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LA HORMA DE MI SOMBRERO
Columna
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Ricard Salvat

En el teatro Fabià Puigserver (el Lliure de Montjuïc) se representa Ronda de mort a Sinera, un espectáculo de Ricard Salvat sobre textos de Salvador Espriu. Un clásico del teatro catalán del siglo XX que no se veía desde 1980. (Estrenado en 1965 en el teatro Romea por la compañía Adrià Gual, la Ronda ha conocido, siempre bajo la dirección de Salvat, cinco versiones. La que se representa en el Fabià Puigserver es la quinta).

La programación de la Ronda, el estreno de esa nueva versión en el Lliure de Montjuïc, como producción del Lliure (Teatre Públic de Barcelona), plantea algunas preguntas. ¿Por qué hemos tenido que aguardar 22 años para volver a ver este clásico? ¿Por qué no se representa el teatro de Espriu en Cataluña? (la última vez que vi Primera història d'Esther fue en 1982, en el Lliure, dirigida por Lluís Pasqual). ¿Por qué la figura de Ricard Salvat ha quedado marginada, por no decir borrada del teatro, y de manera especial del teatro institucional, que se hace en Cataluña, es decir, en Barcelona? Permítanme que hoy intente responder, dar mi respuesta a la tercera pregunta y, en parte y de paso, a la primera.

¿Por qué hemos tenido que aguardar 22 años para volver a ver 'Ronda de mort a Sinera'?

En el otoño de 1963, hablando un día de teatro en casa de Alfonso Sastre, salió el tema de los directores, y al preguntarle yo a Alfonso quiénes eran, en su opinión, los directores teatrales españoles del momento, de nivel europeo, éste me respondió: 'Directores de nivel europeo sólo conozco uno: José María de Quinto. O mejor dos: el segundo es un catalán que se llama Ricard Salvat'.

Cuando, unos meses después, regresé a Barcelona, pude comprobar personalmente que Ricard Salvat, al margen de si era o no un director de talla europea, se había convertido en la figura emblemática del teatro catalán. Su escuela, la Escola d'Art Dramàtic Adrià Gual (EADAG), era, a la sazón, el máximo referente de la escena catalana. En ella se veneraba a Espriu, a Brecht y a Piscator (los dos últimos unos perfectos desconocidos). En la EADAG podías encontrar a gente muy diversa: de Marina Noreg a Maruchi Fresno, pasando por Núria Espert, Margarita Lozano y Montserrat Carulla; de Fabià Puigserver a Albert Boadella, de Maria Aurèlia Capmany a Montserrat Roig, de Feliu Formosa a Josep Maria Benet i Jornet, de Ventura Pons a Ovidi Montllor, de Ràfols Casamada a Julià de Jodar, de José María Rodríguez Méndez a Juan Germán Schroëder, pasando por John Ricardson y Ramón Gil Novales. Si en aquellos años sesenta me hubiesen preguntado quién podía ser el director de un hipotético teatro municipal o de un todavía más hipotético teatro nacional (ese término durante el franquismo sólo tenía una connotación española, no se concebía un teatro nacional catalán), no habría vacilado en responder: Ricard Salvat. Yo y un largo centenar de personas que nos movíamos por los bastidores del teatro catalán, barcelonés, en aquellos años.

Pero, poco a poco, aquella piña que se había formado alrededor de Salvat se fue deshaciendo. Las razones de ese desamor, de esos abandonos, de esas rupturas, a veces violentas -como fue mi caso-, no necesariamente deben achacarse a Salvat, a esa punta de soberbia que, dicen, tiene Salvat. Hubo de todo. Pero lo curioso es que todavía hoy no existe ningún trabajo sobre ese momento concreto del teatro catalán. Jordi Coca, que en su día publicó un notable estudio sobre la Agrupació Dramàtica de Barcelona (ADB), me dijo que se había propuesto realizar algo semejante con la EADAG, pero que Salvat le había negado el acceso a sus archivos personales.

En 1976, cuando se inaugura el Teatre Lliure, el nombre de Salvat no se pronuncia en aquella casa. Fabià Puigserver, ex alumno y colaborador de Salvat, se ha convertido en uno de sus más acérrimos enemigos. Más o menos coincidiendo con la inauguración del Lliure, en un almuerzo en San Sebastián, Alfonso Sastre y Ángel Facio (Los Goliardos), hablando de Salvat me dicen: 'Salvat no es un buen director teatral; lo que es, en cambio, es un buen profesor universitario'.

La caída en picado de Salvat -aunque siempre contó con un puñado de incondicionales- corrió pareja con la de Espriu: de poeta nacional pasó a ser un estimado narrador y prosista. Nadie o casi nadie hablaba de su teatro (ligado a la figura de Salvat). En 1979, después de las primeras elecciones democráticas, 'la ayuda prometida por el primer gobierno democrático no se materializó, y la EADAG tuvo que cerrar aquel mismo año' (según cuenta María José Ragué Arias en El teatro de fin de milenio en España).

Así, mientras el alcalde Serra y luego el alcalde Maragall aplaudían los montajes del Lliure, el que quería presenciar los montajes de Salvat se veía obligado a desplazarse a Alemania, Portugal, Argentina o Hungría. En cierto sentido, nadie podía negar que Salvat no fuese un director de nivel europeo. Por lo que aquí respecta, en los años ochenta y noventa nadie o casi nadie se tomaba en serio al director teatral Ricard Salvat. Tampoco puede decirse que su persona despertase demasiadas simpatías entre los miembros de la profesión teatral.

Hoy, Salvat se estrena en el Lliure con la quinta versión de Ronda de mort a Sinera, un espectáculo que es tan suyo como de Espriu (lo que explicaría estos 22 años sin volver a representarse). Y se estrena gracias a Pep Montanyès, que estuvo en la EADAG con Salvat y en el Lliure con Fabià Puigserver. Montanyès es consciente de que el ingreso de Salvat en Lliure no se habría llevado a cabo durante los años en que Fabià estuvo al frente del teatro. Nadie puede arriesgarse a afirmar cuáles serían los sentimientos de Fabià hacia Salvat de vivir el primero y seguir dirigiendo el Lliure. Es posible que hubiesen cambiado, como cambiaron los que sentía por Benet i Jornet cuando (a instancia de Montanyès) le dio cabida en el Lliure. De todos modos, el director es ahora Montanyès y sólo él es responsable de haber unido en el Lliure, después de tantos años, a Espriu, a Salvat y a Fabià Puigserver (algunos de cuyos figurines para la Ronda de 1965, la primera versión, y que los firmó con el seudónimo de Fabià Slèvia, vuelven a utilizarse en esa quinta versión).

No sé lo que pensará Fabià de esa producción, pero, por si acaso puede leerme, le diré que el público ríe y llora, se emociona y aplaude, con fuerza, con convicción. Como en los mejores tiempos del Lliure.

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