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Crítica:LOS NUEVOS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Rosa de todos los vientos

En los balances que periódicamente se hacen de la narrativa en lengua española, suele saludarse como un signo favorable lo que -puestos a emplear una expresión ya estereotipada- se entiende alegre y comúnmente por 'diversidad de tendencias'. Sin embargo, el hecho de que las tendencias que actúan dentro de un mismo campo literario no entren en conflicto y se configuren radialmente, sin predominio de ninguna orientación, debiera ser tomado más bien como indicio preocupante de inmovilidad, de neutralización mutua de los distintos discursos; también de pérdida de dirección común y, en consecuencia, de imposibilidad práctica de sentido (socialmente hablando, cuando menos). Así se deja ver con particular agudeza en la espumeante franja de las novelas primerizas. Allí donde se esperaría que los tiempos brujulearan su orientación futura, se dibuja una rosa de todos los vientos. No se detectan corrientes profundas, tampoco zonas de combate o de resistencia. Y la impresión de conjunto es la de un pacífico y populoso estanque donde unos y otros, aquí y allá, con más o menos pericia, balandrean.

Vigilia del cazador (RBA), primera novela del escritor cubano Ubaldo R. Olivero (Nicaro, 1967), interpola varias voces para insinuar a través de ellas un amargo cuadro de la Cuba castrista. Lo hace desde una perspectiva escorzada, pues tanto los escenarios como los personajes escogidos (un presidiario, dos niños, un anciano) se hallan desplazados de una realidad que aparece asimismo desplazada en el tiempo y que parece estarlo además del mundo y de la historia. Olivero maneja con maestría los registros coloquiales, y acierta a cifrar en un acorde desconsolado las notas costumbristas, intimistas y míticas que apuntan las voces empleadas, entre las que destacan las encendidas ráfagas faulknerianas en que se eleva ocasionalmente el tono de lo que, en conjunto, viene a constituir una suerte de motete: un insuficiente pero prometedor esbozo lírico-narrativo en el que la memoria se deshace en resentimiento y en nostalgia.

Bien conocido como poeta y ensayista literario, Juan Malpartida (Marbella, 1956) debuta tardíamente como novelista. La tarde a la deriva (Galaxia Gutenberg) tiene todo el aspecto de esos libros en los que se superponen propósitos de muy diferente impulso y naturaleza. Abandonado por su mujer, el narrador-protagonista se ve arrojado a una situación de extrañamiento que lo retrotrae a la vivida durante su adolescencia, cuando se fraguaron al mismo tiempo la conciencia de sí mismo y su vocación literaria. Sobre este movimiento inicial se trenzan la historia de celos que precedió a la separación y un pintoresco lance laboral, por el que asoma una visión sarcástica del mundo editorial y sus mistificaciones. Pese a lo convencional de su planteamiento, es en los recuerdos de la adolescencia y sus revelaciones donde la novela alcanza páginas de mayor intensidad, velada siempre por el tono sentencioso y algo engolado con que están escritas. El conjunto entero, sostenido por una observación inteligente y sensible, se resiente de una deficiente carpintería narrativa, que no consigue ensamblar las distintas piezas de un relato del que no se acierta a saber si fía demasiado a la convencionalidad de casi todos sus elementos o si, por el contrario, no acaba de ser consciente de la misma. En cualquier caso, la moralidad de la historia permanece como suspendida sobre su propio desarrollo, y se resuelve de forma demasiado esquemática.

