Banquillo de banqueros
Me contaba Ricardo Muñoz Suay que cuando entró en la prisión de Ocaña en 1945, acusado de comunista, vio a la entrada del penal un rótulo que establecía: 'Aquí debe reinar el silencio de un convento, la disciplina de un cuartel y la seriedad de un banco'. Lo llamativo era el tramo bancario del símil, y Ricardo se reía lo suyo cada vez que lo recordaba, sobre todo porque al instante añadía el dato del autor de la máxima, que era un tal Máximo Cuervo, en aquel tiempo jefe supremo de las mazmorras de Franco, y tengo entendido que de profesión, militar.
Siempre ha habido una fecunda relación entre la banca y la trena, aunque, por lo general, a cuenta de atracadores detenidos. En los últimos años, sin embargo, florecen nuevos vínculos entre el delito y el crédito: graves sucesos que encartan a los grandes patrones del negocio. Recuérdese así el estrepitoso final de Mario Conde, que llegó a ser ejemplo de oro para los cachorros bursátiles, y que acabó devorado por sus ambiciones y fraudes económicos. Tampoco está de más evocar al banquero italiano Roberto Calvi, que se ahorcó en un puente de Londres, o a su cómplice el cardenal Marcinkus, que sigue escondido en los sótanos del Vaticano, como reliquia del gran matrimonio canónico que durante tantos años mantuvieron la Mafia y la Democracia Cristiana. Enlace rato y consumado. Rato con minúscula, conviene precisar. Al menos, por ahora.
Cuervos máximos y medianos, simples y compuestos circulan por las altas galerías de la banca nacional. Vástagos de familias ricas desde la revolución industrial desfilan por los banquillos, y las últimas noticias aventan nuevos pases de modelos. Y es que por debajo del trono de la contabilidad, y del presunto altar del rigor palpita el dinero negro, la trampa tributaria, las disposiciones patrimoniales sin justificación, las concesiones a uno mismo y a sus colegas de fabulosos fondos de pensiones, y también suceden muchas otras amenidades que acaso se queden en agua de borrajas porque los banqueros, en España, son personas de mucha fe, y Dios, que se sepa, nunca abandona al buen ladrón.
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