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Reportaje:RAÍCES

Una constelación evidente y benéfica

Luis Cernuda encontró en su vida solitaria la fuerza para crecer como hombre y desarrollar su obra literaria

Luis Cernuda (Sevilla, 1902-México, 1963) antepuso siempre el ser al tener. Intratable, exquisito, solitario, malvado, digno, arisco, insobornable, aburrido, testarudo, soñador, susceptible, elegante, ensimismado... Al escritor sevillano se le han aplicado los adjetivos más opuestos porque la vida de un hombre siempre rompe las costuras que tratan de clasificarla. Cada hombre es un enigma. Con la urdimbre de una vida en apariencia anodina se puede escribir una gran novela. Y esto es todavía más acusado con la vida de un hombre tan especial como Cernuda.

La soledad es la clave de todo. Cernuda fue una de esas personas para las que la soledad es un reino propicio. 'Entre los otros y tú, entre el amor y tú, entre la vida y tú, está la soledad. Mas esa soledad, que de todo te separa, no te apena. ¿Por qué habría de apenarte? Cuenta hecha con todo, con la tierra, con la tradición, con los hombres, a ninguno debes tanto como a la soledad. Poco o mucho, lo que tú seas, a ella se lo debes', escribe Cernuda en Ocnos. Y añade: '(...) la constelación de la soledad, invisible para tantos, evidente y benéfica para algunos, entre los cuales has tenido la suerte de contarte'.

Hijo de un comandante, Cernuda se crió en un hogar donde reinaba la disciplina más agria. Los aires castrenses que respiraba su padre en el cuartel llenaban la casa de tristeza. El poema La familia da rienda suelta a sus evocaciones. '¿Recuerdas tú, recuerdas aún la escena / a que día tras día asististe paciente / en la niñez, remota como sueño al alba? / El silencio pesado, las cortinas caídas, / el círculo de luz sobre el mantel, solemne / como paño de altar, y alrededor sentado / aquel concilio familiar, que tantos ya cantaron, / bien que tú, de entraña dura, aún no lo has hecho. // Era la cabecera el padre adusto, / la madre caprichosa estaba en frente, / con la hermana mayor imposible y desdichada, / y la menor más dulce, quizá no más dichosa, / el hogar contigo mismo componiendo, / la casa familiar, el nido de los hombres, / inconsistente y rígido, tal vidrio / que todos quiebran, pero nadie dobla', escribe el poeta.

Un rato de olvido

A continuación, Cernuda confiesa que sus padres lo 'hicieron / en un rato de olvido indiferente, / repitiendo tan sólo un gesto transmitido / por otros y copiado sin una urgencia propia, / cuya intención y alcance no pensaban'. Sus padres le dieron la vida 'y con ella la muerte de dura compañera'. Pero hubo algo que no le dieron: '(...) y eso eres: / fuerza de soledad, en ti pensarte vivo, / ganando tu verdad con tus errores'.

Frente a una descripción demoledora de la institución familiar, Cernuda opone la soledad, ese territorio donde se mueve con su propio código, que tan poco tiene que ver con la moral dominante. Su homosexualidad encontró en Sevilla un ambiente hostil que le empujó aún más hacia la soledad. Sin embargo, con el tiempo, adoptó una actitud de sinceridad desafiante y llevó con orgullo su diferencia.

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Es más, Cernuda siempre despreció a los homosexuales que intentaban ocultar su condición. En Ocnos recuerda la impresión que le produjeron en la infancia 'unos seres misteriosos a quienes llamaban 'los maricas'. 'Iban vestidos con blanca chaqueta almidonada, ceñido pantalón negro de alpaca, zapatos rechinantes como el cantar de un grillo, y en la cabeza una gorrilla ladeada, que dejaba escapar algún rizo negro o rubio. Se contoneaban con gracia felina, ufanos de algo que sólo ellos conocían, pareciendo guardarlo secreto, aunque el placer que en ese secreto hallaban desbordaba a pesar de ellos sobre las gentes', señala Cernuda. Ser diferente, apunta el escritor, puede ser también motivo de orgullo. Y estos homosexuales de su infancia tenían 'dignidad de alto personaje en destierro' y miraban con 'desprecio' a los curiosos.

