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Columna
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Periodistas

En este instante en que medio país va y el otro viene, cuando nos hallamos plenamente sumergidos en la 'sociedad del futuro', una sociedad entre consumista y arrebatada, entre individualista-derrochadora y comunitarista-sacrificial; cuando nos hallamos entre dos mundos que divergen, el occidental acomodado -nosotros- y el oriental -o el africano-, desesperado y desesperante (Palestina, los pobres, y los ricos del 11 de septiembre como escarnio), y cuando el 'vecindario' está amenazado de muerte por una parodia espeluznante de todo esto, la parodia de ETA y su entorno (¿consumismo sacrificial?), uno se pregunta sobre el papel del comunicador: esa persona que media entre el hecho y el público, entre la realidad y su lectura social.

Hoy se le llama periodismo. Conozco a gente que se ha recorrido el mundo y su país para darnos cuenta de lo que viene (Robert D. Kaplan) o que lo ha hecho para contarnos lo que hay (Timothy Garton Ash). También otros que han pasado horas observando, respirando y empapándose del ambiente para mandar una crónica en veinte líneas y marcharse a tomar un café. Gente que se mantiene en su puesto mientras otros marchan de puente, a la playa o de lunch. Tropa con la sensación del paria muchas veces, y, las menos, sabiéndose esencial para que ese hecho visto, observado, analizado, trascienda y se haga carne tras ser verbo. Gente valiosa, gente que se fía de lo que ve y procura contar lo que hay.

¿Nunca el periodista debe ser noticia? Tal vez. Quizá esto sirva como máxima en las facultades de periodismo del primer mundo. En el mundo real, no. Ellos son los que cuentan (los que valen y los que comunican, cuentan en ambos sentidos). Son nuestros ojos y nuestro corazón allá donde hay un muerto o una apoteosis de vida. Vivimos en la aldea global a través de sus sentidos (o de su inteligencia). El periodista, dice Arcadi Espada, es como un niño: 'las cosas dejan de existir cuando él deja de mirarlas'. Él es lo que en realidad importa, como importan a uno su vista o su oído. De modo y manera que lo que cuenta es cómo sea el periodista, el modo en que hace su trabajo, lo que dice de lo que fue y ocurrió. (¿Recuerdan El año que vivimos peligrosamente?) El periodista del siglo XXI, cuando nos movemos entre la nada y el todo, la comodidad y el infierno, podrá no ser noticia, pero es esencial para nuestro sistema de información, para nuestra carta de navegación por la vida.

Uno, modestamente, hace sus pinitos. Y le asaltan las dudas. Desde luego, en primer lugar, ser leal al lector. Pero, a partir de esto, ¿meterse en la vida pública hasta formar parte de ella e implicarse en las refriegas partidarias e institucionales, o mantenerse al margen? ¿Escribir como parte del ajetreo de la calle o estar en la calle para ver el ajetreo? ¿Tomar partido en el Congreso de los socialistas -leitmotiv de esta nota y meollo de la vida política del paisito- o analizar sus orígenes y resultados? ¿Hacer un tango o aplicarse en un blues?

Quizá, todo valga. (¿Tango o blues?, ambos están hechos desde el más puro sentimiento.). Pero uno está por reposar y analizar, no meterse 'en la piel de nadie' (al contrario de lo que proponía el estadounidense Truman Capote, autor de A sangre fría, crónica de un asesinato de psicópatas y promotor de la 'novela de los hechos reales'). Uno, metido a cronista, nada quiere novelar. Basta con rememorar los hechos tal como ocurrieron (pongamos que hablo de Ranke). ¿Es ésa la actitud del periodista, explicar los hechos y huir del partidismo estetizante? Pudiera ser.

Mientras tanto, reflexione usted sobre lo que lee. Encontrará voces variadas. Yo (con mayúscula por ir tras punto) elijo a quienes quieren narrar lo que ocurre, a quienes son testigos de palabra clara -renunciando a cualquier protagonismo- de lo que ocurre. De ello dependerá que nuestros ojos y nuestro corazón, allá donde haya un muerto o una apoteosis de vida, nos sean fieles y nos hablen de la vida y de la muerte sin aditamentos. Son los periodistas.

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