Mozart
Integral de Conciertos para violín
Anne-Sophie Mutter, violín. Yuri Bashmet, viola. Camerata Salzburg. Palau de la Música. Valencia, 10 y 11 de abril de 2002.
Resulta difícil describir la inquietante mirada que Anne-Sophie Mutter lanzó sobre el ciclo mozartiano. Una mirada que, desde el primer momento, hizo desaparecer cualquier rasgo galante, cualquier rastro de la consabida evolución de Mozart. El Mozart joven se contemplaba a partir de lo que haría después. El estilo clásico, con todo el dramatismo y la tensión que le son inherentes, florecía ya plenamente en unas obras donde aún se estaba gestando. Y ese estilo, a su vez, se percibía desde los albores del siglo XXI.
A Mutter no parecían importarle demasiado las convenciones interpretativas. La seriedad presidía el discurso, y no hubo un solo guiño para los amantes del rococó y de las porcelanas dieciochescas. Su visión -defendida en conferencia de prensa- es, lógicamente, polémica, porque Mozart no fue sólo el creador de las últimas sinfonías y de Don Giovanni. Pero es una visión posible. Y no sólo eso. También es estremecedora.
No cayó, sin embargo, en la chabacanería de hacer un Mozart romanticón. La lectura era tan seria como contenida. No había explosiones: todo el mundo sabe que Mozart las condenaba. El virtuosismo -en las cadenzas, pero no sólo en ellas- estaba tan integrado en la música que apenas se percibía como tal. Había que hacer un esfuerzo para apreciar racionalmente los infinitos grados de vibrato, las dobles cuerdas, el paso imperceptible del silencio al sonido, la afinación impecable... todo parecía un atributo natural de esos conciertos, cada frase nacía con una lógica abrumadora de la frase anterior, ningún logro -en la velocidad, en el ajuste, en la diversidad de los ataques- se percibía como consecuencia de la entrega o la habilidad de la intérprete. El arco era prolongación del brazo, y el brazo, la prolongación de la partitura. Las costosísimas mediaciones entre esos tres elementos habían desaparecido.
Hubo una importante serie de clímax en los movimientos centrales de ambas sesiones. Quedará en el recuerdo, sin duda, la forma en que el violín -por ejemplo, en el KV 211- se fundía con la orquesta y, luego, se desprendía de ella, en oleadas sucesivas. Sólo la mesa di voce, en el canto, y sólo cuando está muy bien hecha, provoca sensaciones parecidas. Mutter consiguió alguno de esos raros momentos en que podría jurarse que el auditorio completo, sin excepción alguna, recibe con plenitud la música y participa de la tensión del intérprete.
Delicado contrapunto
Yuri Bashmet fue un excelente colega en la Sinfonía concertante, ofreciendo el oscuro y hermoso color de su instrumento como delicado contrapunto a las intensas intervenciones del violín. La Camerata de Salzburgo supo asumir la extraña y exquisita visión que Mutter tiene del ciclo mozartiano: dócil y suavemente respondía a sus leves indicaciones. Gracias a todos ellos, un Mozart distinto cobró cuerpo en el Palau de la Música de Valencia. Y no parece un Mozart que se reclame como referente indiscutible, ni que traicione nada ni a nadie. Es, simplemente, uno de los más hermosos que hemos escuchado hasta la fecha.
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