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Reportaje:

La memoria viva del poeta

La hija de Rafael Alberti recuerda su faceta más cálida y cercana

En la puerta de la casa de Rafael Alberti en Roma había un cartel que decía: 'No se escriben prólogos. Por favor, no se enfaden'. Esa mezcla de determinación y ternura describe muy bien al poeta. Para eso, para trazar un retrato de su padre a fuerza de memoria y sentido del humor, vino Aitana Alberti a Córdoba: participó en el seminario Alberti y las ciudades, organizado por la Diputación.

Por la casa de los Alberti pasaban ríos de gente cada día, cuenta Aitana; un hormiguero de visitas, de encargos, de actividad artística. El poeta, siempre ocupado, pensaba que dormir era una pérdida de tiempo. 'Había calculado que ganaría varios años de vida si dormía menos horas', explica Aitana. Así que escribía de noche... y de día se quedaba traspuesto en cualquier lado. 'En el cine se dormía siempre, y lo peor es que roncaba. Hablabas con él de La Dolce Vita: 'Ah, sí, estupenda', decía. Le recordabas la escena en que se meten en la fuente, y preguntaba: '¿Fuente? ¿Qué fuente?'.

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A Alberti le encantaba el mar, 'pero no sabía apenas nadar, sólo palmoteaba en la orilla, estilo perro'. Era hombre entusiasta. Con la misma vehemencia con que odiaba la Coca-Cola (escribió una oda llamándola 'pis norteamericano'), amaba los helados de limón. 'Cuando ganó el Premio Nacional de Literatura se lo gastó en invitar a helados a todo Madrid', dice Aitana.

Era incapaz de decir 'no' y de reprender a su hija. 'En casa era mi madre la que regañaba', relata Aitana. 'Ella lo organizaba todo, porque él no servía para las cosas prácticas'. A María Teresa León, con la que se casó en 1933 y vivió una larguísima historia de amor, guerra, exilio y enfermedad, Alberti la llamaba 'la comisión de control'. Cenando con Dámaso Alonso, María Teresa le insistía a Rafael: 'Vámonos, que mañana tienes que pintar tres cuadros'. 'Ya ves', decía Alberti a Alonso, 'es lo que tiene estar casado con doña Jimena Díaz de Vivar'. 'No', contestaba Alonso indignado, 'tú te has casado con el Cid Campeador'.

Aitana escuchó de viva voz los recuerdos infantiles de su padre, que después quedaron grabados en el primer tomo de La Arboleda Perdida. 'Los convertía en historias, los enriquecía, los enredaba y ampliaba para mí; me los contaba mil veces, y al final no se parecían nada a los del libro', recuerda Aitana.

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