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Columna
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'Cismogénesis'

Gregory Bateson llamó cismogénesis a un ritual de Nueva Guinea que escindía a la comunidad nativa en dos mitades enfrentadas pero complementarias. Pues bien, cualquiera diría que la política española padece una epidemia de cismogénesis: el mal que hoy amenaza al socialismo vasco en vísperas de su inminente congreso, pero que también aqueja a las demás formaciones políticas. Sin salir de Euskadi, Aralar se ha escindido de Batasuna como antes EA lo hizo del PNV, y este mismo partido dominante padece la división entre sus alas etnicista y moderada, que ha perdido la cabeza de Guevara.

Y en el resto de España, lo mismo. El secretario general de CC OO acaba de abrir una crisis defenestrando a un tercio de su propia Ejecutiva. En IU, sólo la extrema necesidad ha evitado otro tanto, dada la dificultad de dividir la miseria. Y el PSOE también parece jugar a la sokamuturra, con la vieja guardia tirando de la cuerda para derribar a la flamante pero ya sectaria nomenklatura. Sólo se salva el PP, unido por la doble soldadura del caudillismo y la ocupación del poder. Pero su solidez amenaza quebrarse en cuanto se decida la cuestión sucesoria, a no ser que su caudillo sólo se retire para seguir mandando desde la sombra, como casi todo el mundo sospecha.

¿Qué factor provoca la cismogénesis del PSE? Según la propaganda del régimen, el agente del mal es el separatismo nacionalista. Y no cabe duda de que, en última instancia, el contagioso virus letal es ETA. Por eso debe reconocerse que la firmeza antiterrorista del Gobierno no sólo es legítima, sino además necesaria y eficaz. Pero esta causa última no lo justifica todo, y mucho menos el mobbing o acoso moral ejercido por el régimen de Aznar, que es la causa próxima de la cismogénesis socialista. La propaganda oficial insiste en inculpar tanto a los separatistas violentos como a los pacíficos y a cuantos dialoguen con éstos. Lo cual es falaz, pues igual que no se puede confundir a los islamistas o a los antiglobalizadores pacíficos con los violentos tampoco se puede confundir a los nacionalistas moderados o a los socialistas desleales con los genocidas.

Semejante insidia supone una caza de brujas como las de la Inquisición o el senador McCarthy. Algo tan ilegítimo como el eje del mal alegado como justificación por el unilateralismo de Bush: quien no está conmigo está contra mí. Y en esto mismo cae Aznar, al rechazar en la lucha antiterrorista toda posición que no sea la suya propia. Al PNV le culpa de seguir coaligado con Batasuna, al PSE de romper el pacto con el PP y al PSOE de ser desleal por tolerar el acercamiento del PSE al PNV. Éste es el eje del mal de la política española, en versión Moncloa: el que comunica imaginariamente al PSOE con ETA a través del PSE, el PNV y Batasuna. Y sobre este infundio macartista se ha montado toda una campaña de mobbing o acoso moral, que busca provocar la cismogénesis socialista.

Pero el cisma del PSE no está sólo causado por las insidias de Moncloa, pues subsiste además un grave dilema interior. ¿Qué sendero tomar: el que sigue la estrategia del Pacto Antiterrorista o el que se desvía por el atajo que abrió el giro de Ibarretxe? El Gobierno sostiene que este presunto giro es un espejismo: una trampa para pescar socialistas. Pero los indicios que lo avalan son considerables: ruptura con Batasuna, mejora de la coordinación entre los responsables de Interior de Madrid y Vitoria, firma del Concierto Económico, creación el 22 de febrero de una mesa de partidos, etcétera.

¿Merece crédito el giro de Ibarretxe o sólo ha girado hacia otra nueva ambigüedad? Si antes el PNV fluctuaba entre separatismo y estatutismo, hoy duda entre seguir atado a Batasuna o distanciarse de ella, como la mejor táctica para vaciarle sus votos. Pues bien, ante la duda, lo mejor para el PSE sería esperar y ver. En tiempo de tribulación, no hacer mudanza. Tanto más, cuanto el acercamiento del PSE al PNV puede frenar el vaciamiento de votos de Batasuna.

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