La historia interminable
Michael Schumacher vuela en Montmeló y consigue su cuarto triunfo en cinco pruebas
La escena no es nueva: 15.45 horas del día de ayer. El rey Juan Carlos sube a la zona del podio de Montmeló y allí saluda a un tipo harto conocido, al mismo que saludó hace un año. Michael Schumacher se llama el huésped habitual del cajón más alto de los podios de éste y de los dos Mundiales anteriores. Michael Schumacher se llama, viste de rojo, y sonríe, se divierte y se pasea al volante de su Ferrari. Aunque sea con el coche de reserva, como ayer. Convéngase en que darle el título de campeón del mundo a estas alturas de competición no sería lícito. Tan sólo sería lógico.
Se han disputado cinco carreras y cuatro las ha ganado el mismo individuo, por lo que las apuestas en la fórmula 1 han cambiado su formulación. Ya no se trata de averiguar quién quedará el primero en tal o cual carrera, o quién será el vencedor final. Eso sería como apostar a que ayer era domingo. La duda, la única duda que queda por desentrañar, es el mes, el día y la hora en los que Michael Schumacher, de profesión mejor piloto de la historia, conseguirá su quinto campeonato del mundo. Total, a día de hoy puede elegir cómo, cuándo y dónde ganar.
El tetracampeón sólo permitió que otros cinco pilotos finalizaran sin ser doblados por él
'Schumacher es uno más en la parrilla de salida', decía Juan Pablo Montoya unos días atrás. Pero no. Schumacher, Michael, piloto de Ferrari hasta que le apetezca -'hasta que tenga 100 años si quiere', ha declarado Luca de Montezemolo, patrón de la escudería italiana- es el que dispone, manda, ordena, dirige y gobierna, no ya la parrilla de salida, que eso lo hace mientras duerme, sino el automovilismo mundial.
Convertido cada gran premio en una prueba en la que hay dos hechos que se conocen con antelación, concretamente cuántos pilotos corren y quién va a ser el vencedor final, la emoción empieza y acaba en saber cuántos récords le vendrá en gana reventar ese día a Schumacher, si alguno queda, y el nombre de los rivales, es un decir, que consigan escoltarle en el podio. En este aspecto, todas las miradas convergen en su compañero de equipo, Rubens Barrichello, y en los pilotos de los dos Williams.
Ayer, Barrichello dijo adiós antes de decir hola. Fue en la salida, cuando ocupaba el segundo puesto de la parrilla. No le arrancó el monoplaza. Ondearon las banderas amarillas, y mientras el brasileño se iba a los boxes, de donde no volvió a salir, el resto de participantes daba una vuelta al circuito y volvía a colocarse en formación. Y en la arrancada no hubo más acontecimiento que los tres adelantamientos producidos en la cola del grupo, ambos con Pedro Martínez de la Rosa como víctima. El español se quedó el último y ahí aguantó tres vueltas, las que tardó en abandonar al irse en una curva por el enésimo fallo en la mecánica de su vehículo.
Por delante ocurrieron muchas cosas, ninguna de las cuales afectó a Schumacher. Ocurrió, por ejemplo, que el equipo Williams mostró al mundo entero cómo estropear todo el trabajo realizado en unos pocos segundos, los que suele durar una parada en los boxes. Para Ralf Schumacher, la carrera fue una pesadilla. Se detuvo en la vigésima vuelta para repostar y, rodeado de sus mecánicos, se pasó un buen rato, que a él debió de parecerle un siglo, parado porque una rueda no entraba donde debía. Tuvo que detenerse por segunda vez tras irse a la arena cuando circulaba tercero y regresó 10 puestos más atrás. Puestos a sufrir trastornos, el menor de los Schumacher rompió el motor cuando apenas cinco curvas le separaban del final de la prueba.
Tampoco a Montoya, cuyo vehículo parece estar por detrás de su talento, se lo pusieron fácil en los talleres de Williams. Nada ocurrió en su primer repostaje, pero sí en el siguiente, en el que un fallo de coordinación entre los mecánicos le llevó a acelerar antes de tiempo, cuando todavía la manguera estaba introducida en el depósito, y el coche derribó espectacularmente a uno de los ayudantes, al que una rueda aplastó un pie, sin consecuencias graves.
Pese al incidente, y pese a que David Coulthard tenía ganas de que por una vez se hablara bien de él y de los McLaren -costumbre que parecía perdida-, Montoya defendió con energía su segundo puesto, un éxito extraordinario para cualquier piloto que no responda al nombre de Michael Schumacher, que bajó el ritmo en el último tramo, quizá porque aquello de sacarle un segundo por viraje a cada adversario sonaba humillante. Sólo permitió que cinco de ellos finalizaran en la misma vuelta que él, y medio kilómetro antes de rebasar por última vez la línea de meta ya estaba saludando al respetable, a las 98.000 personas que se acercaron hasta Montmeló, muchos de ellos, colombianos, ingleses, brasileños, con la vana esperanza de que la historia interminable terminara en Barcelona. Pero no. Michael Schumacher no corre contra sus rivales. Corre contra la historia. Y gana.
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