'Los escritores carecen de responsabilidad histórica'
Richard Ford (Jackson, Misisipí, 16 de febrero de 1944) es un escritor lento, exacto, reflexivo e inmensamente prestigioso. Vive para leer y escribir. El éxito como urbanista de Kristina, su esposa de siempre, le permitió concentrarse en la literatura mucho antes de que El periodista deportivo (1986) y El Día de la Independencia (1995, premios Pulitzer y PEN/Faulkner) le consagraran como una de las voces más interesantes de las letras contemporáneas. La pareja acaba de abandonar su casa en el Barrio Francés y se ha instalado en una mansión de estilo criollo en Nueva Orleans, donde se realiza la entrevista. Ocasionalmente viajan a su casa de Montana para cazar y pescar. Han residido en decenas de ciudades, y Ford se precia de conocer todas las melodías, acentos e inflexiones del inglés de su país. Ha preparado una antología con los 65 mejores relatos de la literatura estadounidense, Antología del cuento norteamericano (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores).
'Las actitudes experimentales a la hora de escribir no son originalmente estadounidenses, proceden de la Argentina de los años veinte y treinta, o del Grupo 63 italiano'
'Los autores de Estados Unidos no solemos ser intelectuales, porque no nos interesa entender la vida en general; nos conformamos con entenderla en particular'
'Dudo que los estadounidenses entiendan por qué el mundo islámico siente tanto desprecio por nosotros; yo, al menos, no lo entiendo bien'
PREGUNTA. Hace 10 años, confeccionó para la editorial británica Granta una antología del relato norteamericano. Ahora ha realizado una selección más amplia para Círculo de Lectores, y el contenido es bastante distinto.
RESPUESTA. Es completamente distinto, porque el libro para Granta sólo incluía historias escritas después de 1945. El de ahora lo incluye todo desde mediados del siglo XIX, desde Poe y Hawthorne hasta el presente. Se trata de otra cosa.
(Ford es extremadamente atento y cordial, mide cada palabra y parece tímido. Sus ojos, de color celeste, muy penetrantes, son lo más llamativo de un físico atlético. Sus calcetines de color rosa intenso resultan en cierta forma incongruentes con el resto del vestuario, convencional. Bebe zumo de tomate durante la entrevista).
P. En 1992 eligió un cuento determinado de su amigo Raymond Carver, ¿Son millas reales?, y ahora escoge otro, Tres rosas amarillas. ¿Han cambiado sus gustos?
R. No, se debe a razones de espacio. La antología de ahora tiene más páginas y permite piezas más largas. Extrañamente, me sentí más libre teniendo que elegir entre la producción de 150 años que entre la de sólo medio siglo.
P. Usted detesta las clasificaciones literarias, sobre todo las que le afectan personalmente. Y en cambio aquí le tenemos, clasificando, seleccionando y decidiendo quién entra en una antología y quién no.
R. Una de las causas de mi escaso entusiasmo por las clasificaciones es mi propio gusto, muy ecléctico. Crecí como escritor en los sesenta y los setenta, una época tumultuosa en Estados Unidos, en la que todo el mundo intentaba clasificar, desclasificar, reclasificar los tipos de literatura. Al final, todas esas divisiones y separaciones demostraron ser inútiles. La 'anti-historia', la 'escritura experimental', el 'realismo', la 'escritura autoreflexiva', se fundieron en simple literatura. Por eso me es fácil prescindir de esas distinciones académicas, porque soy de una época en que finalmente fue necesario abandonarlas.
P. Vale. Pero habrá tenido algún criterio para la selección, porque cuentos de calidad hay muchos en la literatura estadounidense.
