La mirada inocente

Comparten Elling e Italiano para principiantes, las dos últimas comedias nórdicas que han llegado hasta nosotros, un curioso elemento común: el hecho de hablar de personajes alejados por completo del espectador medio, hasta el punto de que, cuando echan a andar ambas películas, sentimos el frío aliento de la inquietud: qué nos importan esas vidas, qué diantres tienen que ver esas criaturas con nosotros. Es, en los dos casos, y por fortuna, un espejismo: poco a poco, mediante una sabia dosificación de la intriga y un portentoso diseño de personajes, las criaturas del filme noruego y las del danés se van haciendo cercanas, mérito de guiones escritos con primor, dosificados con destreza, tanto como para que lleguemos a sentir ternura por ese niño grande que es Elling, por ese salido que es Kjell Bjarne o por el grupo heterodoxo que protagoniza Italiano para principiantes.

No comparten, en cambio, ni la mirada ni, por consecuencia casi natural, tampoco la situación de la cámara o la manera que ésta tiene de moverse. Elling es un filme más ortodoxo, en el que la cámara se constituye en una suerte no de personaje solidario, como en el filme danés con certificado del movimiento Dogma rodado por Lone Scherfig, sino en una suerte de neutral, aparentemente inocente espejo: desde él vemos el discurrir de la vida de los dos personajes principales, que reclaman nuestra adhesión mediante estrategias diferentes.

Ante todo, desde lo surreal, casi exótico, de su comportamiento: un Peter Pan que ha vivido cuarenta años sin salir de su casa, un salido que, tras su paso por un psiquiátrico, intenta plasmar su sueño infantil -o no tanto- de hacer el amor cuantas más veces, mejor. Con estos personajes, una novela de partida y un portentoso uso de la elipsis, Petter Naess construye una historia tierna, recorrida por un humor de sonrisa nada fácil, pero de liberadora inocencia. Es como si el noruego nos recordara, al cabo de tantos años de narraciones posmodernas, que hay que volver a contar historias como si no todo estuviera ya dicho, como si fuese aún posible transmitir sentimientos complejos con sencillez, admirable lección de un desconocido que se mueve con soltura en los terrenos de la comedia con tintes de certera crítica social.

Sin hacer ruido

El resultado es una película espléndida, reposada y optimista; un filme que, sin hacer ruido, ha obtenido ya el premio del público del pasado Festival de San Sebastián y una insólita, por inesperada, no por inmerecida, candidatura al Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Y sin que sirva de precedente, conviene, por esta vez, darle la razón a los de la Academia de Hollywood: Elling es una segura recomendación para públicos inteligentes.