Vírgenes, policías y 'hippies'
La Policía Local de Granada es, a la vista del porcentaje fijo de agentes de baja por enfermedad, la más frágil del Reino. Entre las fuerzas de seguridad el promedio de licencias por desarreglos físicos es del 5%, un porcentaje que, en el caso de nuestros guardias municipales, se eleva sobre el 15%. Uno pensaría que el organismo de nuestros agentes es quebradizo y translúcido como el vidrio sino fuera por que su sindicato mayoritario admitió recientemente que muchos de los padecimientos que originan las bajas son fingidos.
Otro argumento en contra de la aparente inconsistencia de nuestros policías es la contundencia que a veces emplean con los ciudadanos. Sin ir más lejos, los agentes, a causa de una falta de previsión indigna de unos policías con conocimientos académicos, arremetieron con porras y manos contra unos jóvenes que pretendían celebrar una fiesta primaveral que, hasta hace dos años, ha estado alentada por el propio Ayuntamiento. Varios chicos afirman que fueron apaleados sin piedad, vejados, arrastrados por los cabellos (un método disuasorio que por su reiteración debe constituir por sí mismo una asignatura cuatrimestral de la Academia de Policía) e incluso trasladados a un jardín apartado donde recibieron una segunda somanta mientras permanecían esposados.
¿Frágiles nuestros policías? Más bien por su comportamiento en el caso que nos ocupa brutos e irrespetuosos. Un servidor tuvo oportunidad de verlos actuar en la citada fiesta, cuando en doble cordón aparecieron por Plaza Nueva, y sus métodos persuasivos me parecieron menos eficaces que descomunales. Si a esto se suma la pereza crónica del cupo que finge las bajas el total de la operación es más bien pésimo.
Si la contundencia policial excesiva es una manifestación de autoritarismo, el miedo y el rechazo del alcalde de Órgiva (Granada) a una concentración de hippies corresponde a un sarpullido de xenofobia. Llegaron los hippies en sus caravanas, desnudos y con su mugre mítica, plantaron sus caravanas, celebraron su fiesta y no pasó absolutamente nada, salvo la intervención inoportuna de la Guardia Civil que por poco causa una desgracia la antevíspera. Los agentes, con buen criterio, optaron por retirarse y dejar a la muchedumbre de vagabundos con sus mansos quehaceres, pero antes causaron un altercado y tuvieron que disparar al aire.
Pero quizá el signo de la semana que prueba la buena salud de los anacronismos en Granada fue la función de desagravio organizada por el arzobispo, Antonio Cañizares, contra la quema de una estampa de la Virgen en la ya famosa gala de clausura del Salón del Cómic preparada por Bajo Ulloa. El señor arzobispo está a salto de mata y, como vulgarmente se dice, es capaz de organizar una misa en el filo de un tejado. Resulta que la estampa quemada no era de la Virgen de las Angustias, sino de otra, innominada, pero los católicos insistieron en que era de la de las Angustias y a su basílica fueron. Qué Virgen fuera es una cuestión de politeísmo que no nos corresponde resolver y menos en Semana Santa, con Cielo y medio desfilando por las calles.
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