una diversidad de indignaciones, que constituye un récord en la V República, es el gran dato de estos comicios, más incluso que el éxito del partido racista de Jean-Marie Le Pen.

El domingo próximo, 5 de mayo, se enfrentan en una final inesperada el presidente saliente, el gaullista Jacques Chirac, de 69 años, candidato de la República como teología, y Jean-Marie Le Pen, el líder del Frente Nacional, un ex paracaidista de 73 años que antaño solía exhibir un parche de tuerto pretextando que era una herida de guerra, pero que se obstinaba en bailarle inconsecuentemente de ojo a ojo.

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Le Pen, al frente de un partido despreciado hasta por algunos que secretamente le votan para expresar su digusto por el mundo en general; que propugna la expulsión de extranjeros, preferentemente de color y religiones tercermundistas; antisemita a guisa de ideología, es el modelo de lo que a la opinión establecida más le place odiar. Y, sin embargo, en una Francia, quizá fatigada, sin duda hastiada, en todo caso vacilante, ha obtenido casi un 17% del voto, superando al socialista Lionel Jospin en casi un punto y a menos de tres del hombre del Elíseo.

Tapándose las narices han dicho socialistas y comunistas que le darán su voto a Chirac en segunda vuelta, por lo que la pugna se establece sobre peculiares bases aritméticas. Todo sufragio de más sobre los cinco millones y medio que obtuvo la extrema derecha, sumando a los del Frente los de su hermano separado, Bruno Mégret, será una victoria para el autoproclamado campeón de los marginados, y llegar al 30%, el apocalipsis.

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Chirac y Le Pen se conocen muy bien, aunque abominen fervorosamente el uno del otro, quiza porque ha habido momentos en que se han parecido bastante.Se han enfrentado en tres elecciones presidenciales (1988, 1995, 2002) sin que Le Pen haya inquietado nunca en votos a su adversario. Pero Chirac no se ha inquietado menos por ello.

El Frente Nacional nace en 1973 fundado por un veterano de Argelia e Indochina, que, carente de verbo público en un país en el que hasta los analfabetos leen y escriben correctamente, sin rasgo físico o mental alentador, con más rictus que expresión, y la elegancia de un vendedor puerta a puerta, parecía condenado a dar buena conciencia a todos los que estuvieran a su izquierda; a todo el mundo.

En las legislativas de 1973, el Frente obtuvo un irrisorio 0,5%; en las presidenciales de 1974, un 0,8%; otro 0,75% en las legislativas de 1978, y su nadir, el 0,29 en las de 1981. Pero en las europeas de 1984, con un 11%, cobra 10 escaños, y, sobre todo, emerge como fuerza política cuando el presidente François Mitterrand, socialista, establece en julio de 1985 el sistema electoral proporcional en lugar del tradicional francés, mayoritario a dos vueltas, para que se traduzca en escaños hasta el último voto ultra y restar, así, puestos a la derecha presentable de Valéry Giscard d'Estaing.

Le Pen había publicado en 1984 Francia, primero, y hallado una trimurti de mucho efecto: inmigración-inseguridad-paro, lo que le llevaba a formular su panacea universal: la teoría de la Preferencia Nacional. El 18 de marzo de 1986 la apuesta socialista empezaba a rendir frutos amargos: el FN pasaba por primera vez en sufragios, con un 9,8%; al partido comunista, un 9,7%, y ambos propietarios de 35 escaños. Ese momento debió de ser climatérico, porque desde entonces el Frente no ha vuelto a ver por delante a los comunistas -hoy, el 3,3%-, a la vez que inaugura un cierto izquierdo-lepenismo, así como fluye un trasvase de votos obreros a la ira de la banlieu. El cinturón rojo de París cambia de color.

Aunque Chirac, en su cohabitación como primer ministro de Mitterrand vuelve enseguida al sistema mayoritario, el gran chantre del miedo tiene ya una audiencia nacional. Tanto que en los años siguientes a su derrota ante Mitterrand en las presidenciales de 1988, Chirac parece copiar el lenguaje de su némesis ultra. En junio de 1991, con la mayor desenvoltura, dice comprender al 'trabajador francés que ve en el piso de enfrente a una familia, un padre con tres o cuatro esposas y una veintena de niños, que se saca 50.000 francos mensuales en prestaciones sociales sin trabajar. Y si añadimos el ruido y el olor, es que se vuelve loco'. Casi como negar el holocausto, por lo que en Francia se va a la cárcel.

En 1981, cuando Mitterrand arrebata la presidencia al centrista Giscard y Chirac queda descabalgado al primer turno, Le Pen no había podido presentarse porque una nueva ley exigía 500 firmas de elegidos de la República para ser candidato. Después de 1986 ya no faltarán autógrafos.

El 24 de abril de 1988 se celebra la primera vuelta de las presidenciales, en las que el líder socialista es candidato saliente contra Chirac y el centrista Raymond Barre. El gaullista pasa a la segunda vuelta con el 19,9%, pero resulta claramente batido en la final. Le Pen obtiene el 14,39% y casi 4.400.000 votos, 1.700.000 más que en las legislativas de 1986, pero con una progresión que, sin embargo, le añadirá sólo unos 350.000 votos más en la primera vuelta de este año.

En 1995, Chirac, que debería estar ya liquidado políticamente, pasa por primera vez la barra del 20% (20,84) contra el nuevo líder socialista Lionel Jospin, que saca un 23%, pero al que vence (52 a 48) en la segunda manga. El historiador René Rémond atribuye su resurrección a 'su perseverancia y su negativa a dejarse desanimar por las encuestas'; y también, quizá, a que ha hecho ante la primera vuelta un fenomenal giro a la izquierda. Ataca entonces 'el pensamiento único', 'la tecnoestructura', y como si fuera Ignacio Ramonet, el director de Le Monde Diplomatique, hasta 'al establecimiento'. En vez de a Le Pen, este gran artista de lo funcional tiene enfrente a otro gaullista, el conservador Edouard Balladur, contra el que interesa recabar el voto del gaullismo social, versión Pierre Séguin, que es quien le suministra la munición.

El choque del día 5 será, por tanto, el de un tercio de Francia, el voto integrado, contra la mitad de otro tercio, el apocalíptico de Le Pen. Y la variación de porcentajes, con la posible reducción del tercio abstencionista en favor del primero, dirá mucho sobre la configuración política del país. Ganar por menos de un 75% a un 25% subrayaría esa temida marcha hacia los extremos.

Enterrador del gaullismo

El presidente Chirac nació a la política como figura nacional con el llamamiento de los 43, cuando encabezó una rebelión de gaullistas contra el candidato oficial de su partido, Jacques Chaban Delmas, en las presidenciales de 1974, que se ha vastamente acreditado como el empujón que le faltaba a Valéry Giscard para llegar al Elíseo. Chirac fue entonces su primer jefe de Gobierno. Y de forma muy compatible, el ex alcalde de París puede ser ahora el definitivo enterrador de su partido ante las elecciones legislativas de junio próximo, en las que todos piensan ya casi más que en la segunda vuelta. Para hacer frente a la izquierda y aplastar cualquier regate del Frente Nacional, el presidente pretende forzar manu militari la creación de un solo gran partido de la derecha, que, aunque se constituya como una confederación que respete la existencia de una corriente gaullista, al reunir a los partidos herederos de Giscard con el RPR, habrá liquidado en la práctica el partido fundador de la V República. Será la segunda muerte del general De Gaulle.

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