Ilegalización en democracia
Qué puede uno decir que no se haya dicho ya sobre la proyectada ilegalización de Batasuna. La última agresión al MLNV y a Euskadi hecha por el 'Estado español' o una medida obligada contra los cómplices de los asesinos, por irnos a los extremos del abanico. Un trágala para el PSOE, el modo de marcar un territorio propio infranqueable del PP, de volver a mostrar su 'firmeza' democrática ante los tibios. Se ha hablado de la oportunidad o no en el orden político de una Ley de Partidos Políticos así. Y hemos visto dividirse al Consejo General del Poder Judicial como agua y aceite frente a este tema entre 'progresistas' y 'conservadores'. Se han dicho unas cuantas cosas al respecto, unas más sensatas que otras y algunas francamente insensatas.
Hay algún argumento, en lo que a uno toca, que le resulta moralmente interesante, aparte del espanto que le produce ese juego de muertes y amenazas hechas contra las vidas y la convivencia social. Va siendo hora de que esta democracia se dote de leyes para su defensa (pero es tan amplio el abanico de sus enemigos...). Por otro lado, se ha probado -¡en exceso!- la política de mano tendida, va siendo hora de probar otras. Sin embargo, uno siente cierta desazón ante este asunto. Desazón por el modo en el que se van planteando las cosas. Desazón porque uno entiende la democracia como una práctica política, en efecto, pero también como parte de una cultura que va consolidándose generación a generación de apoyo a prácticas, ideas y virtudes de orden humanista. Y el modo en que se está debatiendo la conveniencia o no de esta ley soslaya esa cuestión.
Leía estos días Cinco días en Londres, mayo de 1940. Churchill solo frente a Hitler, de John Lukacs, una historia sobre aquellos días decisivos para la democracia. Pero también sobre los entresijos del poder en Gran Bretaña. Una historia de zancadillas y choque de personalidades. Y, también, de miserias humanas (¿quién era Churchill?, ¿un gran estadista o un político chaquetero y amigo de aventuras arriesgadas, un aristócrata demasiado disipado en su vida personal?). Por comparación sin embargo, uno se admira de ver en ella, en la práctica ejecutiva de aquella elite política (de Churchill a Chamberlain y Halifax), una idea sobre los asuntos de Estado, sobre su papel en el devenir histórico, en su responsabilidad ante las sociedades que gobiernan, absolutamente fiable. No se juega con el discurrir de los asuntos para aquella sociedad, con lo que le pueda suceder, sino que, desde distintas perspectivas, se trabaja sincera y fieramente a favor de ella.
Esta ley no sólo será oportuna o no, resolverá nuestros asuntos de hoy (o no), sino que debe ser debatida en esa perspectiva de maduración de una cultura (y un entramado legal) democrática.
A nadie se le oculta que buscamos estirpar el terror de nuestras vidas. Que deben ensayarse las posibilidades que la propia democracia da y que este puede ser un instrumento para ello. Pero ha de serlo según una técnica jurídica garantista, una absoluta separación de poderes y una aplicación generalista, según exige el derecho positivo inaugurado con la revolución liberal. Eso no ocurre con la iniciativa del PP (a cada cual lo suyo). Ignora la cultura democrática (retroactividad, iniciativa política y no jurídica, ruptura de un consenso democrático en leyes básicas, alta de separación de poderes) por mucho que pueda ser constitucional. La ignora y ve uno en ella miserias políticas (ganemos las próximas elecciones) y no humanas, mucho más comprensibles.
Alemania es ejemplo contra los nazis (artículo 9.2 de su Ley Fundamental), pero no lo fue en su política de exclusión comunista en los años setenta. Podemos elegir a la primera Alemania o a la segunda. Pero sólo si apostamos por una cultura democrática sin servidumbres coyunturales haremos un verdadero daño a los enemigos de la democracia y a los totalitarios, a Batasuna. De eso se trata, pero importa el cómo.
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