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Necrológica:OLIMPISMO | Desaparece un gran dirigente
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

El hombre que siempre quiso ser discreto

Alfredo Goyeneche siempre quiso ser discreto y se ha ido cuando aún humean las cenizas del escándalo Muehlegg y en vísperas de la polémica recta final de la lucha entre Madrid y Sevilla por la candidatura española a los Juegos Olímpicos de 2012. Era un hombre que amaba el deporte puro, a la antigua, el de los caballeros, y al que no le gustaba el actual, cada vez más lleno de intereses y mezquindades. Un aristócrata de los buenos que ha desaparecido como si no quisiera verlo, en esa especie de maldición que persigue a los presidentes del COE.

El marqués de Artasona y conde de Guaqui, doctor ingeniero del ICAI, hombre de empresa y con fortuna personal, era el raro prototipo del directivo sin afán de protagonismo. Si lo tomó fue por sus conocimientos y su calidad humana. Y por estar en los sitios oportunos en los momentos justos. No porque lo quisiera.

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Al revés que tantos dirigentes, su ascenso se debió a que únicamente él reunía las capacidades adecuadas. Y a él recurrían. Así llegó a ser el presidente de la Federación de Hípica, que atravesaba momentos difíciles, entre 1981 y 1986. Y así asumió la presidencia del COE, en 1998, cuando vivía muy a gusto como vicepresidente de Carlos Ferrer desde 1991. Era el único candidato a la sucesión y cualquiera, en su lugar, no lo habría dudado. Pero sólo la Casa Real, con la que mantenía estrechas relaciones, le acabó de convencer. Hasta tardó en ser miembro del COI, porque la muerte de Ferrer coincidió con los cambios tras el escándalo de corrupción y su sustitución en el máximo organismo olímpico sólo la pudo arreglar Juan Antonio Samaranch dos años después, el 13 de septiembre de 2000. Pero incluso en eso se había resignado.

El 'segundo' ideal

Tenía mucho entrenamiento porque era el segundo ideal. También lo había sido como jinete, largos años tras Enrique Martínez de Vallejo en las competiciones hípicas de los años 60, aunque también logró muchos triunfos y llegó a campeón nacional de saltos. Pero él lo asumió todo. Hasta su matrimonio roto, del que quedan dos hijas. Con discreción e ironía fina, la de los inteligentes.

Cuando alguien se muere surgen los halagos y el pesar, pero pocas veces son tan reales como en este caso. Porque Goyeneche estaba por encima de ambiciones y, desde su posición de privilegiado, no necesitaba del deporte para medrar. Sus errores sólo fueron leves. Precisamente, dejó los recientes Juegos de Salt Lake en los primeros días, cuando aún se podía sacar pecho con los éxitos de Mueh-legg, porque sus negocios particulares se lo requerían. Y así, gracias a su discreción, tuvo la suerte de no vivir la decepción en directo. El deporte sólo era su pasión.

El miércoles, tras una comida en el COE, lamentaba que Sevilla siguiera empeñada en pelear con Madrid. No le gustaban los problemas inflados, pero los afrontaba. Y, en realidad, sólo quería seguir yendo cada vez más a montar a caballo en su finca de Aranjuez.

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