El portentoso empeño que sostiene De la muerte en verano (Germanía), de Francisco Javier Ávila (1961), resulta menos insólito si se piensa en un precedente relativamente cercano: El año que viene en Tánger (Debate), de Ramón Buenaventura. Como en esa novela, también aquí un talante juguetón, sensual y chocarrero anima un enredo de los que suelen tildarse de 'cervantinos', en el que humor y gravedad se mezclan a partes iguales. De nuevo aquí, para contar una historia de amor y desencuentro, se intercalan abundantes poemas en un cauce narrativo repleto de accidentes y de meandros. Mucho menos conseguida y jugosa que la de Buenaventura, sin embargo, menos sabia también, pero más peregrina y empecinada, la novela de Ávila no sólo incluye poemas, algunos muy notables (Ávila obtuvo en 1990 el Premio Hiperión de poesía, con Aquel mar de esta orilla), sino que discurre en buena medida en verso, sirviéndose de este artificio como instrumento principalmente distanciador, de efectos paródico-burlescos. El resultado tiene algo de bulliciosa zarzuela, en la que alternan prosa narrativa y arias líricas, escondidas éstas en medio de fatigosos recitativos que a menudo no se sabe bien qué cosa son, como no fueran verso malo o prosa deshilachada. Sobrecargada de intenciones, excesivamente excesiva, y sobre todo indisciplinada, De la muerte en verano da cuenta de un talento inquieto e inconforme, decididamente aventurero, demasiado distraído por conseguir hazañas bajo cuyo ruido, con todo, se deja oír, si se permanece atento, una compleja fruición por la vida, una risa triste y rabiosa, que podría hacerse un día contagiosa.

Travesuras

'BRUTA, NATURAL, instintiva, animal, desesperada'. ¡Vaya! Con tales adjetivos se presenta desde su propia cubierta esta novela. Sólo páginas más adelante, metido ya en ella, descubre el lector que la ristra procede de una frase de la novela misma: 'Tenía la necesidad de que cuando aquel velo de odalisca genital se rasgueara, fuera con la violencia bruta, natural, instintiva, animal, desesperada y bondadosa de un pene en su más alto grado de erección'. Vaya, vaya. Al parecer, Jazmín Rada (Buenos Aires, 1978) escribió La versión de los mamíferos (Ópera Prima) cuando apenas contaba 19 años. En el tiempo transcurrido desde entonces no hubiera estado de más que alguien -un amigo, un tutor, un editor- la hubiera persuadido de pulir y adecentar un texto de tosca e infantil agresividad, chorreante en más de un sentido. Pero quizá sea mejor así. Si algún interés guarda La versión de los mamíferos es precisamente el de asistir al despliegue, en bruto, de la calenturienta, retorcida e inconsecuente imaginación de una adolescente exaltada por sus propias hormonas y tal vez un empacho de tiras cómicas y películas de serie B, donde parecen codificarse los impulsos transgresores de los escritores más jóvenes. El resultado no dejaría de ser curioso si no fuera tan prolijo. Trescientas y pico páginas son demasiadísimas para una secuencia de escritura semiautomática que, por mucho que dé lugar, muy ocasionalmente, a algunas metáforas chocantes, en sus mejores momentos pintarrajea una especie de versión gore de La espuma de los días, de Boris Vian (todo empieza aquí con una mujer que agoniza por habérsele reventado el pecho de silicona), y más frecuentemente sugiere lo que podrían terminar siendo las historietas de la Familia Simpson si a sus guionistas les diera por leer a Bataille. Horas muertas (Ellago Ediciones), de Eva Fructuoso (Barcelona, 1974), desarrolla con habilidad y a ratos con gracia un planteamiento que recuerda a los de los humoristas del absurdo. Un buen día, el protagonista recibe una llamada de su padre diciéndole que se acaba de morir. Los dos van al médico y éste les confirma que, en efecto, el viejo está muerto, a partir de lo cual se suceden, en clave de comedia con moraleja, las peripecias que conducen hasta el entierro. La ocurrencia es apurada bastante más allá de sus límites, y rebosa en exceso de chistes y chascarrillos. A pesar de lo cual queda la sensación de que la imaginación de Eva Fructuoso podría dar lugar a otros artefactos más logrados y eficaces, en la línea de los que tan bien sabe urdir Juan José Millás.

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