Luis Antonio de Villena hace en Biografía del fracaso un retrato ajustado del poeta. 'Casi todas las personas que conocieron a Luis Cernuda y que me hablaron de él -ante mi habitual requisitoria- solían coincidir en lo mismo: Luis era un carácter difícil, un hombre extraño, antipático, frecuentemente intratable. Alguien, incluso, llegó a apuntar que 'no era buena persona', escribe Villena. 'Pero siempre que yo oía sus rarezas y su intratabilidad, pensaba: este hombre debió sufrir mucho y sufrir de verdad', matiza Villena.

En la Universidad de Sevilla Cernuda conoció al poeta Pedro Salinas. Catedrático de Lengua y Literatura, Salinas ejerció de mentor ante aquel joven sensible. Le abrió caminos y le aconsejó determinadas lecturas. Cernuda se adentró en los clásicos, en la obra de Baudelaire, Rimbaud... Y descubrió a Gide, que le reconcilió con su homosexualidad.

En 1927, Cernuda publicó Perfil del aire. La crítica arremetió contra él y le acusó de plagiar a Jorge Guillén. El carácter huraño del poeta se agudizó ante los ataques. Pero quizás Cernuda tenía más razón de lo que muchos admiten. Su susceptibilidad estaba parcialmente justificada. Una carta de Pedro Salinas a Jorge Guillén, fechada a comienzos de 1927, muestra cómo a este último no le agradó demasiado que Cernuda publicara su libro. Salinas habla en la carta de 'la cuestión Cernuda'.

'Porque es imposible ya evitar la salida de Perfil del aire y eso a ti te contraría un poco, por lo que veo. Es imposible evitarlo por razones materiales, esto es que ya está entregado y anunciado y Cernuda con una ilusión obsesiva por verlo hecho, y por razones psicológicas, éstas son la reserva de Cernuda, su testarudez, lo difícil que sería cualquier insinuación dilatoria por mi parte. Y yo estoy verdaderamente desesperado porque me considero el culpable de todo. Si Cernuda hace versos es casi por mi influencia, si te leyó a ti y se entusiasmó con tu lenguaje fue por mí, y si ha publicado en alguna parte por mí ha sido también. Y yo, hacedor inconsciente, estaba formando una criatura poética a tu semejanza literaria, y que hoy te molestes con el anuncio de su libro', le escribe Salinas a Guillén.

'Ese librito'

'Comprenderás mi disgusto. Aunque por otra parte no tienes razón alguna para desear con fuerza que no salga ese librito. Tú sabes, y no soy yo quien te lo va a decir, la distancia que va en extensión e intensidad, de tu poesía a la de Cernuda. Y todo el mundo sabe quién eres tú, qué edad poética tienes, y cuál es tu familia lírica. Es decir, el librito de Cernuda es casi un éxito tuyo, una conquista antes de salir a la batalla', escribe Salinas a Guillén. La cita es larga, pero merece ser transcrita por su elocuencia. Guillén, como prometedor hombre de letras consciente del alto papel que debe ejercer en el mundillo poético, se enojó por el hecho de que el joven Cernuda osara publicar su poesía antes que él. Guillén publicó la primera edición de Cántico en 1928.

