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Columna
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Safiya

Hace unas semanas lanzaba desde este espacio un grito de denuncia contra la cara y la joroba de ese tribunal islámico de Sokoto que pretende ejecutar a una campesina nigeriana de 35 años acusada de adulterio. Ya conocen la fórmula: se entierra a la mujer hasta la cintura para inmovilizarla, se cubre su cuerpo con una tela espesa que le impide ver a sus verdugos y se procede a la lapidación sin más. Ya ha ocurrido otras veces y hay incluso imágenes que dan testimonio de este macabro espectáculo. Sin embargo, lo de Safiya Hussaini ha tocado de lleno la sensibilidad de muchos y sólo falta un soplo del destino para que la ejecución no se realice. El despliegue mundial montado al respecto supera todas las previsiones. Las organizaciones pro derechos humanos han levantado oleadas de protesta contra la sentencia condenatoria. Se han realizado manifestaciones en todo el globo y no hay día que abra mi correo electrónico sin que me salten a los ojos mensajes de amigos y desconocidos pidiendo mi firma para sumarme a ese clamor colectivo que exige clemencia a las autoridades federales nigerianas. Como dice Carmen Rigalt, el nombre de Safiya 'ha recorrido todos los continentes y se ha colado hasta en las conciencias de aquellos que no tienen conciencia'. Pero lo que creo y considero un deber, puestos ya a aprovechar el tirón de tan asombrosa sensibilización, es ir más lejos con eso de la firma y pedir de una vez una moratoria total de las ejecuciones que día a día se celebran en el mundo. No siempre se ha podido escuchar en una cumbre de Los Quince como la celebrada recientemente en Barcelona una petición absolutoria a un gobierno como el Nigeriano. Pero hay que ir más lejos. Hay que coger por la entrepierna a esos 69 países que siguen aplicando la pena de muerte como escarnio y ejemplo. No se lava uno las manos ni se pasa una bayeta por la conciencia salvando a una sola Safiya del paredón. Hay que salvar a todas las Safiyas de la tierra y conseguir en un plazo muy corto que la inyección letal, la silla eléctrica, la horca, los fusilamientos o la pedrada vil no sean un modo de aplicar justicia. Cuando eso ocurra dejaré de sentir vergüenza de mí mismo y del género al que respondo.

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