'La arquitectura no tiene obligación de ordenar el mundo, sino de hacerlo visible'
La casa de la calle del Oria de Madrid donde Juan Navarro Baldeweg (Santander, 1939) tiene su estudio de arquitecto parece sacada de un cuadro de Hopper, y encima de una de las dos mesas de su despacho hay un libro de poemas de Emily Dickinson. Ha dibujado la veleta que da nombre a la colección donde se publica el volumen. Que Navarro Baldeweg conozca la poesía de Emily Dickinson encaja a primera vista mejor con su personalidad que la música de Radio Futura, pero también es obra suya la portada de uno de los álbumes míticos del grupo, La canción de Juan Perro: un paisaje nocturno a punto de clarear atravesado por un camioncito, para el que se inspiró en la obra de Juan Rulfo y en el que resuena una de las canciones del disco, El canto del gallo. En ese Madrid efervescente de los ochenta surgió la amistad de Santiago Auserón con el pintor, que recuerda a la gente vinculada a la galería Buades, especialmente a Diego Lara, que hizo los títulos del disco. Juan Navarro Baldeweg era entonces un artista consagrado y un arquitecto incipiente. Ahora la balanza de los reconocimientos está equilibrada.
'En mi pintura he favorecido la libertad y la expresión desinhibida, el aspecto dionisiaco'
'Siempre me ha incomodado el calificativo de minimalista porque creo que mi arquitectura es sensual'
PREGUNTA. En 1999 hizo una exposición en el IVAM. Instalaciones, pintura y arquitectura. En esta exposición del CGAC sólo hay pintura e instalaciones.
RESPUESTA. Recuerdo que cuando estaba preparando aquella exposición del IVAM lo que más me preocupaba es que fuera integradora. No se planteó lo que tantas veces se ha apuntado: que había grandes saltos y diferencias de actitud entre mi pintura, mis instalaciones y mi arquitectura. Pero lo que hay es libertad de expresión en cada uno de los medios, cosa esencial para que las obras se manifiesten por sí mismas. A posteriori, hay conexiones evidentes. Con muchas de las instalaciones que he hecho estaba respondiéndome a preguntas de arquitecto: qué es una columna, qué es el peso, cómo podríamos manejar la luz... Por eso, Ángel González tiene razón al decir que abandoné las instalaciones cuando empecé a hacer arquitectura, porque verdaderamente es la movilización más emocionante de todos esos recursos que estaba empleando en las instalaciones. Sin embargo, queda un residuo de investigación. He seguido haciendo piezas que son como acertijos y muestran una cosa que siempre me ha gustado en mi trabajo: que sea transitivo, que lleve de un lado a otro. Incluso mis arquitecturas las entiendo así, como resonancias de algo que está más allá de ellas mismas.
P. Se ha dicho que Juan Navarro Baldeweg es un arquitecto diurno, y el día sería una metáfora de lo racional, y un pintor nocturno, y la noche sería el momento de arrebato de la inspiración. ¿Se ve así?
R. En mi pintura he favorecido la libertad y la expresión desinhibida, el aspecto dionisiaco. Pero existe también, como complemento, un deseo de orden. Hay un cuadro que se titula El día y la noche, que por un lado tiene figuras geométricas, y por el otro estalla en un caos nocturno. Me identifico con esa metáfora porque me gusta que las dos fuerzas se manifiesten, y controlar sus consecuencias.
P. Pero en su manifestación la arquitectura resulta más fría, más distanciada.
R. Porque el aspecto dionisiaco de la arquitectura no la ofrece ella misma, sino el usuario. Creo en una arquitectura que posibilite las cosas, que permita encontrarse a gusto... Puede que haya arquitecturas más expresivas que la mía, pero también más impositivas. Siempre me ha incomodado el calificativo de minimalista porque creo que mi arquitectura es sensual. Y he tratado de que fuera hasta cierto punto invisible, que no fuera asertiva.
P. Se supone que la actividad del arquitecto es una actividad ordenadora del mundo, pero hay muchos de ellos que sienten que eso ya no es posible.
R. Yo siempre he dicho que la arquitectura no tiene obligación de ordenar el mundo, sino de hacerlo visible. Por eso hablo siempre de la arquitectura como algo que pone las cosas al alcance de la experiencia; de lo natural y de lo que no lo es, de lo visible y de lo invisible: es una caja de resonancia que permite traducir el rumor caótico del mundo a una música al alcance de nuestra percepión.
P. El historiador William Curtis ha pronunciado un ciclo de conferencias complementario a la exposición donde ha analizado su obra junto a la de De la Sota, Siza y Moneo. ¿Qué tiene en común con cada uno de ellos?
R. Evidentemente, soy discípulo directo de Alejandro de la Sota desde que tenía 19 años, que fue cuando le pedí que escribiera un texto para mi primera exposición en Madrid. Fue mi mentor, como también lo fue Gyorgy Kepes en la etapa americana del Massachusetts Institute of Technology. Con Siza y Moneo tengo encuentros paralelos: Siza es un arquitecto extraordinario porque tiene una obra flexible para adaptarse a muchas situaciones, así como reconozco en Moneo su capacidad de conceptualización, que es herencia probablemente de Sáenz de Oíza, que fue otro arquitecto de respuestas a veces muy rotundas. La gente habla de mi parecido con Siza, y quizá tenga en común con él que movemos la arquitectura hasta un punto en que se siente con naturalidad en su adaptación al sitio. Pero considero que mi obra está enraizada en otras cosas. Va ganando en libertad a medida que se levanta en el aire. Creo que tengo habilidad para dialogar en lenguajes distintos, para ser dispar sin que la obra pierda trabazón y naturalidad. Es una habilidad especial. Hay varias manos en las obras, y eso es específico mío.
Situar el horizonte
EN EL AUDITORIO de Salamanca o en la biblioteca madrileña de la Puerta de Toledo, Juan Navarro construyó cúpulas sobre nuestras cabezas; ahora, en los museos de Altamira y Burgos suceden más cosas a ras del terreno. Pero él prefiere señalar las coincidencias, y la luz es el ejemplo más evidente. Por su parte, el Teatro del Canal en Madrid tendrá colores acordes con el empleo de materiales como el aluminio. En Córdoba, en la rivera del Guadalquivir, está haciendo un parque donde aparece otro tema recurrente: El horizonte como metáfora del campo óptico. 'Decidir dónde lo sitúas y cómo respondes desde el parque hacia afuera y desde la ciudad hacia el parque es el argumento'. Por último está trabajando en dos concursos en Vitoria y en Amersfoort (Holanda) y tiene pendiente terminar su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes, donde ocupará el lugar de Joaquín Vaquero Palacios, como él pintor y arquitecto y de quien admira su talento polifónico: 'Fue una figura generosa con una gran capacidad de vuelco sobre las cosas'.
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