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Reportaje:NUESTRA ÉPOCA

Una nación en estado de negación

Necesitamos el nuevo Tribunal Internacional de la ONU y que EE UU se una a él y se someta a su jurisdicción

Timothy Garton Ash

Siempre que estoy en Belgrado, voy a ver a Dule. Dule es un ex comandante del Ejército yugoslavo: bajo, gordo y una espeluznante antología del resentimiento serbio. Le conocí cuando aún estaba fresco el recuerdo de la matanza de musulmanes bosnios en Srebrenica. Me dijo que en Srebrenica, 'los musulmanes mataron a musulmanes'. Según explicaba, las fuerzas serbias estaban echando a los musulmanes y a los musulmanes les entró el miedo, por lo que empezaron a matarse entre sí.

Mientras tanto, dijo, los serbios tenían definitivamente que permanecer fieles a Slobodan Milosevic. ¿Pero no acababa de falsificar el gran líder los resultados de las elecciones? Sí, pero no había sido Milosevic, 'sino la gente de su entorno'.

Mientras haya sólo dos tribunales internacionales, sobre la antigua Yugoslavia y Ruanda siempre quedará la sospecha de favoritismo
Según el presidente Kostunica, la historia se está escribiendo en La Haya, y los serbios deben intervenir para asegurarse de que se escribe correctamente
Serbia tiene una comisión de la verdad muy rara, compuesta por eruditos para que hagan una investigación histórica de la compleja división de la antigua Yugoslavia

Era fascinante ver cómo sus opiniones iban cambiando con el paso de los años, y con ellas, sus recuerdos personales. Tres días después de la caída de Milosevic, Dule era totalmente civil y proeuropeo, como un hombre que de repente se hubiera recuperado de la locura. Vaya, si Montenegro también quería abandonar Serbia, pues le parecía bien. Al fin y al cabo, me aseguró, 'Milosevic era montenegrino'. (Y después de 1945, los alemanes dijeron que Hitler era austriaco).

Hace 15 días volví a Belgrado. Todo aquél con quien me cité había estado viendo a Milosevic defenderse ante el tribunal en La Haya, midiéndose con la fiscal Carla del Ponte: el espectáculo de Slobo contra Carla, todo un culebrón. Dule, también. Estaba en cama con gripe por lo que no podía recibirme, pero me dio su opinión por teléfono. Me dijo que el juicio de Milosevic era una deshonra. Jamás se había hecho comparecer así a un jefe de Estado ante un tribunal. Milosevic estaba haciendo un trabajo magnífico: 'Está luchando, y yo le admiro'. Aunque, añadió, 'ya sabe que nosotros nunca apoyamos a Milosevic'. (Por supuesto, por supuesto, ¿pero podría recordarle lo que anoté el sábado 8 de marzo de 1997 en la página 5 del cuaderno que tengo abierto ante mí mientras escribo?).

Una vez más, Dule habla en nombre de gran parte de Serbia. En una encuesta reciente, el 42% de los entrevistados daban un cinco sobre cinco a Milosevic por su actuación en el Tribunal de La Haya. Más de dos tercios dijeron que el tribunal tenía un prejuicio contra Serbia, y más de la mitad no podía -o no quería- nombrar ni un solo lugar en el que los serbios hubieran cometido crímenes de guerra. Es una nación en estado de negación, atrapada en una narrativa de su propio victimismo.

El problema para los serbios cultos es que el juicio de Milosevic está reforzando actualmente esa negación y síndrome de victimismo, en lugar de sacarla a la luz. La gente como Dule, que culpa menos a Milosevic por emprender las guerras de la sucesión yugoslava que por perderlas, ahora le ve como un valiente que combate por Serbia contra un mundo empeñado en tomar represalias. Incluso hay cierto peligro de que se produzca una reacción violenta contra el Gobierno serbio reformista que le entregó a La Haya.

Enfrentarse al horror

¿Significa esto que el juicio es un error? Desde luego que no. Cabe la esperanza de que pudiera tener el efecto secundario beneficioso de forzar a los serbios a enfrentarse a las cosas tan tremendas que se hicieron en su nombre durante la última década. Pero ése no es el objetivo principal. Éste consiste en establecer una norma y un precedente internacionales, según los cuales los delitos de extrema gravedad y gran escala, conocidos como crímenes de guerra o crímenes contra la humanidad, siempre serán perseguidos en todas partes. No habrá ningún Führer o Duce, ningún Pinochet, Amín o Pol Pot que pueda volver a sentirse protegido del alcance del derecho internacional por las puertas palaciegas de la soberanía. Puede que se necesiten años, pero el mundo le perseguirá y le obligará a rendir cuentas.