Debía de ser tan grande la irritación de Guillén por el atrevimiento de Cernuda que Salinas ironiza con la posibilidad de matarlo. 'Desde luego tu nombre irá en el libro: Cernuda piensa dedicarme a mí el librito, y la última poesía a ti. Ésa es su intención: yo he insistido un poco por que se cambiaran los términos para dar más importancia a tu nombre, pero no puede ser. No habrá, claro es, más dedicatorias en el libro. Eso ya es una señal de conocimiento y reconocimiento, prenda de aprendizaje en tu escuela, ¿no? Pero si tu contrariedad persiste, yo, culpable de todo, estoy dispuesto a matar a Cernuda y a comprar la edición íntegra de su obra póstuma para regalarla a una biblioteca pública y evitar así que se lea', escribe Salinas. Cuando Cernuda hablaba de incomprensión y hostilidad a su persona hay que reconocer que, como mínimo, tenía un poco de razón.

Una historia amorosa

Cernuda abandonó Sevilla en 1928 tras la muerte de su madre. Tras dar clases en Toulouse se afincó en Madrid. Allí vivió una de sus historias de amor más intensas. Serafín Ferro era un muchacho gallego tan guapo como pobre. Cernuda lo conoció a través de Federico García Lorca en 1931. El joven estaba hambriento y se acercó a Lorca en una taberna pidiéndole ayuda. Lorca le invitó a un pepito de ternera.

Ferro se ofreció al hombre de éxito que era Lorca y el poeta granadino lo rechazó. Lorca presentó al joven menesteroso a Vicente Aleixandre. A éste no le agradaban las relaciones sentimentales que tuvieran un componente venal. Finalmente, Lorca redactó un billetito de presentación para Cernuda. El poeta se enamoró de Ferro, que se fue a vivir con él. Con todo, al joven le gustaban las mujeres, lo que ocasionó crisis de celos. De la ruptura surgió el libro Donde habite el olvido (1934).

Según avanzaba el periodo de la II República Cernuda se introdujo en los círculos revolucionarios hasta decantarse en su apoyo. Salinas le describe así en una carta a Guillén fechada el 19 de marzo de 1936. 'Mucho me temo que Federico [García Lorca] en su carrera de noble emulación con Rafael [Alberti] caiga también en el garlito 'social'. Ya parece que ha escrito un drama comunistísimo para no dejarse pisar. Como detalle pintoresco te diré que en la manifestación de hace quince días se leía un gran letrero que rezaba así: 'Los escritores revolucionarios españoles'. Lo llevaban de un extremo Rafael Alberti, de otro Luis Cernuda y seguían Manolo Altolaguirre, sin duda en calidad de masa. A todos ellos les tiene trastornados lo que ellos denominan lo social', escribe Salinas.

En efecto, Cernuda colaboró en la revista Octubre, fundada por Alberti, y aportó poemas de corte político en una línea revolucionaria. Su apoyo a la II República en la guerra civil no tuvo fisuras. Incluso, ya en el exilio, confesó a varias personas que nunca volvería a una España gobernada por Franco. Cernuda llega a contraponer en un poema la España franquista con la de Benito Pérez Galdós. 'La real para ti no es esa España obscena y deprimente / en la que regentea hoy la canalla, / sino esta España viva y siempre noble / que Galdós en sus libros ha creado. / De aquélla nos consuela y cura ésta'.

Cernuda se dirigió al Reino Unido en febrero de 1938. El poeta impartió clases en Glasgow y Cambridge. Fue una etapa dura en su vida de la que surgió el poemario Las nubes (1940) y la espléndida prosa de Ocnos (1941). Cernuda regresa a Sevilla con su imaginación en Ocnos. Es un retorno a la infancia, al escenario mítico en que descubrió el mundo y su belleza. Como muestra de ese sentimiento ambivalente hacia su ciudad natal Cernuda nunca nombra a Sevilla en Ocnos.

'Y nunca echó de menos Sevilla (una ciudad que dijo aborrecer); echó de menos -otra cosa es- su juventud. Ese reino de la infancia que nos han enseñado a fabricar. Si Ocnos son bellísimas prosas líricas, que añoran un tiempo perdido -centrado en Sevilla- no hay que olvidar que ese libro se escribió en Glasgow, que era exactamente lo opuesto a su sueño edénico, y por un solitario desesperado', recuerda Villena en su libro.

