Sordera de encargo
En Estados Unidos, una pareja de mujeres lesbianas, ambas sordas de nacimiento, ha llevado a efecto su proyecto de engendrar, mediante inseminación artificial de donantes igualmente sordos, hijos que también lo sean. La experiencia indica que siempre hay personas dispuestas a realizar cualquier idea o fantasía imaginable. Incluso en el terreno, tan delicado, de la reproducción humana, propenso, como en la novela de Aldous Huxley, a convertir la fantasía en pesadilla.
Hace un par de años se conoció un caso que entonces se consideró en la frontera misma de lo inverosímil: la gestación por una señora de 62 años de un niño por implantación del óvulo fertilizado en otra mujer con semen del hermano de la primera. Entonces se trataba de un problema de herencia: la señora no quería morir sin descendencia, y prefería que su heredero lo fuera también de su hermano.
El caso de las dos norteamericanas avanza un metro más hacia el capricho irresponsable: combina la decisión de gestar hijos por parte de una pareja de personas del mismo sexo con la de decidir que sean sordos de nacimiento. Lo primero ya se había prestado en el pasado a controversia porque implica programar deliberadamente seres huérfanos de padre o madre: privar al niño de una de las dos referencias, masculina y femenina, que conforman la estructura psíquica del ser humano. Algo que plantea dudas de legitimidad.
Pero lo segundo, programar un hijo sordo, entra de lleno en lo aberrante. Desear algo intensamente no da derecho a conseguirlo cuando afecta a otra persona. Que alguien prefiera que su hijo sea sordo no le da derecho a decidir en nombre de ese hijo que se verá limitado por esa discapacidad. Los avances científicos hacen posible lo que antes no lo era, pero eso no suprime cualquier límite ético; al revés, obliga a extremar las cautelas morales y legales frente a la tendencia a considerar que todo lo que se convierte en posible es automáticamente legítimo.
En Estados Unidos el debate sobre este caso se ha mezclado con confusas consideraciones sobre una supuesta identidad de los sordos, y el derecho a vivirla con orgullo. Aparte otras consideraciones, tal planteamiento no podría justificar la imposición de esa supuesta identidad a un ser independiente. Si es un derecho programar hijos discapacitados, ¿por qué no hijos con sida, para que compartan esa condición con sus progenitores?
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