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Reportaje:CRÓNICA EN VERDE

Malos tiempos para un especialista

Los hábitos y necesidades del lince ibérico explican su dramática situación

En todo el mundo habitan treinta y seis especies de felinos silvestres. Para determinar la situación de cada una de ellas y diseñar un plan de actuaciones que atendiera a las más desfavorecidas, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) analizó distintas variables que permitían establecer una clasificación según el grado de amenaza. Una vez concluido este trabajo, las diferentes especies quedaron distribuidas en cinco categorías. El único felino que se citaba en el primero de estos apartados, reservado a los animales en peligro crítico de extinción, fue el lince ibérico. Se trataba, por tanto, del gato salvaje más amenazado del mundo, por delante de parientes tan significativos como el tigre o la pantera de las nieves.

Seis años han transcurrido desde que se publicó este informe, y la situación del lince ibérico, lejos de mejorar, se ha ido agravando. A finales de los ochenta se calculó que, en toda la Península, sobrevivían entre 800 y 1.100 ejemplares. En 1996 este censo se revisó a la baja, y entonces la población se fijó en unos 600 individuos. Hoy, aseguran los especialistas, apenas quedan entre 400 y 500, menos de la mitad de los que se anotaban hace tan solo una década.

Popular pero desconocido

A fuerza de ocupar espacio en los medios de comunicación, casi siempre como protagonista de malas noticias, el lince goza de cierta popularidad que, sin embargo, no es sinónimo de conocimiento. Este vacío, en el que se fundamentan muchas creencias y suposiciones erróneas, han tratado de remediarlo Miguel Delibes y Paco Palomares, investigadores de la Estación Biológica de Doñana (EBD), y Antonio Sabater, fotógrafo de naturaleza, autores de un libro, patrocinado por la Consejería de Medio Ambiente, en el que se desvelan, de forma rigurosa pero asequible a cualquier lector, las características, hábitos y necesidades de este felino, que son, en definitiva, las que explican su dramática situación.

Para empezar, el lince ibérico es un especialista, diseñado para alimentarse, casi en exclusiva, de conejos. Investigaciones llevadas a cabo en Doñana revelaron la intensidad de este vínculo, ya que de 1.200 presas analizadas en las heces de estos felinos tan solo diecinueve no eran conejos.

Por desgracia, su principal alimento ya no es tan abundante como antaño, en parte por las modificaciones que han sufrido las zonas rurales y también por el impacto de algunas enfermedades. Los conejos mueren en verano de mixomatosis y en invierno de neumonía. De nuevo tomando como referencia la comarca de Doñana, los datos recopilados por los investigadores de la EBD ponen de manifiesto cómo la abundancia de conejos es hoy, en promedio, veinte veces menor que la registrada a mediados del siglo XX.

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En lo que se refiere a su hábitat, el lince ibérico es igualmente selectivo. Es un cazador del monte mediterráneo y necesita, por tanto, el abrigo de espesas manchas de matorral, salpicadas de algunos claros en los que crezca el pasto que sirve de alimento a sus presas. Zonas de vegetación bien conservada en donde las actividades humanas no causen demasiadas molestias.

Una hembra reproductora, explican Delibes y Palomares, 'precisa al menos de trescientas o cuatrocientas hectáreas para resolver todas sus necesidades, y en zonas donde comida y refugio no abunden esta superficie puede llegar a superar las mil hectáreas'. Si hablamos de una población mínima, compuesta por varias parejas, las necesidades se espacio se multiplican hasta sumar varias miles de hectáreas. Y estas grandes zonas de monte mediterráneo en buen estado son cada vez más escasas.

En 1960 el lince ibérico ocupaba un territorio total cercano a los 60.000 kilómetros cuadrados. Hoy se calcula que dispone de un área inferior a los 15.000 kilómetros cuadrados y, lo que es peor aún, los grandes núcleos en los que habitaba han quedado fragmentados en medio centenar de enclaves dispersos, incomunicados entre sí. Muchos de ellos cuentan con tan pocos ejemplares que la extinción está prácticamente garantizada a corto plazo, ya que en ellos la reproducción se torna complicada, aparecen problemas de deterioro genético y cualquier alteración puede resultar catastrófica.

Comentarios y sugerencias a propósito de Crónica en verde pueden remitirse al e-mail: sandoval@arrakis.es

El tigre andaluz

Dentro del grupo de los felinos, y en contra de lo que pudiera pensarse a la vista de su porte, el lince ibérico desciende de las grandes fieras. Mantiene así mayores vínculos de parentesco con el tigre que con el gato montés, más cercanía evolutiva con el leopardo que con un ocelote. 'En el pasado', explican Delibes y Palomares, 'el antecesor directo del lince ibérico, que los paleontólogos conocen como lince de las cavernas, era de mayor tamaño que el actual y ocupaba gran parte de Europa'. Posiblemente bajo el efecto de las glaciaciones, una población de estos animales primitivos quedó aislada en el suroeste del continente, mientras que otra se mantuvo en el norte de Asia. De la primera procede el lince ibérico y de la segunda el europeo. Hace unos pocos miles de años el lince ibérico debía ser una especie abundante en toda la Península. Incluso formaba parte de la dieta de nuestros antepasados, como lo demuestra la presencia de restos del felino en diferentes yacimientos arqueológicos. A mediados del siglo XIX, Mariano de la Paz Graells citaba la presencia de este animal en Andalucía, Extremadura, Cuenca, Sierra Morena, Salamanca, Palencia, Asturias, Galicia y Aragón. Antes de que se iniciara el siglo XX, comenzó a escasear en la zona norte y en el este del país, aunque mantenía poblaciones de importancia en el centro y sur de la Península. Ya en 1960 sus dominios habían quedado limitados al cuadrante suroccidental. 'La distribución entonces', precisan Delibes y Palomares, 'era amplia y más o menos continua en Sierra Morena, los Montes de Toledo, las Sierras de Extremadura, parte del Sistema Central, sur de Portugal, Granada y Doñana'. Los que han sobrevivido se encuentran ahora fragmentados, hasta el punto de que solo Sierra Morena Oriental, y quizá los Montes de Toledo, mantienen poblaciones que superan el centenar de ejemplares.

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