R. Algunos tipos de escritura me interesan hasta el punto de que traté de practicarlos, y fracasé. Siguen gustándome, sin embargo. Representan estilos que me son totalmente ajenos, pero que quería incluir. Es el caso de Kurt Vonnegut o William Gass. Esa gente imagina sus relatos de modo muy distinto al mío. Debo precisar que las actitudes experimentales a la hora de escribir no son originalmente estadounidenses, proceden de la Argentina de los años veinte y treinta, o del Grupo 63 italiano de los cincuenta. Jorge Luis Borges o Italo Calvino me resultan familiares y me gustan, y, finalmente, valía la pena introducir obras norteamericanas que tenían intereses estilísticos e intelectuales similares a los de ellos.
P. ¿Hay algún elemento común entre los escritores estadounidenses?
R. No. Bueno, el idioma, aunque el inglés sea sólo uno de los idiomas de Estados Unidos. El inglés es el idioma político y el idioma público, pero no es el idioma literario. La lengua literaria se ha construido a partir de diferentes idiomas, entre los cuales el inglés es solamente el principal. Hay nativos americanos, indios, que no hablan inglés ni lo escriben. Finalmente, todo eso de la literatura norteamericana o de donde sea, es arbitrario; no tiene que ver con el arte, sino con el concepto de nación-Estado y otras convenciones políticas.
P. Usted llega a negar que exista una literatura específicamente sureña en Estados Unidos.
R. Lo niego en lo que respecta a mi propio trabajo. Estoy de acuerdo en que hay escritores del sur que hablan acerca del sur y cuentan con lectores sureños, y están encantados con todo eso. Pero, para mí, eso no cuenta. Soy del sur, pero no escribo sobre ello. Intento escribir cosas que puedan ser leídas por gente que no sepa nada sobre mi origen, o sobre el lugar donde nacieron mis padres, o donde crecí, o donde vivo. La literatura sureña no me interesa.
P. Ha dicho alguna vez que cuando se rasca un poco sobre la cultura del sur americano aparecen cosas muy desagradables.
R. No hablemos de eso.
P. ¿Por qué?
R. Porque no quiero.
P. Vale.
R. No quiero parecerle maleducado. Es sólo que se trata de algo que me hastía.
P. Hablemos pues de cosas como la bomba atómica, Vietnam o el 11 de septiembre, que deben haber dejado, o dejarán, una huella en la creación literaria americana.
R. Creo que la literatura sigue una trayectoria más o menos paralela a la historia. En un momento determinado del futuro, quizá dentro de un siglo, los estudiosos de la literatura producida en 1965, o 1985, o 2002, encontrarán relaciones claras con los acontecimientos históricos de la época. Pero un escritor puede escribir en 1965 y no referirse en absoluto a Vietnam, o puede escribir ahora ignorando por completo los atentados de septiembre. Los escritores carecen de responsabilidad histórica.
P. Pero el hecho de ignorar ciertos acontecimientos es significativo. Por ejemplo, cuando usted se fue de Misisipí, en 1962, lo hizo porque no quería asistir a lo que estaba ocurriendo allí: la tensión racial, la lucha a favor y en contra de los derechos civiles...
R. Eso es cierto. Cuando Marcel Duchamp llegó a Estados Unidos en 1924, dijo: 'No vengo a América, me voy de París'. Y eso es interesante. Mucho más ahora que entonces, porque sabemos lo que estaba ocurriendo en París, y lo que ocurrió después, y entendemos por qué a Duchamp le parecía intolerable. Ahora vemos los años veinte parisinos de forma muy distinta a como los veían los contemporáneos, porque tenemos perspectiva y sabemos del reaccionarismo, el Frente Popular y la violencia de los años treinta. Mi elección de abandonar el sur... o mejor vayamos más allá de mi persona y hablemos de un escritor que en la era de Vietnam decidiera escribir de cualquier cosa, salvo Vietnam: los historiadores juzgarán que, por omisión, emitió una opinión negativa sobre la guerra. ¿Y qué? Eso no tiene nada que ver con la literatura. Ya sé que la tentación de jugar a las relaciones entre ficción y realidad es casi irresistible, pero, al preparar la antología, y al redactar el prólogo, he intentado crear silencio en torno a los relatos. Deseo que el lector los lea como lo que son, piezas artísticas sobresalientes. Después, cada lector puede volcar sobre ellos sus obsesiones. Pero que los lean primero, libres de contextos o prejuicios.
