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Reportaje:

Superpotencia en mariposas

En Madrid, con más lepidópteros que en toda Gran Bretaña, aletean sobre Peñalara los mismos que sobrevuelan a nivel del mar en Noruega

Pocas personas lo saben, pero la Comunidad de Madrid es una superpotencia mundial en mariposas. La coexistencia aquí de microclimas -nórdicos en el hayedo de Montejo, estepario en las llanuras yesíferas del sureste y africanos en el confín meridional de la región madrileña- ha creado refugios donde decenas de especies han logrado sobrevivir y desarrollarse. Sólo una finca de apenas unas hectáreas de superficie, El Regajal, en las proximidades de Aranjuez, alberga más especies de mariposas que todas las que hay en Gran Bretaña, con sus 244.103 kilómetros cuadrados de extensión. Por cierto, para proteger a los lepidópteros de esta finca ribereña, la autovía de Andalucía fue desviada 800 metros en 1989, ya que su inicial trazado cruzaba el interior del predio.

De las 380 especies de lepidópteros diurnos, ropalóceras, que viven en Europa, Madrid permite contemplar el aleteo zozobrante y manso de al menos 130 especies, animales definidos por el entomólogo francés Lebrun como flores que vuelan. Entre las especies nocturnas hay aquí más de 5.000. La vida de una mariposa, desde su fase larvaria a la de crisálida y adulta, puede durar entre apenas unas horas y nueve meses. En zonas serranas de Peñalara sobrevuelan a 2.000 metros mariposas de las mismas especies que en los fiordos noruegos revolotean al nivel del mar.

'Existe una correlación entre altitud y latitud', señala una de las personas que, en España, mejor conoce a estos lepidópteros: el profesor Carlos Gómez de Aiz-purúa. Él ha consagrado buena parte de sus 74 años al estudio y cuidado de lo que considera un don de la naturaleza. 'Es prodigioso comprobar la importancia de las mariposas en el mantenimiento de la biodiversidad', explica con entusiasmo este entomólogo español nacido en Burdeos (Francia). Allí creció en una finca donde, desde niño, respiró esa suerte de libertad, enriquecida por la responsabilidad, que la naturaleza impone a sus amantes más exigentes.

'Cuando vemos sobre las ramas más altas de un árbol un nido con pájaros', dice, 'y nos preguntamos cómo les llega hasta allá arriba el agua que necesitan para sobrevivir, no encontramos respuesta. Pues bien', explica, 'les llega mediante las orugas de las mariposas, auténticas bolas de agua, que las aves adultas trasladan en sus picos desde el suelo a los nidos para alimentar a sus crías'. Según el profesor Gómez de Aizpurúa, 'algunas larvas de mariposas son tan voraces que experimentan un crecimiento similar al de un niño que naciera con tres kilos y que, antes de la adolescencia, alcanzara un peso de hasta 27 toneladas'. Destaca otra sorprendente particularidad de los lepidópteros: 'En zonas pinariegas madrileñas hay al menos seis especies de micromariposas, de apenas un milímetro de espesor, que penetran por las agujas de los pinos, se instalan allí nueve meses y soportan temperaturas de hasta 20 grados bajo cero; pero, pese a todo ello, se desarrollan y acaban por perforar por completo las acículas, de las que se alimentan'. Estos ejemplares se ceban con los pinos de Cercedilla y San Lorenzo de El Escorial. Precisamente, sobre los pinares de las llanuras altas del contiguo Peguerinos fue descubierta, en 1848, una de las más bellas mariposas de cuantas existen en Europa: se trata de la Graellsia isabelae, de alas de color verde pálido o dorado, surcadas por venas de tonos corinto con ocelos multicolores. Lleva tal nombre por haber sido descubierta por el entomólogo Mariano de la Paz Graells, quien la dedicó a la reina Isabel II. A modo de broche, la reina lució una de estas bellísimas mariposas en un baile palaciego. Cuenta este lepidóptero con un monumento a ella dedicado, en bronce, sobre el lugar mismo en que fuera hallada y otro, en cerámica de Talavera, en la casa del entomólogo, junto al mercado escurialense.

Sensibles a las farolas

Algunas de las especies más bellas, en ocasiones también las más delicadas, se muestran en extremo sensibles a la atracción que sobre ellas ejercen focos y farolas de alumbrado público. Pero su máxima vulnerabilidad procede de las transformaciones inducidas por los seres humanos en torno a los biótopos sobre los cuales las mariposas viven. Un biótopo es una unidad ecológica que mantiene una correlación de condiciones biológicas, climáticas y ambientales en interacción, de tal manera trabadas que permiten el surgimiento y el despliegue de la biodiversidad de su flora y fauna.

El número de biótopos de la región es elevado, habida cuenta de la pluralidad de condiciones geográficas, meteorológicas y ambientales aquí existentes; su sesgo varía, incluso, si el biótopo se encuentra enclavado en una zona denominada de solana, aquella que recibe habitualmente la máxima proyección solar, o en un área de umbría, la que se ve privada de tal influencia.

Algunos biótopos pueden resultar muy dañados por construcciones, vías o tendidos de gran envergadura. El equilibrio interno de un biótopo es tan frágil que una alteración súbita del suelo, por ejemplo, como la que implican las obras de una carretera de ciertas dimensiones, puede dar al traste con todo un proceso secular de enriquecimiento de la biodiversidad manifiesto en una especie de la belleza, por ejemplo, de la citada Graellsia isabelae.

Por todo ello, 'ni una sola oruga debe ser pisoteada, por muy fea que sea', advierte el entomólogo Gómez de Aizpurúa: 'Miles de pájaros dependen de ellas para sobrevivir'.

Protección contra las amenazas

Los principales enemigos de los invertebrados en general y de las mariposas en particular son los incendios, los fertilizantes masivamente aplicados, algunas tareas agrícolas descontroladas, la deforestación irrefrenada, el empleo indiscriminado de herbicidas, las obras de gran envergadura y la superpoblación humana, como la que experimenta la Comunidad de Madrid, con sus evidentes tensiones expansivas sobre el medio natural. Por todo ello, una especie de lepidópteros, Parnassius apollo, se encuentra en peligro de extinción; seis más se muestran sensibles a la alteración de su hábitat; otras tres especies son vulnerables, y otras cuatro, entre las que se halla la descubierta por Mariano de la Paz Graells, ofrecen un interés especial por su singularidad científica. Estas catorce especies se encuentran protegidas por distintas legislaciones, tanto a escala internacional como por los convenios de Washington (1973) y de Berna (1979), ratificados por España en 1986, y por la ley de la Comunidad de Madrid, de 1991.

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