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LA CRÓNICA
Columna
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Sayonara, Toshiaki

En Cataluña se concentra buena parte de la inmigración japonesa en España. Se trata de una comunidad reducida: según datos del consulado, están contabilizados 1.697 residentes en la provincia de Barcelona, y apenas un centenar en el resto de provincias. A diferencia de lo que sucede en el continente americano, donde la inmigración dio comienzo a principios de siglo, la inmigración nipona se inicia en Cataluña en la década de 1960, y a lo largo de la de 1990 sufre su mayor incremento. Básicamente ligada al establecimiento de empresas japonesas, la mayor parte de la comunidad está constituida por trabajadores altamente cualificados que se instalan en Sarrià-Sant Gervasi, Les Corts, l'Eixample y Sant Cugat del Vallès, generalmente por un tiempo limitado, razón por la cual no suelen dedicarse a aprender nuestro idioma, lo que hace que se relacionen poco y resulten de una discreción que raya la invisibilidad.

El paseo de la escuela japonesa tiene exactamente la anchura de La Rambla, y su longitud equivale a la anchura de la Sagrada Familia

Un buen ejemplo de ello es la escuela japonesa, la única que hay en Cataluña. Situada en el término de Sant Cugat, la escuela es un pedazo de Sol Naciente recortado de allí y pegado aquí. Pese a los esfuerzos que su director dice realizar para integrar a los alumnos en el entorno más cercano (intercambios con otras escuelas de la zona, etcétera), la escuela sigue teniendo ese aire de burbuja nipona y sólo gracias a Xavier Forasté, el único empleado que habla algún idioma occidental, puedo entrevistarme con Toshiaki Okano, el director. Aunque está muy ocupado por su inminente regreso a Japón tras tres años de estancia en Barcelona, me recibe con gran amabilidad. Excelente fotógrafo, Toshiaki me muestra orgulloso las innumerables cajas de diapositivas que ha realizado de los cielos de nuestra Costa Brava y de las montañas del Pirineo. En Japón triunfan los tópicos más trasnochados sobre España, (y así, muchos japoneses vienen a Cataluña como si vinieran a Sevilla, y hasta vienen a Europa como si vinieran a América, pues para ellos, grosso modo, todo lo occidental es sinónimo de americano, como para nosotros todo lo oriental es sinónimo de chino). De ahí que el señor Okano se halle asombrado por haber descubierto un lugar que tiene una identidad, una lengua propia y gran diversidad de paisajes. Toshiaki me acompaña al exterior para mostrarme algo: 'Cuando llegué, me dice señalando las tres banderas que ondean a la puerta del colegio, estaba la bandera de Japón y la de España. Fue idea mía añadir la de Cataluña'. Me sonríe. Le devuelvo una sonrisa conmovida, aunque lo que me conmueve es el detalle, no el estampado patrio, pero ¿Cómo explicarle a Toshiaki que, de toda la vida, sólo he conseguido ver las banderas como manteles de pic-nic desperdiciados, y en tal caso, el que más me conmueve es el suyo, que imagino precioso tan blanco sobre la hierba verde y con la cesta sobre el círculo rojo, bien centrada? Vamos, le digo esto y seguro que no lo aprecia.

Y es que tenemos distinto concepto de la solemnidad, del trabajo, de la espontaneidad y del rigor. Especialmente de esto último: la educación japonesa, por ejemplo, es de una exigencia extraordinaria. Okano dice que los tiempos han cambiado, y así lo expuso en una conferencia que pronunció recientemente en la UAB: Hay que reformar la educación en Japón, los alumnos ya no trabajan con la misma exigencia de antes. Mientras él dice esto, mi intérprete, que de vez en cuando se toma alguna libertad, repite: 'No paran, no paran'. A eso se le llama relatividad cultural. En efecto, un pequeño paseo por las aulas me permite ver un enjambre de laboriosos alumnos cultivando su bella caligrafía, mientras en otra clase, un alumno dibuja en la pizarra el gráfico de un tsunami, más o menos a la misma edad que nuestros niños aprenden a pintar el arco iris con plastidecor.

Y es que no se puede tener todo. Nosotros deberíamos aprender de su rigor. Ellos ya hace tiempo que se esfuerzan por conseguir abrir sus escuelas a un modo de trabajar más creativo. Pero del mismo modo que nuestro temperamento latino tal vez nunca nos permita alcanzar su destreza en determinados ámbitos, a ellos les resulta difícil prescindir de su modo industrioso y metódico de proceder, de la precisión en el copiar que a menudo atenta contra el impulso creativo. Para muestra, un detalle: antes de abandonar el recinto, me conduce al jardín. Ante una ancha banda de césped flanqueada de árboles jóvenes, Toshiaki Okano me dice: 'Quiero mostrarle mi obra: el ancho de este paseo equivale exactamente a la anchura de La Rambla. Y la longitud, equivale a la anchura de la Sagrada Familia. Yo me iré, pero mi obra se quedará aquí'. Mientras tanto, Forasté me comenta: 'Me envió a La Rambla con una cinta métrica. Un centímetro de más o un centímetro de menos, es importante'. Conmovida una vez más por la persona más que por sus obras, me digo que, al fin y al cabo, al hecho de combinar copias precisas también se le puede llamar creatividad. Pues todo está inventado y todos copiamos, y sólo en la capacidad de combinar está la posibilidad de crear algo propio. Visto desde esta perspectiva, Toshiaki puede irse tranquilo. Aquí queda su obra. Y por ella será recordado, cuando dentro de unos días esté en su casa, a unos 15.000 kilómetros de Barcelona. ¿O son 20.000? En fin, tampoco vamos ahora a reñir por unos miles de kilómetros de nada.

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