Sin Autoridad
Arafat, aislado en dos despachos de unos cuarteles palestinos tomados por las fuerzas israelíes, como el conjunto de Ramala, se ha convertido en un símbolo de resistencia. Las manifestaciones en apoyo de Arafat en Europa, en la región, y en particular en los campos de refugiados palestinos en Líbano y Jordania, han dado un nuevo halo al presidente de lo que ya es sólo nominalmente la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Israel le ha hecho recuperar a Arafat, personaje que dista de ser un santo o siquiera un hombre de Estado, la autoridad perdida entre los suyos, a un precio humano demasiado elevado. Pero justamente por eso la permanencia de Arafat en Ramala puede hacerse insostenible para Israel. Su situación peligra.
Sin agua, electricidad o batería para su teléfono móvil, con el que se mantenía en contacto con el mundo externo, Arafat ha perdido capacidad administrativa, pero ha ganado en autoridad moral, que Israel pierde día a día al ampliar la guerra de Sharon para destruir al que el primer ministro califica de 'enemigo'. Los cinco policías encontrados asesinados a sangre fría en Ramala, la amenaza de asaltar la sede del jefe de la seguridad en Cisjordania si no se le entregaban unos palestinos que reclamaba, los tanques y bombardeos en Hebrón y las incursiones en Gaza -es decir, la reocupación de territorios ya retrocedidos a la ANP-, juegan en contra de Israel. Llamar por altavoces a que salieran en Ramala los varones de 15 a 50 años para detenerles, o las incursiones en hospitales en busca de terroristas, recuerdan la manera de modos antisemitas que se creían superados. Y que seis observadores españoles de ONG no fueran ayer autorizados a entrar en Israel indica que se quiere impedir la presencia de testigos.
Han seguido produciéndose injustificables y salvajes atentados palestinos -otro, anoche mismo, con numerosas víctimas en una cafetería en Tel Aviv-, y estos actos juegan en favor de Israel. Pero en las actuales condiciones, Israel ya no puede exigir a Arafat que ordene parar y detener a esos terroristas dispuestos a matar muriendo, pues le ha quitado los medios para hacerlo, si es que alguna vez los tuvo y si realmente llegó a quererlo. Sea como sea, la estrategia de Sharon está fracasando. Ganó unas elecciones prometiendo no paz, sino seguridad. La paz se ha alejado para Israel, para los palestinos y para el resto del mundo. Israel vive en una inseguridad mucho mayor que antes. Es claro que este conflicto, como recordara Aznar en Beirut en nombre de la UE, no se puede ganar militarmente y que la estrategia del empeoramiento puede llevar a una enorme tragedia. Sharon amplía esta guerra, asimétrica, a todos los territorios palestinos, 'sin límites geográficos', según su ministro de Defensa, con un aviso contra Hezbolá en Líbano.
Al destruir la ANP, Sharon está minando su propia autoridad. La escalada israelí dificulta cualquier salida, que tendría que empezar con un alto el fuego que se pide desde fuera, aunque con poca convicción. Si la víspera fue el Frente Nacional para la Liberación de Palestina el que amenazó con atentar contra israelíes en el mundo entero, ayer fue Al Fatah, el movimiento del propio Arafat, quien ordenó una 'movilización general' y prometió una 'respuesta inimaginable' si Israel dañara al presidente de la ANP.
La presión internacional, aunque sea verbal, y la resolución aprobada ayer por el Consejo de Seguridad de la ONU exigiendo un alto el fuego y la retirada israelí de las ciudades palestinas en las que ha entrado, han permitido salvar a Arafat. El mundo exterior, particularmente EE UU y los europeos, deben y pueden hacer algo, más allá de la política declarativa, como ayer, a la luz de las velas, les imploró Arafat. Deben imponer una suspensión de hostilidades y, eventualmente, una paz justa para ambas partes. EE UU, pese a haber perdido la confianza de los palestinos, es el único que podría torcer el brazo a Sharon, si quisiera, y si supiera lo que quiere, pues la Administración de Bush, atrapada entre su deseo de atraer el voto judío en noviembre y las presiones internacionales, tiene voces diversas, y lo que dijo anoche Bush al 'comprender' la necesidad de Israel de 'defenderse', o Colin Powell al justificar la acción israelí, no coincide con lo que luego acepta su delegación en la ONU.
Intervenir, primero para apaciguar y después para abrir un futuro de esperanza y justicia para ambas partes, es no sólo un deber moral, sino la defensa del interés de EE UU y los europeos. Teherán no exagera cuando alerta de que la paz mundial está en juego. La reunión en Jerusalén de enviados especiales de EE UU, la UE, Rusia y la ONU era ayer la única tenue esperanza de hacer algo para detener esta espiral de locura.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.