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La bofetada de un votante

El cineasta considera que la militancia contra la política de Berlusconi no significa que se deban silenciar las críticas contra el papel de la izquierda italiana.

Soy un moderado. En efecto, voté a los demócratas de la izquierda. Pero ser moderado no significa ser pasivo, resignado, habituado a las peores anomalías y anormalidades italianas. De mi intervención del sábado 2 de febrero en la plaza Navona, algunos han dicho: no era la forma adecuada, no era el lugar. Y respondo: Ma se non ora quando? (para retomar el título de Primo Levi), Si ahora no, ¿cuándo?

¿Qué podemos esperar?

No mitifico lo que se llama la 'sociedad civil'. Creo que la política debe ser hecha por políticos profesionales, que sepan, eso sí, escuchar a su electorado. No es que estemos molestos, nos encontramos a disgusto frente a la inadecuación de los dirigentes de El Olivo. La expresión es un poco brutal; pero nosotros, los electores, somos los que contratamos a los políticos. Si hasta ahora no han sido capaces de descubrir nuestro malestar, ahora deben saber escuchar cuando empezamos a hablar.

En el centro-izquierda necesitamos a alguien que pueda ganarse al electorado
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El presidente del Consejo, Silvio Berlusconi, ha sido procesado, y lo está siendo en la actualidad, por acusaciones muy graves. En el extranjero, bastaría con una centésima parte de los puntos de interrogación que pesan sobre su carrera como empresario para obligarle a dejar la política. La situación italiana es demente, anormal y, sin embargo, irreversible: hemos permitido a Berlusconi, caso único en el mundo democrático, tener tres cadenas de televisión nacionales; le hemos permitido, a pesar de una ley preexistente, ser elegido y después convertirse en presidente del Consejo (y dentro de unos años, quién sabe, también presidente de la República). Sin duda, existe una ley que hace imposible elegir a alguien que tenga concesiones públicas, algo que Sylos Labini nos recuerda desde hace años. Pero actualmente nos encontramos ante una nueva situación de hecho: han tenido lugar unas elecciones legales que ha ganado una persona que se sienta ilegalmente en el Parlamento. Hoy hay que hacer balance de una situación absurda en una democracia.

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Existe una relación especial (y nueva, con respecto a la Democracia Cristiana) entre Berlusconi y su electorado. Una relación de identificación entre personas que no tienen nada que ver entre ellas. Su electorado cree que los comunistas han gobernado durante 50 años porque Berlusconi lo ha dicho. Cree que la mayoría de las televisiones y de los periódicos están en manos de la izquierda, cree que Berlusconi está siendo perseguido por la judicatura, cree que un buen empresario puede ser un buen jefe de la empresa Italia (incluso si el crecimiento y la solidez de las empresas están minadas, según numerosas investigaciones, por innumerables y diversas irregularidades; pero esto no es una cuestión política). Diga lo que diga, haga lo que haga, que pudiese provocar una duda sobre su eficacia u honestidad, Berlusconi no pierde ni un voto. Berlusconi ha ganado totalmente a su electorado potencial (arrastrando incluso a los partidarios de la Alianza Nacional, que no tienen nada que ver con el partido-empresa de Berlusconi). En el centro-izquierda necesitamos a alguien que, con su autoridad, pueda ganarse totalmente al electorado de su coalición, que sepa hablar al alma, a la cabeza, al corazón de los votantes. Hay tantas personas que parecen estar esperando sólo una señal de firmeza tranquila, de decisión serena. Es necesario que vuelvan a sentirse representadas, cuando tenemos la impresión de que los dirigentes de El Olivo sólo esperan los errores de Berlusconi, sin preocuparse de actuar.

Paradójicamente, desde la victoria de Prodi y de El Olivo en 1996, fue el centro-izquierda el que dio la calificación política a Berlusconi. En esos años, era considerado como perdedor por su propia coalición (que, en efecto, se había puesto a buscar un nuevo líder). Después de 1996, ciertos dirigentes del centro-izquierda intentaron reescribir la Constitución con él, ofreciéndole el permiso de conducir un Estado. Yo, ahora, pienso que Berlusconi es todo lo contrario de un hombre de Estado: la democracia es algo que le es totalmente extraño, que no llega a comprender bien y, en cualquier caso, que no le hace perder el tiempo. Está haciendo leyes para su uso y su propio consumo -y, a este propósito, es desconcertante comprobar que no se eleva ninguna protesta entre los partidos que le apoyan-.

Otros errores fueron cometidos por el centro-izquierda en aquellos años: fracasó en la promulgación de una ley contra el monopolio, de la ley contra el conflicto de intereses. Creo que no fue por negligencia, sino por cálculo, y esto es todavía más grave. Pero el Gobierno de Prodi tenía una credibilidad y una autoridad inimaginables para un Gobierno italiano. El declive de El Olivo comenzó con la caída de su Gobierno provocada en el Parlamento por Refundación Comunista (otoño de 1998). Durante estos meses podíamos (y debíamos) haber recurrido a elecciones anticipadas. El Olivo no tuvo el valor, y un dirigente de izquierdas declaró públicamente: 'No podemos ir a las urnas, porque entregaríamos el país a la derecha'. ¿Qué concepción de la democracia puede tener una persona que dice algo así? Y, por no ir a las urnas, El Olivo permitió a Berlusconi repetir la misma melodía durante años: el Gobierno de D'Alema no es legítimo.

Durante las elecciones de mayo de 2001, Refundación Comunista parecía indiferente al resultado final, la victoria de Rutelli o de Berlusconi. Me temo que ese sentimiento del partido fue compartido por su electorado, interesado, ante todo, por conseguir el 4% de los comicios, que otorgaba una representación parlamentaria. Pero los políticos de El Olivo hubiesen debido apostar el todo por el todo, tenían el deber de implicar a este partido y a la lista Di Pietro en una coalición más amplia. Pero aparecieron como resignados a gestionar una derrota electoral que ellos mismos habían anunciado desde hace meses.

Durante esta campaña electoral, a pocas semanas de las elecciones, el hombre de Estado Berlusconi había declarado que El Olivo había ganado en 1996 gracias al fraude electoral (y, con ese motivo, un comunicado del presidente de la Répública hubiese sido necesario, no dirigido en un tono general para desenvenenar los espíritus, sino dirigido en particular a un político que minaba los fundamentos de la democracia).

Volviendo al principio, me dijeron: 'No era la forma adecuada, no era el lugar'. Pero en mi trabajo tampoco: nunca he tenido miedo de que mis críticas contra la izquierda puedan ser utilizadas por la derecha. Nunca he estado de acuerdo con la práctica estalinista de la doble verdad, que dice: 'Las críticas tienen que ser formuladas en privado, mientras que en público tenemos que aparecer monolíticos, todos de acuerdo'. En mi opinión, los trapos sucios tienen que ser lavados en público. Y, si juzgamos ciertas reacciones, parece que mi estallido no fue inútil.

Los dirigentes del centro-izquierda han recibido tantas (demasiadas) bofetadas de sus adversarios que seguramente será saludable una bofetada de un elector.

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