Por esta razón, el tribunal tiene que ser imparcial y debe estar por encima de toda sospecha. Carla del Ponte ha investigado los actos cometidos por miembros del Ejército de Liberación de Kosovo, y se esperan algunos procesamientos. Los fiscales también han investigado los bombardeos de la OTAN contra civiles, pero su conclusión fue que no podían calificarse de crímenes de guerra. Sin embargo, mientras haya sólo dos tribunales internacionales, sobre la antigua Yugoslavia y Ruanda, siempre quedará la sospecha de favoritismo. Por eso necesitamos el nuevo Tribunal Penal Internacional de la ONU, y necesitamos que el país más poderoso del mundo, Estados Unidos, se una a él y se someta a su jurisdicción.

Incluso entonces, dudo que un juicio así tenga el efecto deseado en Serbia. Algunos dicen que, a la larga, las pruebas presentadas ante el tribunal acabarán filtrándose en la conciencia nacional. Como mínimo, habrá determinados hechos que serán más difíciles de negar. Y es verdad que los estudiantes de hoy siguen aprendiendo sobre los crímenes nazis por los archivos del tribunal de Núremberg. Pero también es verdad que el tribunal de Núremberg produjo en la Alemania de posguerra precisamente la clase de reacción defensiva que hoy vemos en Serbia. La 'justicia de los vencedores' no es la mejor forma de que un país derrotado afronte su responsabilidad histórica.

Entonces, ¿cuál es? Creo que la respuesta es una comisión de la verdad bien hecha. Es un modelo que se ha probado y verificado en países desde Chile hasta Suráfrica, en el que la gente afronta su propia responsabilidad en un examen de conciencia abierto. Serbia tiene ahora una comisión de la verdad, convocada por el nuevo presidente del país, Vojislav Kostunica, elegido democráticamente. Pero es una comisión de la verdad muy rara, compuesta principalmente por eruditos a los que se ha encomendado una investigación histórica de toda la compleja división de la antigua Yugoslavia.

Según me dijo Kostunica cuando hablamos durante mi reciente visita, la historia se está escribiendo en La Haya, y los serbios deben intervenir para asegurarse de que se escribe correctamente. Correctamente, para él, quiere decir con exactitud y -aquí está el quid de la cuestión- con un reparto equitativo de las culpas a otros, ya sean croatas, bosnios, estadounidenses o británicos, por su parte en la tragedia. Lo que él busca no es el teatro público de una comisión de la verdad al estilo surafricano, con dramáticos enfrentamientos entre víctimas y torturadores, llorosas confesiones de policías secretos, reconciliaciones exigidas e incluso puestas en escena por el arzobispo Tutu. No, dice Kostunica, 'no queremos culebrones'.

Esto me parece mal en dos sentidos. Primero, el punto de partida moral básico de los países que se enfrentan a un pasado difícil debería ser centrarse en lo que su propia gente ha hecho, no en lo que otros le hayan hecho a ellos. Cierto es que la cosa se complica por el hecho de que lo que antes era Yugoslavia ahora son muchos países distintos. Pero el principio se mantiene: los serbios deberían hacer frente a lo que los serbios han hecho a los demás (y a otros compatriotas serbios); los croatas, a lo que los croatas han hecho; los bosnios, a lo que los bosnios han hecho, y, sí, los británicos, a lo que nosotros hayamos hecho -o dejado de hacer- en la terrible última década de los Balcanes.

Barreras psicológicas

Pero, en segundo lugar, está mal porque sí que hace falta la emotividad del teatro público, incluso el culebrón, de una comisión de la verdad al estilo surafricano para atravesar las barreras psicológicas de la negación, inmensamente fuertes. Esas barreras son especialmente resistentes cuando las personas se sienten víctimas de la historia, y la mayoría de los serbios se sienten así. Porque, ¿cómo puede una víctima ser también el perpetrador?

Fue precisamente el culebrón estadounidense de la década de los setenta, Holocaust, lo que por fin consiguió que los alemanes de a pie se dieran cuenta, por medio de personificaciones y adaptaciones teatrales, del verdadero horror del Holocausto. Hoy, los serbios tienen un culebrón histórico en las pantallas de sus televisores: el espectáculo de Slobo y Carla desde La Haya. Necesitan otro con urgencia: un reality show de producción nacional. Hasta que no lo tengan, la gente como Dule no empezará a afrontar los hechos y a recordar.

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