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Columna
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Un tal

Hay talentos que se manifiestan en un par de palabras, genios que no hubieran brillado de no haberse pronunciado una combinación de apenas cinco letras. Cuando Juan Rulfo escribe 'vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo', primera frase de ese relato casi minúsculo que convirtió a su autor en uno de los grandes de la literatura en español, sólo un par de palabras aportan ya la cantidad de información imprescindible para comprender el sentido último de la novela, pero, sobre todo, dos palabras que en sí mismas encierran el tono y la intención del narrador y una mirada sobre el mundo que trasciende el tiempo y el espacio, no sólo de la propia novela, sino de la memoria y de la esencia misma del alma de las cosas. En la primera frase del Pedro Páramo de Juan Rulfo se advierte, quizá más que en ninguna otra obra maestra, este genio de las dos palabras: 'Un tal Pedro Páramo', dice Rulfo. 'Un tal'. Y se refiere a su padre. Con ese 'un tal' hemos sabido más del personaje que llega a Comala de lo que apenas alcanzamos a vislumbrar a veces tras quinientas páginas de lectura. Un tal...

Esa exacta poesía, ese idéntico misterio, una misma oscura luz es la que aparece en cada una de las fotografías de Juan Rulfo que ahora expone el Círculo de Bellas Artes. En ciertos críticos y comentaristas hay un insistente encono en diferenciar la obra literaria y la obra fotográfica de Juan Rulfo. Erika Billeter llega a decir: 'Juan Rulfo no hace fotografías literarias'. Por mi parte, considero, con el también fotógrafo Manuel Falces (quien no de forma casual escribe sobre Rulfo, así como fotografió las palabras de José Ángel Valente), que 'son pura literatura traducida a imagen: almas gemelas que se juntan'. Puede que lo que Billeter quisiera decir es, en palabras de Carlos Fuentes referidas a Pedro Páramo, que 'la elipsis narrativa de Rulfo desconcertaba a los críticos y lectores de novelas 'bien hechas', es decir, adheridas a la lógica y sin resquicio de misterio (...) En sus fotografías, Juan Rulfo resucita al pueblo entero de Pedro Páramo y El llano en llamas para darle su actualidad más precisa y más preciosa'.

Es cierto que las fotografías de Rulfo no son narrativas, porque lo que el escritor retrata es la metafísica de la historia, la inquietante naturaleza del paso del tiempo, la sobrecogedora belleza del paisaje, los símbolos de la intervención de los hombres sobre la identidad del espacio. Y, sobre todo ello, la luz: la luz que asoma tras la sombra, la luz que explota al fondo de la oscuridad, la luz del conocimiento, de la lucidez. Dice Susan Sontag, en su ensayo Sobre la fotografía, que 'fotografiar significa participar de la mortalidad (...) En la medida en que extraen este único momento y lo petrifican, todas las fotografías son testimonio del transcurrir implacable del tiempo'. Las fotografías de Rulfo, como sus páginas literarias, ponen luz a la muerte, la iluminan a través de ese negativo de sombras que es la vida.

'Para él la gente de ciudad llevaba de antemano el sello de la inhumanidad', afirma Erika Billeter. Y, sí, cruzamos estas calles que sólo nos dicen algo inmediato de nosotros mismos y nos dirigimos al Círculo de Bellas Artes sin saber muy bien ya quiénes somos, qué queda de los que fuimos en otros nombres pasados, que se mantiene en ruinas del poder de un paisaje natural no intervenido. Caminamos sin otra luz que no sea la que dice una verdad contrastada por las nubes de abril (abril es el mes más cruel...) y resulta que vamos a reconocernos en la vegetación desértica y tenaz del paisaje mexicano, en la cara atemporal de un campesino, en el tronco de un árbol milenario, en la imponente crueldad de las iglesias, en la soledad de las ruinas indígenas, en la tristeza que acompaña tanta belleza. ¿Por qué tenemos la impresión de estar más cerca de los bosques de Tapalpa que de la contaminación de Gran Vía? ¿Qué hay de nuestro en Comala o en la Sierra Madre? Yo creo que el alma, el silencio lleno de voces de la memoria, la verdad siempre y en cualquier parte idéntica de la luz. Por eso salgo de contemplar en esas fotos mi alma (una tal...) en blanco y negro, y recuerdo unas palabras del escritor Héctor Bianciotti: 'Hay que dominar el cuerpo, cortarle el paso al alma: la civilización es un ascetismo que practicamos para contener el torrente de la realidad', y regreso, ascética, a esta ciudad civilizada. Yo, misteriosa. Una tal.

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