_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Rumores de conejo

Cuenta en sus memorias José Luis de Vilallonga que Dalí llegó un día a Chez Maxim's con un conejo para que se lo preparasen à la royal. El conejo no se comportaba como modelo para ser pintado y el genio decidió zampárselo. A Zaplana también le gusta el conejo. Suele traer uno a las Cortes cada vez que comparece en una sesión de control de Gobierno, pero para atragantar a la oposición y luego zampársela en su propio jugo contradictorio: unas facturas sin justificar de la época socialista, un informe para la Presidencia con el que se subvencionó a un asesor... cualquier asunto que enturbie a la oposición resulta apropiado. En esto, Zaplana, como Dalí, es genial. Durante toda la semana hubo rumores de conejo. En todos los oráculos se daba por hecho que el presidente se iba a presentar con la chistera y lo iba a sacar mientras la oposición le pedía cuentas sobre la condena a su ex consejero Luis Fernando Cartagena por quedarse con el cepillo de las monjitas. Y ahí estaban las apuestas cuando entró en el hemiciclo con el inevitable José Cholbi pegado a su pescuezo. Llevaba un traje azul éxito con cerillera alta, mientras Joaquim Puig, el síndic gótico socialista, acudió guarnecido como un encargado de tanatorio. Con la gamba echada, Zaplana proclamó que sólo se trataba de un hecho ajeno al Gobierno y volvió al escaño. Puig se desmelenó y derramó un discurso sobre ética y el timo a la hermana Bernardina, y sin embargo Zaplana no desenfundó el conejo. Sólo cuando Joan Ribó le arreó que mal se tapa la zorra con el rabo, metió la mano en la chistera, rebañó y sólo sacó un ratón inválido, defraudando las expectativas de la afición. Ahora las apuestas están en si quedan o no quedan conejos en el coto privado del Palau de la Generalitat. Luego el presidente dejó a un propio peleando el asunto y se fue como si la izquierda, para su propio escarnio, le hubiese hecho perder el tiempo defendiendo a las monjas. Sin duda regresó a ese limbo europeo del Comité de las Regiones, a sus altos asuntos con Romano Prodi y a decidir estrategias para pacificar Oriente Medio. Porque Zaplana ya no está para arrugarse el traje en el banco azul de las Cortes Valencianas sino para que se lo manchen de ketchup los apóstoles de la antiglobalización como a Lionel Jospin a la salida de Chez Maxim's y para que le hagan la ola en Bruselas.

Más información
Zaplana niega la responsabilidad del Consell en el 'caso Cartagena'
Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_