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VISTO / OÍDO
Columna
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Nuestras mentiras son suyas

Los periódicos decimos mentiras ('mientes más que la Gaceta', decían los antiguos), pero no son nuestras: nacen en la fuente de la noticia, y me consta que mis compañeros hacen lo posible por confirmarlas o desmentirlas, como manda la profesión y su empleo particular en esta casa: pero es imposible. No hay tiempo ni medios.

La mentira es inabarcable. Powell dice que su periplo en el entorno del conflicto es para concertar una acción común con Europa, y creo firmemente que es mentira. Están dando tiempo para la destrucción de Palestina y para que acepte lo que aceptó ya Afganistán: un gobierno fantoche -quisling, se decía en la II Guerra, por el nombre de un marioneta noruego puesto por los alemanes- que acepte cualquier forma de tregua y cualquier forma de acuerdo general.

Esta mentira se multiplica en Europa, en las amenazas de sanciones a Israel si continúa el genocidio, que indudablemente continúa: pero tengo la sensación de que al publicar estas expresiones con el rigor con que les da la fuente estamos ya indicando que sólo ganan tiempo para que el crimen de Sharon se cumpla. Claro que hay partidarios de Sharon, incluso algunos que, maldiciéndole por su derramamiento de sangre, añaden que peor es Arafat, más terrorista, y que los que matan suicidándose son los más criminales de todos, lo cual no es exacto desde un punto de vista de la observación limpia. El que se suicida para matar cumple ya una pena de muerte dictada contra sí mismo; y vive en una mentira de la que no es responsable él sino una forma de su religión.

De todas formas, cuidado con los mártires: han sido siempre peligrosísimos, y los que se han dejado matar por no abjurar de su fe han inducido al sacrificio a otros que hubieran sido más útiles vivos: para su propia causa.

Decimos mentiras. Yo me formé en el periodismo de las mentiras: el dirigido para Franco por Arias-Salgado y Juan Aparicio. Pero tenía otra defensa: como en el teatro, había una connivencia con el lector de forma que todos sabíamos que aquello era una ficción, y que aun así la verdad transcurría no sólo entre esas líneas, sino entre esos hechos.

Los fabricantes de mentiras, en su ministerio o en su Pardo, también sabían que eran mentiras, pero suponían que eran justas y que mejoraban la realidad -según sus nociones- y que incluso podían producirla. Mala gente.

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