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Reportaje:

Enguera, la tierra prometida

Un 20% de la población de la localidad está compuesto por inmigrantes extranjeros, en su mayoría búlgaros Un 20% de la población de la localidad está compuesto por inmigrantes extranjeros, en su mayoría búlgaros

'Llegué a la frontera con un papel en el que había escrito: España-Valencia-Enguera. Cambié mi trabajo como profesor de matemáticas y física por la recolección de la naranja, la madera y la forja del hierro. Han pasado tres años y me siento muy bien, tomé la decisión adecuada. Ucrania pasa por una de las peores épocas de su historia. De momento, no hay futuro, allí no hay nada y yo quiero que mi hijo tenga posibilidades de formarse, de elegir, de tener un futuro'. Sergio, de 27 años, y su mujer, de 24 años y también maestra titulada de matemáticas en Ucrania dedicada ahora a la costura, son parte de una colonia que, junto a otras, reencarna la Torre de Babel en Enguera.

Los profesores de la escuela pública de Enguera manejan chuletas, cuyo contenido se intercambian, con la transcripción fonética aproximada de palabras como mamá, abuela, pan, juguete, alfabeto, comida o clase en búlgaro. 'Lo del cirílico es demasiado complejo'. A la escuela acuden 52 estudiantes extranjeros, la mayoría búlgaros y ucranianos. No es más que el reflejo del censo. Sobre una población aproximada de 5.000 personas, el 20% son extranjeros.

Enguera ostenta la tasa de extranjeros empadronados más alta de la Comunidad y está entre los municipios en cabeza en España. En esa localidad, capital de la comarca de la La Canal de Navarrés, marcado por episodios históricos de repoblación foránea de distinto signo, por las hazañas de Jaume I y sus más inmediatos sucesores, por el paso incluso de los Borja y vestigios de adeptos a Napoleón, se han instalado 879 búlgaros, 20 marroquíes, 55 chinos -a los que nadie ve-, 48 ucranianos, 13 rumanos, tres cubanos, cuatro polacos, cuatro de los Países Bajos, un ecuatoriano, un alemán, un chileno, un portugés y un suizo. Al instituto acude una docena de adolescentes -lo que ha provocado algún problema debido a que han tenido que enfrentarse a la integración a una edad difícil-, en los parques domina la estética de rubios, altos, de ojos claros y lenguas eslavas.

En El Café Industrial, en el centro del pueblo, con vestigios de casino del XIX y de lugar de encuentro de los madrugadores operarios que hasta hace dos décadas se empleaban en una de las más importantes empresas textiles que acogió el municipio, se mezclan jóvenes búlgaros de charla o retándose al billar con los especialistas en el tute que dominan el lenguaje de los céntimos de euro a la perfección. 'Este pueblo estaba muerto', comenta un vecino. 'La gente joven se va, claro, y no había casi niños, cada vez somos más los viejos. La verdad es que los extranjeros han venido bien, no dan problemas, cuando ha habido alguno ha sido entre ellos. Eso sí, vas a buscar al nieto al colegio y no puedes hablar con nadie porque no los entiendes', dice.

Enguera opera como centro de residencia. Tiene el total de viviendas ocupadas. Los alquileres han pasado de los 90,15 euros (15.000 pesetas) de hace cuatro años a los alrededor de 240,40 euros (40.000). Ya no hay casas para el turismo de verano. Es el punto desde el que los extranjeros residentes se desplazan a otros municipios de la zona a trabajar, sobre todo, en el campo (naranja y aceituna), lo que queda de industria textil, talleres de madera, barro, hierro.

Santiago Arévalo, alcalde por el PP, independiente en las anteriores elecciones, celebra el fenómeno de la inmigración en su pueblo natal y aspira a consolidar una población que sobrepase los 5.000 habitantes. Considera que Enguera acumula por historia un sustrato de convivencia entre poblaciones de origen muy diverso y sólo teme una excesiva afluencia que encierre a los inmigrantes en ellos mismos y se rompa la dinámica de mezcla que ha dominado estos cinco años atrás. 'Esto ha sido un fenómeno que nació por casualidad, después de organizar un viaje a Bulgaria en el que la gente se relacionó con familias búlgaras, despertó en ellas una posibilidad de futuro y unas han ido trayendo a otras', afirma.

