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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ni el poder ni la gloria

Al igual que el Nobel Isaac Bashevis Singer (1904), Henry Roth (1906-1995) fue un judío emigrado a Estados Unidos, dispuesto a preservar su propia cultura familiar, de lengua yiddish y moral sionista, en el hervidero urbano de Nueva York, en cuyo Lower East Side transcurrió su infancia, vertida con todo lujo de detalles en Llámalo sueño (1934), una primera novela que al reeditarse treinta años después convirtió a Roth en un escritor de culto. Desde su atalaya de setenta años y mecido por el éxito de su Llámalo sueño, acometió la escritura de la tetralogía A merced de una corriente salvaje, gigantesco esfuerzo narrativo, en la encrucijada de la ficción y la autobiografía, comparable en ambición introspectiva y en sentido social (la conciencia individual en pugna con la identidad colectiva) tan sólo a los ciclos En busca del tiempo perdido, de Proust, o Una danza para la música del tiempo, de Anthony Powell, ¿las novelas angoleñas de Lobo Antunes? o las pentalogías autobiográficas de Thomas Bernhard, que arranca con El origen, y de Doris Lessing, Hijos de la violencia, esto es, algunos de los grandes frescos del XX.

REDENCIÓN

Henry Roth Traducción de Pilar Vázquez Alfaguara. Madrid, 2002 533 páginas. 19,25 euros

La obra de Roth prefigura la narrativa judía norteamericana que surge en la inmediata posguerra mundial de la pluma de Bellow, de Philip Roth, Malamud, Heller o E. L. Doctorow, nacida del conflicto cultural, la carencia lingüística y la educación sentimental que el lector encuentra en A merced de una corriente salvaje, sus desordenadas y endogámicas memorias cuyo tercer volumen corresponde a Redención (1996).

El lector de las dos primeras

entregas, Una estrella brilla sobre Mount Morris Park y Un trampolín de piedra sobre el Hudson, sabe que la máscara con la que Roth se oculta para salir al escenario de ficción de su vida es la de Ira Stigman, apenas un muchacho deambulando por el gueto del Harlem irlandés en la primera novela, y un joven enamorado hasta el delirio de su sofisticada y glamurosa musa Edith Welles en Redención, surgido de un barrio judío marginal e infiltrado en el rutilante Manhattan de los años veinte, cosmopolita y pasado de vueltas como el universo que Scott Fitzgerald le construyó a Gatsby, coetáneo de Stigman. Incontables páginas de esta memoria afectiva de su juventud resultan prodigiosas.

Su reconstrucción de la ciudad de Nueva York desde una óptica lateral, por ejemplo (la cenital se la apropió Dos Passos al escribir Manhattan Transfer filmando de lejos el tejido social). O el deseo de aspirar a recluir la vida entera en el espacio de un relato cuya poética genuina no es otra que la de la vida considerada como una de las bellas artes (de la apolínea pureza de sentimientos del joven Ira al dionisiaco, romántico combate por el amor y el socialismo de Henry (Stigman) Roth, paseándose por las ruinas del sueño americano, vencido por la vigilia de la misma Depresión que retrató su contemporáneo Steinbeck). O acaso también, en fin, la propia imagen de la novela convertida en rompecabezas en el que encajan sin dificultad las piezas que componen la imagen del trasterrado Roth y de su vida, redimida por la misma escritura que revela sus instrucciones de uso. Un hombre que tan pronto enseña matemáticas como arregla grifos o cría patos debe de tener mucho que decir sobre la vida, y en efecto Roth nos lo cuenta casi todo, precisamente cuando está muy cerca de la muerte y su tetralogía autobiográfica se vuelve una inmensa analepsis.

Nos cuenta acerca de los grandes temas. Del compromiso a ultranza con la lengua, último reducto de la identidad (Roth, como hizo Nabokov con el ruso, anota el vocablo yiddish cuando el inglés le parece traicionero), de la iniciación y la integración en una mestiza tierra prometida llamada América, de las ataduras religiosas y la disputa entre libertinaje y moral, de las enojosas decepciones de la amistad y el amor. Y nos cuenta acerca de las pequeñas alegrías de la vida, una cita de cuento de hadas, una manzana reluciente o ciertas disquisiciones ad libitum sobre el Ulises de Joyce (jugosas páginas 100 a 113), su libro mágico, pues al fin y al cabo, como señaló Faulkner en una ocasión, 'nada, ni el poder, ni la gloria, ni el placer, tiene tanto valor como el simple hecho de saber que estás vivo'.

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