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Columna
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El PSOE, a obedecer

Algunos impacientes de diversa coloración política parecen haber empezado ya su particular cuenta atrás para defenestrar al líder de la oposición socialista. La actitud que han adoptado se trasluce en la manera insistente de preguntar hasta cuándo resistirá José Luis Rodríguez Zapatero el maltrato creciente que le propinan con ocasión o sin ella tanto el Gobierno de Aznar como el Partido aznarista. Recuerda nuestro Josep Pla (Madrid, el advenimiento de la República, páginas 88 y 89), al que ahora van a reeditar sus dietarios con todos los honores y presencias monclovitas, una frase de Estanislau Figueras, primer presidente de la Primera República, muy útil para dar idea exacta de las dificultades que atravesó aquel régimen. Pondera Pla hasta qué extremo debieron llegar esas dificultades para que Figueras, a pesar de su esmeradísima educación y de su extremada pulcritud, presidiendo un día un Consejo de Ministros, dijera en catalán aquello de 'Señores, no me puedo aguantar más. Les voy a ser franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!'. Luego, nuestro autor subraya con precisión cómo 'ese nosotros demuestra hasta qué punto era Figueras comprensivo y tolerante'.

Volviendo al caso que nos ocupa, el de José Luis Rodríguez Zapatero, también es en la manera que tienen los críticos aludidos en la primera línea de esta columna de referirse a él, de adjetivarle con perversa piedad, donde residen la demostración de que han dejado de tenerle ley, de respaldar su liderazgo y de que han entrado en el fatalismo de aceptarle, resignados y convencidos a la vez de que ahora sería una locura buscarle alternativas. Los más pesimistas proclaman desesperados que carácter es destino y echan a faltar en Rodríguez Zapatero ese instinto asesino imprescindible para el progreso de cualquier dirigente. Otros insisten en que la respuesta al buen porte y buenos modales exhibidos por el líder socialista rebota siempre en términos de acusaciones de descalificación, de insolvencia, de incoherencia, de incompetencia, de deslealtad, de inercias de corrupción, de servidumbres inesquivables a sus corruptos predecesores y de ahí para adelante. Llegados aquí, arrecia el síndrome tan bien descrito por Milan Kundera: 'La víctima busca incansable su culpa'. Cunde la angustia. En todos los reproches, desaires y desprecios lanzados por Aznar y las huestes del aznarismo se advierten enseguida atisbos de verdad y se pretende neutralizarlos avivando una inteligente autocrítica, mientras que ante los flancos atacables ofrecidos a su vez por el adversario del Partido Popular se prefiere el respeto en aras de apostar por las buenas relaciones deseadas.

Así que ni de frente ni de perfil, ni de pie ni sentado, ni cuando ofrecen pactos ni cuando los rehúsan, ni por suaves en Gescartera ni por críticos con los errores del servicio exterior, ni al condescender en el Pacto por la Justicia ni al argüir con criterio propio en el pacto local, pese a todos sus intentos, la actual dirigencia del PSOE ha sido incapaz de encontrar la postura que satisfaga a Aznar y al aznarismo. ¿Qué hará falta para dejar de ser réprobos y ser recibidos en La Moncloa después de pedirlo con paciencia todos los primeros viernes de mes, a la vuelta de Rabat o de confortar al último militante o concejal mutilado por la cloratita etarra? Muy sencillo, Zapatero, para merecer la aprobación de los peperos sólo hace falta obedecer. Porque la cuestión inaceptable, más allá del acierto o desacierto que supongan en uno u otro caso las iniciativas del PSOE, es que las proponga, en lugar de limitarse como sería su deber elemental a pedir instrucciones y a situarse donde se le diga o a esfumarse si eso resultara más conveniente para los designios del altísimo. Aclaremos con los esquemas de las familias numerosas de antes. Los niños al cuarto de jugar y ya verán los mayores si es conveniente y cuándo llamarles para que saluden un momento a las visitas, si se les solicita que hagan alguna gracia o que muestren alguna habilidad. Sólo así Zapatero y los suyos harían méritos para ser llamados a La Moncloa y para salir en la tele donde Pío Cabanillas les abriría la llave de paso. ¿Es que no se dan cuenta?

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