¿Quién mató al pequeño Samuele?
Italia sigue con pasión las investigaciones sobre la muerte de un niño
Las sucesivas matanzas en Oriente Próximo, la muerte de la reina madre de Inglaterra, la amenaza de huelga general de los sindicatos, todo quedó en segundo plano el sábado para la sociedad italiana ante la noticia de la puesta en libertad de Anna Maria Franzoni, una mujer de 31 años acusada del asesinato de su hijo de tres. Era una noticia esperada por unos y temida por otros desde el macabro hallazgo, el 30 de enero, del cuerpo agonizante de Samuele Lorenzi, ensangrentado y con el cráneo aplastado, en el dormitorio paterno, en un chalé perdido al pie de los Alpes, en la localidad de Cogne (Aosta). Un pueblecito de cuento con apenas 1.400 habitantes. Para muchos, la detención de Anna Maria, a mediados de marzo, venía a poner punto final a una terrible pesadilla.
La presión popular ha llevado a la excarcelación de la madre del muchacho, acusada por las fiscales
Pero el encierro ha sido breve. Los jueces del tribunal que debía supervisar su caso optaron por dejarla libre el sábado, al no encontrar suficientemente sólidas las pruebas contra ella. Anna Maria ha regresado a la casa paterna, en Monteacut (Bolonia), en medio del clamor popular, y ayer mismo cumplió con el rito requerido de visitar de nuevo la tumba del pequeño Samuele. En Cogne, la gente se ha vuelto a dar de bruces con la realidad de un asesinato sin móvil, sin testigos y sin arma del delito, que parece acusarles colectivamente.
Durante dos meses, el caso ha planeado sobre las cabezas de los italianos como el gran tema del año. Ha dado pie a decenas de debates en televisión, y sobre el que han opinado párrocos, obispos, cardenales y hasta el Papa, que en una discreta carta de respuesta a la petición de ayuda de la madre le prometió que rezaría por ella.
Psicólogos y sociólogos han lamentado el morboso interés por una historia, 'servida a los italianos en todas las salsas', como ha reconocido el periodista Beppe Severgnini, de la que, al mismo tiempo, nadie se siente capaz de despegarse. Estamos ante un gran culebrón repleto de intriga y de misterio, interpretado no por un grupo de actores, sino por una pareja de treintañeros ejemplares, Stefano y Anna Maria Lorenzi, y toda una localidad, obligada a hacer el papel del coro en este inmenso drama.
Todo empezó la mañana del 30 enero. Entre las 8.16 y las 8.30 de la mañana, Anna Maria Franzoni se ausentó brevemente de su casa para llevar al hijo mayor a la parada del autobús escolar. A su regreso observó que el pequeño Samuele, acostado en la cama conyugal, la esperaba tapado con el edredón; 'pensé que quería jugar al escondite, como otras veces, pero cuando levanté la colcha vi un mar de sangre en torno a su cabeza', declararía después a las fiscales de Aosta, Stefania Cugge y Maria del Savio Bonaudo. Durante semanas, jueces y policías han buscado en vano el arma con el que le fueron infligidas diecisiete heridas mortales al pequeño, han buscado la huella de un hipotético asesino local o de un perturbado llegado de fuera, sin encontrar nada, haciéndose siempre la misma pregunta: ¿por qué?
El análisis de los objetos y vestidos encontrados en la vivienda de los Lorenzi, llevado a cabo por especialistas de los Carabineros de Parma pareció desembocar en una conclusión, el asesino calzaba los zuecos blancos de Anna Maria y vestía su pijama, ambos manchados con la sangre de Samuele. Pero, ¿qué podría impulsar a una madre a cometer el más antinatural de los crímenes, asesinar al propio hijo? En Cogne se habló de una Anna Maria con serios problemas psíquicos, angustiada además por el temor a un hipotético retraso mental de Samuele. Las dos fiscales acusaron sin vacilar a Anna Maria Franzoni del asesinato, y el juez instructor, Fabrizio Gandini, ordenó su arresto a mitad de marzo.
Pero la familia Franzoni, dirigida por el padre de Anna Maria, no se dio en ningún momento por vencida. Contrataron a un reputado abogado y movilizaron a la opinión pública, con la ayuda de periodistas, juristas y personajes de la vida pública italiana. Se organizaron comités de apoyo dispuestos a proclamar con fuerza la inocencia de la joven madre, y la inmensa ola ha terminado por arrasar los indicios, nunca demasiado sólidos, que hacían de ella la única asesina posible.
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