Las ventajas del escándalo
El escándalo moral tiene un lado ciertamente ventajoso: nos permite establecer el grado a partir del cual creemos que acaba la normalidad y comienza el desenfreno. No todas las personas se escandalizan del mismo modo ni saben con exactitud dónde está situada su frontera del escándalo, que es una raya voluble que sube y baja según las épocas y las circunstancias. El escándalo sirve, en fin, para medir la calidad del pudor individual.
Hay, sin embargo, escándalos unánimes, como el organizado por el director de cine Juanma Bajo Ulloa con el peculiar espectáculo que preparó para cerrar la entrega de los premios del Salón del Cómic de Granada, que sirven para saber exactamente donde comienza lo intolerable para un grupo social en una época determinada. Gracias a Bajo Ulloa hemos descubierto dónde acaba la paciencia (moral, pero también estética) de una comunidad que aglutina a obispos, creyentes, escépticos de buen gusto, partidos de derecha y de izquierda, dibujantes de historietas e instituciones: en una sesión de sexo mecánico practicado sobre un escenario desangelado y repleto de figurantes disfrazados a la usanza árabe mientras entonaban a coro canciones de Operación Triunfo.
Estimo que un escándalo de vez en cuando es un buen ejercicio de reconocimiento moral. El cómic en Granada ha sido el género que periódicamente ha fomentado el asombro y ha obligado a corregir ciertas posiciones morales. Allá en los años ochenta, un dibujante colgó en una sala de exposición un monigote que representaba a un cura arremangándose la sotana y mostrando, en el lugar de los genitales, un crucifijo. Eran tiempos en los que se batallaba aún por la normalidad democrática; el susto no fue general e incluso las instituciones intervinieron en defensa del autor.
En 1997, una revista editada por ediciones Veleta, la misma que ha organizado el presente salón del Comic, recurría a una historieta sobre un 'certamen regional de violaciones' para irritar a la mayoría. Hubo condena política sin excepciones. Y, en fin, ahora los guionistas de una gala festival han recurrido a dos pornógrafos y a una confusa historia de talibanes y quema de estampas para avergonzar al público.
Llama la atención que los recursos para provocar hallan sido siempre de carácter sexual y, a medida que pasa el tiempo, con más carencias imaginativas, más directos y sin rodeos. Bajo Ulloa, a cambio de dos millones de pesetas, el coste de la producción, preparó un espectáculo que, a través de las fotografías, transmite la sensación de fría sordidez propia de las producciones eróticas de poca monta. Es como si, agotadas las vías del escándalo directo, se recurriera a la estética cutre como arma complementaria. Y ahí el director de cine ha acertado: ha provocado la angustia de los cándidos y la reprobación de quienes abominan del mal gusto.
Los escándalos periódicos son magníficos comprobantes del estado de tolerancia social, pero quienes los fomentan deberían respetar no ya las conciencias sino los gustos y, sobre todo, nunca despreciar la inteligencia para escocer nuestro candor como seguramente nos merecemos.
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