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'Lo que sucede con los palestinos me recuerda el 'apartheid'

Wole Soyinka, premio Nobel de Literatura en 1986, sabe lo que es la represión. Encarcelado por la dictadura militar de su país y condenado a muerte en absentia, el novelista nigeriano vive desde hace siete años en el exilio. Alto, con barba y pelo grises, de 68 años, Soyinka es un hombre cuya experiencia y gran dignidad, similar a la de su amigo Nelson Mandela, le otorgan un peso moral especial. Esta semana visitó los territorios palestinos como parte de una delegación del Parlamento Internacional de Escritores. Soyinka habló con EL PAÍS en la frontera que separa Israel de la Franja de Gaza.

Pregunta. A pesar de la escalada bélica y a pesar de las terribles condiciones de vida de los palestinos, ¿no le parece que hay y ha habido conflictos más violentos?

Respuesta. Estoy de acuerdo.

P. Entonces, ¿qué es lo que diferencia este conflicto de otros?

R. Primero, la arrogancia del robo. La tierra no es un artículo de lujo. Existe un vínculo emocional entre la gente y su tierra. Cuando a uno se la arrebatan, los sentimientos que provoca no se pueden comparar a los de la persona que ha perdido el coche. La tierra fue, por ejemplo, la clave del conflicto anticolonialista en Kenia. Fue lo que dio lugar al movimiento Mau Mau. No fue sólo lucha anticolonialismo; existía ese factor adicional que hizo que esa lucha fuese más violenta en Kenia que en África occidental. Ese tipo de colonialismo, en el que la potencia extranjera ha ocupado la tierra, siempre se ha combatido con amargura extraordinaria.

P. ¿Como en Zimbabue hoy?

R. Mugabe ha sabido utilizar la fuerza emocional que genera el problema de la tierra para sus propios fines políticos, para encubrir sus crímenes. Lo que los palestinos han tenido que soportar aquí es ver cómo los israelíes se comían su tierra. Sólo que en este caso los responsables, los que bombardean las casas, empujando a los palestinos de manera sistemática y año tras año, son seres humanos. Es como si a uno le amputaran una parte de su cuerpo.

P. ¿Y lo segundo?

R. Lo segundo es la humillación. Esa sensación de que se ocupa un estatus de inferioridad en su propia tierra, en la tierra que uno cree que le pertenece. Observemos, por ejemplo, los retenes militares israelíes, los que controlan el movimiento de la gente y convierten los lugares donde residen los palestinos en verdaderas cárceles... Creo que el móvil de esos retenes no es tanto la seguridad; lo están haciendo para humillar.

P. ¿La humillación como instrumento político?

R. Por supuesto. El objetivo es reducir al rival. Hasta al punto de que el rival deja de creer en sí mismo. En algunas sociedades funciona. Lo hemos visto... En Ramala vi a las señoras mayores y vi a los niños... Pero ellos no se rinden.

P. Ha dicho que esta situación en los territorios ocupados le recuerda a la Suráfrica de la época del apartheid.

R. Mucho, aunque existen diferencias. Las poblaciones negras eran guetos durante el apartheid. Ramala y Gaza, en cambio, son auténticas ciudades. Pero la verdad es que aquí se está acorralando a la gente de la misma manera que se hizo allá. Existen carreteras en las que está prohibido el tránsito a los palestinos; eso no existía en el apartheid surafricano. Cuando digo que se parece al sistema del apartheid sé exactamente de lo que estoy hablando: un sistema en el que un grupo de ciudadanos posee los derechos y otro que no los posee; un grupo de ciudadanos al que no se les permite vivir en el lugar donde trabajan.

P. ¿En este contexto, es capaz de entender el fenómeno de los terroristas suicidas, las llamadas bombas humanas?

R. Sí. La desesperación siempre ha conducido a las personas a llevar a cabo acciones extremas. Lo predije en un artículo hace tiempo, cuando se dieron los primeros casos. Dije que las bombas suicidas estaban destinadas a convertirse en una realidad permanente. Un terrorista suicida engrendra otro y a otro más, y entonces engendra un culto. Es inevitable, ni siquiera hay que pensarlo. Hubo una película sobre los terroristas suicidas en la que se mostraba el lugar de entrenamiento; cómo y cuándo se convirtió aquello en un fenomeno religioso, casi místico... Cómo metían a los primeros reclutas en una tumba abierta para poder experimentar la paz que ahí se sentía. Se demostró que se pueden lavar los cerebros de la gente, resintonizar la psicología humana.

P. ¿Qué tiene que ver en esto la religión islámica?

R. Éste no es un fenómeno nuevo. Teníamos a los kamikazes japoneses en la II Guerra Mundial; teníamos a los monjes budistas... Y me acuerdo de Jan Palach, que se quemó vivo en Checoslovaquia durante la invasión soviética. ¿Cómo entender estos fenómenos? Hay que tomar en cuenta tantos factores, sin excluir la psicología del mismo individuo. Y también está la psicología del grupo. La psicología puede ser algo infeccioso, como una enfermedad que toma posesión de la personalidad, de la filosofía de una persona y de sus propias entrañas. Así que no me sorprende para nada esta plaga de atentados suicidas. Y va a continuar. Hay más y más voluntarios. Ya no ven la muerte como la extinción, sino como un viaje.

P. ¿Como si una persona pudiera trascender de la humillación y reafirmar su identidad a través de la muerte?

R. En cierto sentido, sí. A través de la muerte me convierto en alguien.

P. ¿Muero ergo sum?

R. Eso lo define perfectamente. ¿Y cómo combate uno a semejante fenómeno? No se puede.

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