P. En el titular ya se le dice al lector que se trata de una antología norteamericana, y eso constituye un contexto difícil de ignorar.
R. Bueno, sí. Es inevitable. Estados Unidos existe, yo vivo en él, y hay en él un montón de escritores que generan literatura. Idealmente, el lector debería ignorar eso y pensar que las líneas que tiene ante sí fueron escritas por un ser humano.
P. ¿Usted puede leer, por ejemplo, a Isaac Babel y no tener en cuenta que era ruso y era judío?
R. Cuando leí sus relatos tenía 19 años y no sabía nada sobre él. No sabía dónde estaba Odessa, no sabía que era judío, no sabía que fue exterminado en 1941, y lo ignoraba todo sobre Stalin. Me limité a leer los relatos y, créame, eran mejores así.
P. ¿Y Dios? Algo que suele llamar la atención a los europeos es la religiosidad de la sociedad estadounidense. ¿Se refleja esa religiosidad en la creación literaria?
R. Yo no creo en Dios. Si tengo alguna religión, es la literatura. Dios, la religión, la vida tras la muerte, la épica bíblica, se reflejan en la ficción norteamericana, pero a mí eso no me interesa nada. A usted puede interesarle porque es europeo y, como tal, tiende a pensar en los escritores como intelectuales. Ése no es el caso en Estados Unidos. Los escritores estadounidenses no solemos ser intelectuales, porque no nos interesa entender la vida en general; nos conformamos con entender la vida en particular. Hay excepciones, como la de William Gass, que es un filósofo. O Susan Sontag, cuyo trabajo no me gusta y no aparece en la antología. Algunos escritores estadounidenses son intelectuales practicantes. Pero si hiciéramos una lista de los 100 intelectuales norteamericanos más influyentes, comprobaríamos que muy pocos se dedican a escribir ficción.
P. Usted es un escritor meticuloso, muy trabajador, y, creo, receloso ante la palabra 'genio'. ¿Cuáles son los 'genios' de la literatura estadounidense?
R. No puedo hablarle sobre la genialidad, aunque sí puedo hacerlo sobre los autores a los que admiro y considero extraordinariamente dotados. Estoy pensando en escribir un ensayo sobre ellos. Son quienes producen literatura inteligente, los que escriben con total confianza, los que utilizan el lenguaje de forma sorprendente e inusual, los que me ayudan a comprenderme a mí y al mundo, los que consiguen lo que, según Henry James, debe conseguir la literatura: conectar lo que cura con lo que hiere.
P. Diga nombres. A usted, por ejemplo, le gusta mucho Francis Scott Fitzgerald, y relativamente poco Ernest Hemingway.
R. Pues sí. Fitzgerald. Y William Gass. Y John Updike. Y Joyce Carol Oates. Y ese chico, Jonathan Franzen, que ha escrito un libro maravilloso, Las correcciones. Mucha gente.
P. Dicen que el relato es la forma de expresión literaria más típicamente norteamericana.
R. No. Para eso tendríamos que ser los mejores en el relato, y a veces no somos tan buenos como los rusos, o los ingleses, o los franceses.
P. Reconozca que, últimamente, los escritores de EE UU parecen ser muy buenos en el relato.
R. No sé si eso es cierto, aunque en general se considera cierto. Las razones, en cualquier caso, son extraliterarias. Ocurre que en Estados Unidos hay revistas importantes que publican historias cortas (The New Yorker, Esquire), cosa que apenas ocurre en Europa. Y esas revistas estadounidenses, además, se leen en Europa, cosa que no sucedía antes. Mis editores de España y Francia, por razones que sólo ellos pueden explicar, se muestran muy interesados en publicar mis relatos, o los de Raymond Carver. Supongo que existe en España, Francia, Suecia, Italia (bueno, en Italia siempre menos), un cierto apetito por la cultura de Estados Unidos. Subrayo que es un interés más cultural que literario. Los europeos leen literatura norteamericana y piensan, 'ajá, eso es lo que opinan los estadounidenses', o 'ajá, eso es lo que interesa a los estadounidenses'. Es una moda que pasará.
