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Columna
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De la mirada a la ensoñación

Son quince retratos y un autorretrato lo que presenta el pintor Ramón Pérez (Bilbao, 1964) en la galería Catálogo General (Bilbao, Santamaría, 11). Todo hace indicar que el pintor se aísla para contemplar desde su autorretrato a los retratados. Tal vez porque ya se conoce, ha descuidado pintarse a sí mismo con una acuciosa cualidad menor de lo que podía esperarse.

Los modelos retratados son personas muy afines al pintor. Figura en primer lugar su propio padre. Después van sus amigos y amigas, con el añadido, en algún caso, de alguien a quien apenas conoce. Advirtamos antes de nada que la especialidad de retrato deja de ser convencional gracias a las diversas maneras de tratar cada obra. O sea, en tanto realiza los retratos experimenta pictóricamente lo mismo en el sentido formal como en el técnico. Muestra el artista en su quehacer muchos estilos, muchas formas de pintar y ser. Los modelos aparecen con expresiones muy variadas. Algunas llenas de perplejidad, otras con tono burlesco, graves y profundas otras, una de corte trágico, las más como poses normales y alguna en la que parece escucharse el eco silencioso de un grito reprimido.

En el apartado técnico, las más de las veces ha buscado dar la sensación de provisionalidad, merced a los trazos abocetados, todo ello en representación de lo que llamaríamos gestos ilustrativos. Sin embargo, en otros retratos la ejecución ha sido lenta y desarrollada a través de insistentes capas de pintura. Uno de los retratos lo presenta como si el rostro del modelo no fuera sino piedra gastada por el paso del tiempo. Siguiendo en lo técnico -lo cual es básico en esta pintura-, observamos cómo algunos retratos están ejecutados bajo premisas claras, muy nítidas y directas, en tanto otros aparecen envueltos por una atmósfera lechosa.

Pese a todo lo dicho, existe un peligro en esta clase de pintura. Ello consiste en no dejarse llevar por el componente caricatural, eso que puede conducirle a captar con cierta facilidad el parecido o determinada expresión peculiar que posea el retratado. Lo caricatural engaña siempre a los que quieren dejarse engañar con facilidad. Lo más profundo y creativo estaría no tanto en buscar el parecido como el deseo de que el pintor sea un poco el otro. Es decir, entrar en el otro para captar algo de lo que el propio pintor desconoce de sí mismo.

En la bilbaína galería Ederti (Alameda Rekalde, 37) expone pinturas y cajas intimistas la pintora Rosa Valverde (San Sebastián, 1953). Sobre el ámbito de la galería parece fluctuar un espíritu infantiloide. Son obras cuyo universo está conformado por un abarrocado muestrario donde sobrevuelan plumas, ojosque nos ven, un ejército de pétalos, corazones sueltos y encontrados, mariposas diurnas, cromos ñoños, marionetas, hojarasca artificial y más y más y más...

Lo más destacado lo encontramos en las cajas intimistas, con su mundo de fantasía, elaboradas bajo la búsqueda permanente de la infancia perdida. Por esas cajas surge una amalgama de cachivaches de variopinto pelaje: Blanca Nieves, las más recurrentes rosas, un frasco de perfume de Jean-Paul Gaultier, huevitos de no se sabe qué especies, colgantes nidos varios, estampas con historias oropélicas, y otros puntos suspensivos.

¿Acaso conviene hablar de un universo que participa del sueño? No creo. Mejor lo encuadramos en una especie de ensoñación fantasiosa particular de la autora. Eso en lo referente a las cajas. En cuanto a la realización de las piezas, es en los óleos donde encontramos un componente naïf; con lo cual en vez de aludir, como sería propio, a la torpeza ejecutante de la autora, más bien había que aducir que su ejecución es inhábil.

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