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Columna
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La sociedad alicantina

Ha publicado el Instituto de Cultura Juan Gil Albert un número de la revista Canelobre dedicado al estudio de la sociedad alicantina. Varios sociólogos, científicos, lingüistas, intentan, en las páginas de este número, indagar las características que definen a la sociedad alicantina, en un momento en el que la ciudad vive hondas transformaciones. El trabajo es importante. Yo diría que lo es, incluso, más allá de la propia calidad de los escritos que se presentan. Por primera vez -si la memoria no me falla- un grupo de estudiosos reflexiona públicamente sobre la ciudad. Y lo hace con una indudable vocación crítica, al margen de cualquier retórica localista.

Alicante es una ciudad que se ha pensado poco. La reflexión sobre los asuntos propios -si se exceptúa algún intento individual, muy meritorio- no ha tenido entre nosotros una presencia destacada. Al contrario. El alicantino ha preferido siempre la acción al pensamiento, que ha desdeñado. Tradicionalmente, la acción se ha considerado ligada al progreso, a la mejora de la situación personal. Los emprendedores han gozado, entre los alicantinos, de un gran prestigio. Imagino que siendo Alicante una ciudad de inmigrantes, no podía ser de otra manera. Cuando uno debe resolver problemas de subsistencia, la filosofía pasa a un segundo plano, si no es ignorada por completo.

He dicho que este número de Canelobre es importante. Convendría añadir también que ha sido de ejecución complicada. Analizar la sociedad alicantina, inventariar sus problemas, apuntar posibles soluciones, es una tarea compleja, cargada de dificultades. Alicante es una sociedad en continua transformación y esto no facilita las cosas. Existe el riesgo de que la fotografía salga movida. Pocas ciudades habrán vivido, en los últimos 40 años, una renovación como la sucedida en Alicante. En este tiempo, hemos recibido sucesivamente a castellanos, andaluces, colonos de la Argelia francesa, inmigrantes marroquíes, argelinos, ecuatorianos, colombianos. Los hemos recibido a decenas, a cientos, a miles. Algunos de ellos forman hoy parte de la clase dirigente de la ciudad. Y esto ha ocurrido, en una población que en los años sesenta contaba con poco más de 150.000 habitantes. Admitamos que definir lo alicantino resulte, a estas alturas, quimérico.

A mí me parece que, en líneas generales, los resultados a los que llega este número de Canelobre reflejan bastante bien la sociedad alicantina, y ayudan a comprender algunas situaciones cotidianas que, de otra manera, resultarían inexplicables. Las personas que han dirigido la revista se han encontrado, en el momento de escribir las conclusiones, con datos desconcertantes. Afortunadamente, han entendido que debían aceptarlos tal como se les presentaban, sin entrar en interpretaciones más o menos amables. La sociedad alicantina es, en los comienzos del siglo XXI, una sociedad dislocada, individualista, situada a espaldas de la naturaleza y que ha perdido sus señas de identidad. Pero, también es una sociedad que disfruta de un buen desarrollo económico, en la que han disminuido las desigualdades sociales de épocas pasadas, y donde la gente se muestra pasablemente satisfecha con su vida.

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