En 1945, dejó Cambridge para vivir en Londres, donde residió dos años. Cernuda vivió allí una intensa relación con Felicidad Blanc, la esposa del poeta franquista Leopoldo Panero. Blanc evoca esta relación en su libro de memorias Espejo de sombras. Cernuda era el solitario de siempre. El pintor Gregorio Prieto, con el que compartía un estudio, le habló a Felicidad Blanc de la soledad de Cernuda. El pintor le contó que 'Luis, siempre en Navidad, dice estar invitado a alguna casa de amigos, y luego [Gregorio Prieto] descubre que no es verdad, que ha pasado esas fechas solo'.

Cernuda y Blanc entablaron una intensa relación. La mujer de Panero compartió con el poeta sevillano el recuerdo de su hermano muerto en la guerra civil. 'Le digo: 'Gracias por haberme escuchado: hacía tantos años que no hablaba de mí'. Nos miramos intensamente, juntamos nuestras manos como dos personas que ya desde [hacía] mucho tiempo sabíamos que nos encontraríamos', escribe Blanc.

'Salíamos siempre con el niño (Juan Luis, el hijo de Felicidad Blanc y Leopoldo Panero), y hablábamos durante horas enteras de tantas cosas como habíamos callado. Pero nunca de nuestro amor, como si la presencia de Juan Luis hiciera imposible hablar de ello', relata Blanc. El recuerdo de sus conversaciones y paseos con Cernuda llenará parte de la vida de esta mujer. Los vínculos sentimentales no saben de leyes ni de reglas. Hay tantas historias de amor como personas. La relación entre Cernuda y Blanc fue un episodio que añade complejidad y riqueza a la vida del poeta.

Llegada a EE UU

En 1947, Cernuda marchó a dar clases a Mount Holyoke (EE UU) y permaneció allí hasta 1952. En unas vacaciones de verano se enamoró en México de un muchacho. Fue otro de los episodios sentimentales de su vida de los que quedó constancia, en concreto en Poemas para un cuerpo (1956). 'Sin querer has deshecho / cuanto mi vida era, / menos el centro inmóvil / del existir: la hondura / fatal e insobornable. // Muchas veces temía / en mí y deseaba / el fin de esa apariencia / que da valor al hombre / para el hombre en el mundo. // Pero si deshiciste / todo lo en mí prestado, / me das así otra vida', escribe el poeta. Cernuda reconoce las dificultades de su amor: 'Morir parece fácil, / la vida es lo difícil: / ya no sé sino usarla / en ti, con este inútil / trabajo de quererte, / que tú no necesitas'.

Una carta de Guillén a Salinas fechada el 14 de julio de 1951 da cuenta de la mala relación de aquél y Cernuda. 'Principal fricción, por fortuna, sin importancia: el sujeto Cernuda. Le encontré en casa de Emilio Prados. Y me habló con tal saña de algunos amigos comunes que, sin responderle, di por terminada mi relación con él. Hubo claramente un rompimiento silencioso. Esta vez sentí una impresión que no era de antipatía. Cernuda -o 'Cernida', como dice Moreno Villa, don José- no me es antipático; me repugna', escribe Guillén a su amigo. La carta presenta a Cernuda con esos tintes negativos que se le suelen atribuir, pero tampoco hay que olvidar que no fue nunca santo de la devoción de Guillén.

Cernuda murió en México en 1963. Murió solo. Estaba en ese reino -la soledad- que siempre lo acogió en su esfuerzo por ser un hombre mejor. '-Yo, dijo finalmente Albanio, poseo el deseo de no tener propiedades. Las propiedades (...) no son nuestras, sino nosotros de ellas; ellas son las poseedoras y nosotros los poseídos (...) Estáis presos por vuestras propiedades y en vuestras propiedades, y ya no sois hombres, sino objetos', escribió Cernuda en Variaciones sobre tema mexicano.

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