P. ¿Qué escribe usted ahora?
R. La continuación de dos novelas anteriores, El periodista deportivo y El Día de la Independencia.
P. ¡Otra vez Frank Bascombe! ¿Dónde vive ahora?
R. Sigue en Nueva Jersey, pero se ha mudado a una ciudad costera.
P. ¿Le han afectado mucho los acontecimientos del 11-S?
R. Tuve que enfrentarme a ese problema y decidí que no quería escribir sobre el 11 de septiembre, porque es demasiado reciente y carezco de perspectiva. Por tanto, la novela ocurre el Día de Acción de Gracias de 2000, menos de un año antes de que ocurrieran los atentados. De todas formas, la cercanía en el tiempo y mis sensaciones hacen inevitable que esos sucesos terribles estén presentes de alguna forma en la novela, que se llama The lay of the land.
P. Muchos creen que cuando escribe sobre Bascombe, escribe en realidad sobre sí mismo.
R. No me preocupa. Supongo que a veces Frank dice las cosas como las diría yo, pero no siempre. Frank no existe, es un personaje literario creado con un lenguaje que recoge todas las tonalidades de su voz.
P. Sin embargo, suena muy convincente.
R. No hay nada en la tarea de escribir que no esté al alcance de cualquiera. Escribir es maravilloso, y escribir bien es extremadamente maravilloso, pero no resulta especialmente difícil.
P. ¿Qué es lo esencial?
R. Estar alerta. Lo cual tampoco es muy difícil. La mayoría de la gente pasa despierta la mayor parte del tiempo.
P. Por favor... Cuando usted habla de estar alerta, se refiere a pasar todo el día con una libreta en la mano, tomando notas. Como esa de color verde, de espiral, que tiene a su lado en el sofá.
R. Bueno, sí, mi obligación es prestar atención. Si es necesario, me levanto a media noche para anotar algo que se me ha ocurrido.
(Ford escribe 10 o 12 horas diarias y puede tardar tres, cuatro o cinco años en redactar una novela. Antes de empezar, relee decenas de cuadernos de notas, selecciona los fragmentos que pueden serle útiles, los reescribe, y se enfrenta a una primera frase que puede tardar días en aparecer).
P. ¿En qué consiste el grueso de sus notas hoy? ¿Cómo sobrelleva un demócrata como usted estos tiempos bélicos y republicanos?
R. Soy una víctima de los medios de comunicación, como cualquier norteamericano. No estoy en Afganistán, Israel o Cisjordania, y sólo dispongo de información parcial e incompleta. Acerca de Afganistán, creo que Estados Unidos no tenía más remedio que acabar con esa gente que asesinaba a estadounidenses y no estadounidenses. No tengo, por tanto, quejas sobre esa guerra. Pero dudo que los estadounidenses entiendan por qué el mundo islámico siente tanto desprecio por nosotros; yo, al menos, no lo entiendo bien. Sí creo que la cultura islámica, que considera la nuestra inmoral y decadente, es inferior a la estadounidense: nosotros somos libres, y eso marca la diferencia. Por otra parte, acepto que existen grandes dosis de inmoralidad en nuestra cultura. No deberíamos tolerar la pobreza, pero lo hacemos. Somos adictos al lujo en un mundo lleno de miseria. Somos los grandes contaminadores, aunque dudo que eso, en concreto, importe al islam.
P. Al menos una parte de los lectores de la antología harán mentalmente la ecuación Estados Unidos-imperio.
R. Exportamos al mundo gran cantidad de cosas que el mundo no necesita, pero no creo que seamos un imperio. Tenemos una breve historia de tolerancia y diversidad y no sentimos el interés global que, supuestamente, debería caracterizar a un imperio. Nos fijamos en nosotros mismos. Nos miramos el ombligo.
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