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Reportaje:La semana del Masters | GOLF

Augusta a la vista

La diferente preparación de Olazábal y Sergio García para el primer 'grande' del año

Carlos Arribas

Al mismo tiempo que José María Olazábal se sienta ante el monitor de un ordenador en la lejana Las Vegas y teoriza sobre la física del movimiento, a unos cuantos miles de kilómetros, en la más cercana Borriol, provincia de Castellón, Sergio García practica, junto a Martina Hingis, la química de las relaciones humanas. Se acerca el Masters, el primer grande del año, y los dos golfistas españoles, que no esconden que tienen posibilidades de ganarlo, se preparan para la tarea. Cada uno, a su manera.

La lección de física de Olazábal versa sobre la descomposición de las fuerzas vectoriales, sobre los grados de ataque del driver a la pelota de golf en el tee, sobre la fuerza aplicada a la bola, la velocidad del objeto y la distancia alcanzada. Olazábal, sentado junto a Butch Harmon, el gurú más gurú del mundo del golf, ha visto vídeos con su swing, ha visto los movimientos de su swing, el cimbreo de las caderas, el giro del pecho, la altura de las manos, la vuelta de las piernas, una y otra vez; los ha visto a cámara lenta y descompuestos en un programa informático; ha visto los movimientos de otros jugadores y ha llegado a una conclusión: antes se quedaba corto porque levantaba mucho el palo y golpeaba a la bola con un ángulo de 30 grados; ahora, echando los brazos más atrás en vez de más arriba, alcanza a la bola con 89 grados, casi perfecto: la distancia crece.

García juega al tenis y se divierte con su novia, Martina Hingis, en un 'descentre' recíproco.
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El problema de la distancia no es menor. Augusta, el campo del Masters, le espera renovado, más largo, con cambios sustanciales en nueve de los 18 hoyos. Un Augusta distinto precisa un jugador diferente. Trabajo, mucho trabajo le ha costado a Olazábal, un ganador de dos Masters (1994 y 1999), que a los 36 años se ha embarcado en una tarea titánica, una faena de múltiples caras. Con éxito: ha jugado ocho torneos en Estados Unidos este año: ha ganado uno, ha quedado cinco veces entre los diez primeros, es el segundo en la lista de ganancias.

Hace una semana jugó el último torneo, en Houston (terminó el tercero). Después de dar el último golpe, se olvidó de todo lo accesorio para centrarse en Augusta. Un grande precisa de una liturgia previa única y el primer grande del año, que llega ocho meses después del último grande del anterior, más única todavía.

Sergio García, mucho más joven (22 años), más alto, más fuerte, es un pegador natural, un tipo largo que no quiere obsesionarse con un torneo como el Masters en el que, exceptuando su primera participación -se convirtió en el primer europeo que quedaba primero entre los amateurs-, no se ha encontrado a sí mismo. Así, su forma de centrarse en el Masters está guiada por la aproximación de Tiger Woods, el hombre-referencia de su generación. Woods, agobiado hace unos años, inventó una preparación en dos fases. la primera, el descentre: antes de un torneo, dedícate a divertirte en algo que no tenga nada ver con el golf; caza, pesca, juega, diviértete.

Sergio García juega al tenis y se divierte con su novia en una especie de descentre recíproco. Martina Hingis va de espectadora y se sumerge en el mundo del golf, cuando no tiene torneo, y viceversa, García se sienta en las gradas, y jugando al tenis, durante los torneos de Hingis. Y cuando los dos tienen la semana libre, como esta pasada, se juntan en Borriol, en la casa de Sergio. Pasean en el ferrari azul del Niño, se divierten. Se ríen. Disfrutan de la vida.

No ha sido la primera vez que ambos han puesto en práctica este sistema de preparación. Antes del torneo de Bay Hill (Florida), en el que García terminó el noveno, el golfista estuvo disfrutando viendo a Martina en la otra costa, en Indian Wells (California), practicando y saludando a celebridades de la raqueta, como Pete Sampras, en el vestíbulo del hotel.

La segunda fase de la preparación a lo Tiger es la de la llamada visualización. Woods, al que también dirige Harmon, se recluye en Orlando (Florida) y practica en solitario en un campo de golf. Se coloca en el tee, cierra los ojos y se imagina que está en el primer hoyo de Augusta y que debe pasar un búnker por la izquierda de la calle, o en el 13 y que tiene que cerrar la bola de derecha a izquierda. Y repite y repite.

Lo mismo hace García, pero en España. Después de despedirse de Hingis, el fin de semana el golfista se lo ha pasado jugando en Chiva (Valencia), en el campo de El Bosque, donde, dijo, se encuentra con hoyos similares a los del Augusta National Golf Club. Ayer, domingo, viajó a Estados Unidos.

Mientras, Olazábal, hormiguita, sigue con lo suyo, con el fine tuning, como si fuera el sintonizador de una radio. Ahora se trata de cambiar el grip,la forma de agarrar el driver. Se trata de que la mano izquierda, la del guante, se levante un poco y, en vez de con la palma, toque el mango con las falanges; así no se bloquea cuando da el golpe que más le cuesta, el draw, la bola de derecha a izquierda. Más física, más práctica, más éxito. Dice que ya da bien nueve de cada diez bolas que intenta.

El jueves, en Augusta, bajo los escrutadores ojos de decenas de miles de espectadores, rodeadas de los mejores jugadores del mundo, la aproximación física y la aproximación química se someterán a la prueba definitiva. Se acabarán los experimentos. Comenzará Augusta. La chaqueta verde estará en juego. Y los dos tienen posibilidades de vestirla.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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