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Columna
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Coherencia

Hay partidos que en sus instantes cumbres desafían y desacreditan lo ocurrido hasta ese momento, dejándolo en poco más de un hecho anecdótico. Pero otras veces, como ayer, confirman lo visto e intuido durante largos minutos.

Si el Estudiantes está en las semifinales no es por otra razón que su dominio debajo de los aros, sobre todo en el madridista, que es donde hace más daño. Cargando el rebote ofensivo como lo hicieron posibilitaron mitigar todos las lagunas que mostraron. Arrítmico, con algunos jugadores inexplicables como Paterson y una ausencia desoladora de contundencia exterior.

La verdad es que viendo el panorama, uno no puede dejar de pensar cómo sería este Estudiantes si los refuerzos extranjeros fuesen más refuerzo que lastre. Pero los dos Reyes y Jiménez les hicieron el enorme favor a sus compañeros de darles nuevas oportunidades. Como todo el equipo tuvo el tino de no perder balones -sólo ocho- todo lo contrario que la veintena del Real Madrid, acumularon suficientes méritos para quedarse en Vitoria para jugar contra el Barça.

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Mucho mérito

Salvo por el nombre y la historia, no debería sorprender este desenlace. Tampoco se podía esperar mucho más que el Real Madrid, un equipo disminuido por las lesiones hasta debajo de los límites competitivos exigidos para una ocasión así. Es lo que pasa cuando la fortaleza se convierte en el más preciado tesoro de demasiados jugadores de un conjunto. Cuando la pierde, limita su incidencia hasta los mínimos pues no puede echar mano de otras virtudes que nada tienen que ver con el músculo.

Al final, todo resultó coherente. Lo poco que ofrecieron los dos equipos y la forma en que tuvo que resolverse el encuentro. Sólamente faltaba que alguno de los dos conjuntos hiciese algo bien. Fueron el Estudiantes y su entusiasta rebote.

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