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Columna
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Imperialismo

No es culpa de Aznar, Piqué ni Solana. Los dos primeros sólo actúan como reinas madres semestrales de una Europa imaginaria y el tercero como minimizado urdidor de una seguridad europea imaginada. Si Ariel Sharon no les ha hecho el menor caso, e incluso les ha prohibido ver a Arafat, es porque el gran capador de astros lo tiene claro. La fuerza de Israel depende de USA, de la capacidad disuasoria del Ejército israelí, de la fragilidad del frente árabe o islámico y de la impotencia de Europa para forzar una alternativa a la finalidad de Sharon: poner a los palestinos de rodillas y consagrar el logro al objetivo global de liquidar el terrorismo. Sharon reduce a Arafat a la condición de terrorista para impedir una salida política. Nada hay que negociar. Sólo hay que acabar con el terrorismo.

Las críticas de Bush a la, a su juicio, desmesura de las tropas israelíes, responden a lo políticamente correcto y justifican la consolidación en Estados Unidos de una filosofía neoimperialista a la que se refería Xavier Batalla en su columna de ayer de La Vanguardia. Puesto que el Imperio del Bien ha ganado la guerra fría, no hay que disimular o paliar su hegemonía, sino darla por inevitable y reprimir cuanto se oponga a los diseños de los señores de la globalización. No se perpetra esta filosofía sólo en lo que queda del edificio del Pentágono, sino también en medios de comunicación y en departamentos universitarios dedicados al estudio de la política internacional como sublimación de los intereses del Imperio legitimado. La disuasión mutua, acuñada por los hermanos Dulles como padrinos de la guerra fría, se sustituye ahora por la disuasión duradera.

Si prospera la lógica neoimperialista, el valor de lo política, económica y estratégicamente correcto, quedaría por encima de los presupuestos beneficientes del liberalismo. La Teología Neoliberal, revelada por un dios a Hayek en la cumbre del Monte Peregrino, se supeditaría a la Teología de la Seguridad, revelada a Ariel Sharon, en el Sinaí. Probablemente se trataba del mismo Dios. Ese Dios especializado en aparecerse en montañas sagradas para anunciar los cambios de horarios éticos y las rebajas de los derechos humanos, gran liquidación, fin de temporada.

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