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Columna
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La patria

La patria sirve para que un muchacho feliz, de cuerpo atlético y espíritu sano, amigo de sus amigos, cariñoso con sus padres y hermanos, aficionado a la música, atento en clase, delicado con los abuelos carlistas y muy generoso con los marginados y los pobres de pedir, un buen mal día prenda fuego a un contenedor, y otro día incendie un autobús, y otro más apalee hasta casi la muerte a un ertzaina, y otro día más -el primero de los que ya no tienen retorno-, coja una pistola y le vuele la tapa de los sesos a un señor al que no conoce, empleado o comerciante, o tal vez jubilado, en cualquier caso un concejal de bien que lleva una vida de compromiso con sus ideas políticas. La patria sirve para que el muchacho bueno que se volvió alimaña de la etnia no sienta pena, sino incluso alegría, o en todo caso la modesta satisfacción por el deber cumplido cuando, antes de huir del lugar del crimen, contemple con frialdad el rostro del cadáver demócrata que quedó tendido en cualquier esquina de la península.

La patria sirve para eso aunque dicen que también para otras cosas, en este caso buenas. ¿Y cuáles son esas otras cosas? Se habla de castizas emociones delante de un desfile militar; del ocasional orgullo por compartir paisanaje con ilustres cardenales, tronos, dominaciones y potestades, y también se habla de derramar lágrimas de orgullo cuando un equipo de fútbol gana un partido trascendental. Y casi nada más, porque la patria, en el fondo, sirve para poco.

Tal vez funciona mejor en países como USA, donde cada vecino llegó de un confín del mundo, y su único enganche con la nueva sociedad a la que quiere pertenecer es izar una bandera con barras y estrellas en el jardín. La patria es un peligroso destello de la sinrazón. Y, con todo, necesitamos de la patria. Pero de otra patria, claro. De una que nos construye, y que es nuestra infancia: patria de cada uno, intransferible y solitaria. Y de otra patria más que nos proyecta al margen de fronteras y mitos, de propiedades de la sangre y de tópicas afinidades: hablo de la patria respetuosa, creativa y antigua que consiste en compartir un mismo idioma: una misma senda hacia la cultura universal.

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