Una cosa rara
Que tengan cuidado los antiglobalizadores, corregidores varios de la globalización, disidentes en general y demás manifestantes que salgan a las calles de Valencia a manifestar sus dudas el próximo fin de semana. A pesar de los años de tenaz esfuerzo del industrioso Adolfo Domínguez, a José María Aznar no le gustan las arrugas.
Puede parecer extraño en alguien tan presto a arrugar el entrecejo, que resulta difícil representárselo sin el ceño fruncido, pero es cierto. El pasado domingo, Aznar acusó a los socialistas de 'arrugarse' por sus dudas sobre la reforma de la Ley de Partidos Políticos que impulsa su Gobierno con el propósito de ilegalizar a Batasuna. El tono despectivo utilizado por Aznar tenía pocos remilgos. Tampoco la naturaleza de su intervención parece ofrecer muchas dudas, porque ésta tuvo lugar en un acto, programado por el PP para conmemorar los dos años transcurridos de legislatura, que llevaba el unívoco título de España avanza. Al punto que uno está por pensar que lo que no le gusta al presidente del Gobierno no son sólo las arrugas, sino, sobre todo, las dudas, ni las propias, ni las ajenas.
Tenemos un presidente que no duda jamás. Algo que puede ser muy bueno para un delantero centro, o para un vendedor a comisión, pongamos por caso, pero que uno no tiene muy claro si lo es tanto en quien, rodeado de aduladores, gobierna este reino. Su discurso oscila, casi siempre, entre el autobombo y el repiqueteo de la oposición a la oposición. Y ese sonsonete monocorde, sólo se rompe cuando practica el arte de la fuga, consistente en su caso en responsabilizar a los otros de los males que aquejan a España. Lo vimos en su respuesta ante el problema de la inseguridad ciudadana, de cuyo crecimiento culpó directamente a los inmigrantes, e indirectamente a la oposición, por sus propuestas de políticas menos restrictivas. Y lo hemos visto ahora, ayer sin ir más lejos, cuando achacaba a los padres los problemas de la educación de los hijos, al tiempo que criticaba las propuestas de apoyo a las familias planteadas por la oposición.
A José María Aznar no le gusta la arruga, porque, tal vez, une al tan común pensamiento único, una afición desmesurada por el axioma planchado y bien planchado. Lo cual en política no deja de ser un tanto inquietante, aunque intente ampararse en afirmaciones tan grandilocuentes como que es 'metafísicamente imposible' presentarse de nuevo a la reelección como presidente del Gobierno, según aseguró en el mismo acto. En esta ocasión, el axioma planchado con apresto puede ser del gusto de la oposición, pero eso no hace al caso.
Sin embargo, cuando a un pensamiento unificador se le suman unas ideas tan estiradas, al final puede ocurrir que el cerebro también se desarruge, acabe imitando al tupé y la gomina se convierta en el espejo del alma. Tal vez por eso tampoco deberíamos extrañarnos mucho cuando al leer la crónica del dichoso acto dominical se nos asegura que el presidente constató que lleva años 'escuchando cosas raras'.
Se empieza por descalificar a las arrugas y se acaba olvidando que la democracia, como la verdad, no es lisa ni llana, sino todo lo contrario, está llena de pliegues, de contradicciones y de matices, de eso que se llamó tolerancia y que hoy, a algunos, les puede sonar raro.
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