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Columna
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De tópicos y ferias

El año pasado les decía que las grandes fiestas andaluzas apenas habían sido tenidas en cuenta por los lingüistas. Tampoco, aunque de esto sé mucho menos, han aportado gran cosa a la historia de la literatura. En especial, las Ferias, y en particular la de Sevilla. ¿Alguno de los grandes nombres de la moderna literatura, española o no, se ha atrevido con la Feria? Ahora sólo recuerdo a Bécquer, y eso porque decía, veinte años después de iniciada, que la Feria ya no era lo que había sido.

En realidad, la Feria, a la de Sevilla me sigo refiriendo, no se puede narrar ni describir: es inenarrable e indescriptible. Ambos adjetivos apuntan a la cima o a la sima, y por ello los utilizan tanto quienes la aman con locura como los que la aborrecen fervientemente. ¿Hay alguien que permanezca inmune después de conocerla? De su dificultad para hacerla materia narrable son buen ejemplo los periódicos: algunos convierten el relato de Feria en un amontonamiento de negritas, o sea, de nombres de famosos, famosillos y conocidos de la casa; otros no hablan de ella (al menos, de la de Sevilla) a no ser por motivos digamos externos: apuñalamientos, visitas principescas y cosas así. No culpo a unos ni a otros; tampoco yo sabría qué hacer.

Por eso quizá sea más fácil atacarla. Literariamente, digo. De los escritos cruzados entre partidarios y detractores de la Feria suelen ser mucho mejores los de estos últimos. Claro que no es difícil: la sátira y el sarcasmo dan mucho mejor en literatura; las loas, por lo general, acaban siendo empalagosas; además, descansan en tópicos, mientras que la literatura del NO descubre las aristas de la realidad que el tópico oculta. Pero los tópicos no siempre van en la misma dirección. Por ejemplo, el de que la Feria sevillana, y de paso la ciudad, sean elitistas y cerradas por no abrir sus casetas a todo el mundo. Otras ciudades se jactan de no ser en eso como Sevilla, aunque sus propios puristas rujan porque también en ellas se repita el odioso modelo de la sevillana, la manzanilla y el rebujito.

Todo es según se mire: en Sevilla se produce una tupidísima red de relaciones sociales, frente a la anomia y desintegración que favorece, a lo mejor, el modelo abierto. O el de que la Feria no es democrática. Pues según otra vez: en Sevilla el Ayuntamiento no tiene que pagar grupos de cantantes ni chistosos; la diversión sale de dentro de la gente.

La Feria es sensual, directa, contenidamente desenfrenada. No se deja encerrar en la distancia de la escritura. Por eso es tan difícil hablar de ella y tan fácil vivirla.

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