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Columna
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¿Contagio?

Tras la tragedia argentina, la fascinación intelectual que la comunidad internacional siente desde al menos 1997 por el contagio de las crisis económicas entre países emergentes ha alcanzado la condición de obsesión. En Latinoamérica se ha avanzado un paso más y la psicosis se ha convertido en temor a que el monumental fracaso argentino arrastre de nuevo a la región a una etapa de bajo crecimiento y convulsiones institucionales. Paradójicamente, el retorno del síndrome latinoamericano está en flagrante conflicto con la evolución de los precios de los activos financieros de las mayores economías de la América Emergente: desde principio del año, el riesgo-país de Brasil ha caído un 15%; el de México, un 23% -lo que la convierte en una economía que accede a la financiación internacional a largo plazo a tipos de interés del 7%-, mientras que las empresas chilenas pagan hoy una prima sobre los tipos norteamericanos -un punto y medio- que es un 27% menor que la que se les exigía en enero. Por lo que respecta a los tipos de cambio, en los últimos cuatro meses, el real brasileño y el peso mexicano se han depreciado frente al dólar americano menos del 1%, mientras que el peso chileno se apreciaba un 2,5%.

No hay maldición latinoamericana. El mercado dice que el 80% de la región está más cerca de zafarse que de contagiarse de la tragedia argentina

Si los síntomas del contagio 2002 van a ser caída de los tipos de interés y estabilidad cambiaria, bendito sea Dios. Sería una gran noticia que los mercados financieros se hubieran realmente sofisticado a la hora de analizar los riesgos de los países emergentes y comenzasen a discriminar vía probabilidad de acceso y precios entre quienes han hecho lo que había que hacer y quienes no han podido o querido hacerlo. Todo sería mucho más transparente y la economía internacional significativamente más segura. Además, se podría definitivamente desterrar el injusto y groseramente erróneo hay-que-ver-lo-mal-que-está-Latinoamérica para dar paso a análisis más ajustados a la realidad de cada una de las economías que conforman el continente.

La verdad es que ni la calidad de las instituciones políticas y de las políticas económicas de los países americanos son homogéneas, ni es análogo su nivel de desarrollo, ni mantienen entre ellos interdependencias económicas que garanticen la existencia de un ciclo económico común. En otras palabras, lo que existen son países, no una categoría económica llamada Latinoamérica a la que atribuir un escaso compromiso con la democracia, reglas de juego reñidas con la ortodoxia, masivamente injustos patrones de distribución de la renta y la riqueza y una notable incapacidad para evitar la recurrencia de crisis masivas y recurrentes.

Las previsiones para el año 2002 que acaba de publicar el FMI son un buen ejemplo de por qué hablar de Latinoamérica es darnos un tiro en los pies. Según el FMI, la región crecerá este año un 0,7% y un 3,7% en 2003, estimaciones que coinciden con el consenso de mercado pero que pueden confundir al lector apresurado que olvide que Argentina puede este año ver su economía contraerse un 10%.

Cuando se desciende al detalle, se percibe que para el 80% de la economía de la América Emergente -Brasil, México y Chile- se esperan tasas de crecimiento por encima del 2% en el año 2002 y por encima del 4% para el año 2003. Las tres economías han continuado recibiendo significativos flujos de capital privado en los últimos trimestres, los equilibrios macro han mejorado y todo parece indicar que están en condiciones de retornar a su crecimiento promedio de los últimos 30 años: el 4%, frente al 2% que en el mismo periodo registraron las restantes cinco principales economías regionales. De la misma forma que durante los últimos 30 años Argentina ha sido persistente en el fracaso, Brasil, México y Chile cuentan con un historial que avala sus aspiraciones de convertirse en historias de éxito. Para ello están dispuestos a poner sobre la mesa evidencias de que han aprendido de los errores, y se han dedicado a mejorar la gobernabilidad y la calidad de sus instituciones y políticas.

La autonomía del Banco de México y su éxito ante la inflación, el ajuste fiscal brasileño propiciado por la Ley de Responsabilidad Fiscal o el abandono sin mayores problemas del sistema de bandas cambiarias de Chile son pruebas de que en la región, cuando las cosas se hacen bien, salen bien. No hay maldición latinoamericana. Hay historias de éxito y de fracaso. Lo que hoy nos dicen los mercados, poniendo su dinero donde otros sólo ponen opiniones, es que el 80% de la región está más cerca de zafarse que de contagiarse de la homérica tragedia argentina.

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