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Arévalo admite que la población real puede ser algo superior a la que aparece en el censo y es conocedor de que muchos están aún esperando la tramitación de sus papeles para regularizar su situación. Afirma que los inmigrantes se han integrado sin problemas y su retrato no recoge episodios de explotación o de marginación, tanto es así que los servicios sociales prestan ayuda a un número muy reducido de familias.

Su visión contrasta, por ejemplo, con la del marido de Daniela, un búlgaro con español escaso y dos años de espera sin explicaciones de los papeles. 'Qué quieres que te diga. Las cosas no son bonitas, ¿sabes? ¿Enguera? Enguera es explotación. No pagan las horas extras, no cobras como los de aquí, y si no tienes papeles, peor. Pero eso no quieren verlo, no les importa'. Daniela, una habitual junto a otras compatriotas del parque de Las Palmeras, no quiere entrar en polémicas. 'Estoy contenta porque podemos vivir en paz y los niños pueden crecer en un lugar en el que todas las posibilidades están abiertas. Pero echo de menos mi país, mucho'.

Daniela, como Lucía o Erika, han empezado su integración laboral desde la limpieza o la atención a los más mayores. 'Es un trabajo, nada más. Quizás es más fácil para nosotras que, en ocasiones, para los hombres, que tienen que ir de aquí para allá en función de la recolección o de trabajos temporales que físicamente exigen mucho', explica Erika, que lleva cuatro años en Enguera, domina ya el idioma, no tiene especial añoranza de Bulgaria y aspira a ser 'una vecina más'. 'Me conformo con una vida tranquila, en la que pueda ocuparme de mi familia', añade.

La mayoría de los extranjeros no pasa de los 30 años y son hombres sin familia. El segundo gran grupo es de los que se adelantan, se instalan y meses después traen a su mujer e hijos. Los más pequeños no superan los siete años a su llegada a Enguera. Los vecinos se asombran de la rapidez con la que interiorizan el idioma, 'cuando el suyo es imposible de repetir', afirma la dueña de El Café Industrial. Tras la barra, esta mujer, que vio marcharse y regresar a los que emigraron a las empresas textiles de Terrassa (Barcelona) en los años 60, que conoce de algunas glorias del pueblo, como Manuel Ciges -padre del actor protagonista de El Milagro de P. Tinto, republicano, crítico, formado en la generación del 98, cuñado de Azorín, gobernador de Palma de Mallorca y conciliador hasta el punto de cartearse con lo más férreo del régimen- o Nacho Vidal, el segundo actor de cine porno más importante del mundo, convive ahora con una clientela 'de la que muchas veces, cuando están recién llegados', no entiende 'nada' y el bar les sirve de retrato, de entrada a la convivencia con los vecinos.

Nostalgia por volver

'Volvería a mi país, pero sé que aún no es posible'. El sentimiento de Yana es compartido por la mayoría de ucranianos y búlgaros asentados en Enguera. Yana reconoce que, como otros muchos compatriotas del Este, es una privilegiada. Vive en la capital de La Canal desde hace cinco años, logró salvar a su hija -ahora de nueve años- de los rigores de Rivne, a 350 kilómetros de Kiev, donde también se han evidenciado consecuencias del accidente nuclear de Chernobil. Empezó en la limpieza y desde hace dos años ha recuperado el ejercicio de la que fuera su profesión en su país de origen: educadora. Enseña español a búlgaros y ucranianos y facilita la integración en la escuela a los recién llegados. 'Vine aquí porque tenía una prima. Fue una sorpresa, no lo imaginaba así. Me costó adaptarme, siempre había vivido en una gran ciudad. Con el tiempo me he acostumbrado, no hay grandes choques en cuanto a las costumbres y cuando yo llegué éramos muy pocos y la gente se portó estupendamente. Ahora, los extranjeros se relacionan más entre sí, participan menos de la vida cotidiana de Enguera'. Yana, de 31 años, se mueve entre las aulas decoradas con inspiración gaudiana de la escuela pública de Enguera con mirada triste y pensamiento puesto 'en el regreso'.

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