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Columna
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Juan Barjola, apropiación indebida

Durante los meses de abril y mayo puede contemplarse en la sala de la Fundación Caja Vital Kutxa de Vitoria una extensa exposición del pintor extremo, afincado en Madrid desde hace muchos años, Juan Barjola (1919). Las fechas de las obras recorren las seis décadas inscritas en los últimos cincuenta años. O sea, de 1950 a 2001.

Propongo ver y analizar esta exposición bajo el prisma de dos miradas diferentes. En una de ellas el visitante queda prendado al momento nada más entrar, pues percibe que está ante un artista con una espléndida mano para la pintura. En sus cuadros se palpa un apreciable vigor en las pinceladas. Le parecerán muy buenas las soluciones a la hora de componer. Le satisfará el gran dominio del color, además del firme pulso dramático que se atisba en la presentación de los temas, con el añadido de saber que está frente a un hacedor de fulgurantes ritmos que otorgan a los cuadros suma expresividad; sin despreciar la valentía del autor a la hora de enfrentarse a lienzos de grandes dimensiones, entre otros atributos de indudable valor allí presentes...

Aún reconociendo que los atributos expresados arriba poseen grandes dosis de verdad, la otra mirada no es tan inocente como la anterior, por lo que prefiere ir en busca de la verdad que hay detrás de la verdad. Desde ese lugar encuentra la persistencia de Barjola en servirse de los hallazgos de unos cuantos artistas. Por encima de todos Francis Bacon y Picasso, además de Antonio Quirós (siquiera en la fugaz primera época), Antonio Saura y Willem de Kooning...

Es sabido que los artistas en sus inicios siempre han partido de alguien. Mas lo pernicioso es no querer perder de vista más pronto o más tarde a ese alguien. Esto se da en Barjola respecto a Bacon y Picasso. No es que copie obras suyas o las pinte iguales, no. Lo que hace es apropiarse de lo que hay de más genuino en esos artistas para provecho suyo. Y lo más genuino es su marca, su voz inconfundible. Tan fuerte es esa marca que no podemos sino advertir que en la mayoría de las obras de Barjola se está dando un acto de indisimulada apropiación indebida.

La apropiación reside no sólo en cuanto al poder expresivo que conlleva la desfiguración de los rostros -lo que es básico y crucial en la pintura de Barjola-, sino que incluye hasta el armazón fríamente geométrico del espacio, de provocadora inestabilidad, que aportara al arte contemporáneo Francis Bacon.

Lo que decimos es fácilmente comprobable. Basten dos ejemplos, en lo que atañe al tema de toros, que viene a ser de lo más aceptable en la producción barjoliana. Uno de ellos atañe a un par de cuadros titulados Tauromaquia, fechados en 1997 y 1999, respectivamente. Pues bien, lo que ahí se expresa está tomado de las obras que Picasso realizó en 1934, con el título genérico Corrida de toros. El otro ejemplo se encuentra en una cabeza de toro apoyada en una mesa, bajo el título Matarife (1997), lo que es puro seguimiento de una obra de Picasso titulada Cabeza de buey, fechada en 1942, donde la efigie de la cabeza cortada del bovino se muestra sobre una mesa...

Por otro lado, cuando incluye camas, sofás y mesas, donde se apoyan las figuras como contraste a los fondos espaciales, se está sirviendo de la inapelable e inquietante inestabilidad que viene de Francis Bacon...

¿Aceptaría Barjola asumir lo mucho que debe a Bacon y a Picasso? Si así fuera, no dejaría de ser una buena manera de vivir sin complejos ni mala conciencia, además de no fomentar el equívoco de inocentes miradas. Como si quiere aducir que una emoción irrefrenable ante lo que fabricaron esos dos grandes le paralizó e imposibilitó expresar lo que tenía dentro de sí. O sea, la verdadera verdad.

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