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Columna
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Deseos inconfesables

Desde hace miles de años, la humanidad intenta tener hijos a su imagen y semejanza, es decir, según deseos y preferencias. Querían tener varones para heredar sus feudos o pretendían hijas para emparentar con vecinos. Los querían fuertes, místicos, altos, rubios o con dones especiales. Es igual, los deseaban a su gusto y beneficio. La burguesía los quería médicos o abogados, como su padre, o hacendosos para continuar el negocio familiar. También las querían fértiles, como su madre. Hasta había quienes los deseaban para el partido. Los hijos deseados siempre fueron hijos según deseo.

Las recetas para conseguir el hijo deseado eran múltiples y variopintas. Se utilizaban procedimientos mágicos o, al menos, supersticiosos. Para que fuera varón, engendrar en un mes determinado y con luna llena. Sería buena persona si se fabricaba a una hora fija, en un mes impar de un año bisiesto. Los que no eran supersticiosos o simplemente estaban impacientes, recurrían a la producción masiva. Había que tener muchos hijos para que alguno fuera el deseado, era una lucha a brazo partido contra el azar que, con frecuencia, agotaba los recursos y la paciencia de los progenitores.

Ahora seguimos igual, pero con más técnica. Ya sea por ingeniería genética o por el simple trasiego de espermatozoides, alquileres varios o manipulación de embriones, nos acercamos un poco más al hijo deseado. Y es precisamente ahora cuando nos asustamos, justo cuando estamos a punto de cumplir nuestros más viejos deseos y podemos abandonar así exorcismos inútiles y pócimas amargas.

Resulta que una pareja de mujeres sordas, nos cuenta la prensa, quieren tener hijos sordos para facilitar una relación más homogénea y fluida. Esto ocurre en América, como siempre, por algo se fueron a aquellas tierras, para cumplir los deseos que no nos atrevíamos a realizar aquí. Gran escándalo, opiniones varias, partidarios y detractores, límites, normas, valores para todas las creencias. Total, un lío fenomenal y un susto generalizado. Deseamos conseguirlo durante tanto tiempo que nos asusta ahora verlo tan cerca. Hasta puede que tengan razón los que tienen miedo, porque una cosa es el deseo y otra muy distinta la realización.

Cuando está al alcance de la mano, cuando empezamos a afinar un poco y nos ponemos caprichosos con las preferencias, parimos ahora la bioética, otra recién nacida y también deseada según gustos y preferencias, que impone límites y fronteras a nuestros más profundos deseos. Lástima que no lo hubiera dicho antes, cuando queríamos y no podíamos, porque es un poco tarde para renunciar a pesar de los argumentos que nos ofrece. Por mucho que se intente, seguiremos queriendo lo mismo aunque sin confesarlo abiertamente.

Es posible que haya que poner límites a las nuevas técnicas, establecer algunas normas para evitar exageraciones sin sentido, pero produce aburrimiento y una desgana infinita volver a esperar el año bisiesto, la luna llena y tener entonces que despertar a la pareja justo a las tres y cuarto de la madrugada. ¡Qué tiempos aquellos! Eso ya no compensa ni aunque intenten darnos una gratificación de cien euros al mes por hijo deseado y no siempre a nuestro gusto. Es que aprendemos tan rápido.

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