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OPINIÓN
Columna
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Con sarcasmo

Pese al ingenio de Klein, que saltaba desde un segundo piso a una lona y luego trucaba las fotos para que ésta desapareciese y crear la sensación de un salto al vacío; pese a la mordaz socarronería de Vito Aconcci, que se mordía todo el cuerpo a sí mismo, luego aplicaba tinta de imprenta a los mordiscos y estampaba las marcas por las paredes del pasillo de su casa; pese a la ingenua precocidad de Burden, que ya muy joven convenció a un amigo para que le disparase con un rifle del veintidós agobiado por la mortal pregunta: ¿Cómo puede saber uno lo que se siente cuando le disparan, si nunca le han disparado antes? Pese a los esfuerzos de muchos otros artistas, fallecidos o no, por rizar el rizo con horquillas de performance y happenings excesivos, tenemos que reconocer, Renato, que no nos enteramos de nada. No entendemos un pijo de arte, por decirlo de alguna manera.

Se podría tachar el conflicto entre el artista y el espectador de ser una relación sadomasoquista; a uno le gusta golpear y al otro ser golpeado, pero ese problema no es real, Renato, ya que ambas partes suspiran de satisfacción. La dicotomía arte independiente-arte comprometido, la discusión arte burgués-arte marxista no existe, es sólo un espejismo dialéctico, y siempre juzgaremos mejor tú y yo, Renato, el bacalao al pil pil que sirven en el restaurante del museo. Reconozcámoslo: somos auténticos paletos del arte a pesar del Guggenheim, pero nuestra cultura gastronómica es otra cosa. Creo que de hecho el Guggenheim lo pusieron para eso, para que la gente viniese a comer. De acuerdo, hemos renunciado a la chispa del logos cósmico, esa que hace distinguir entre una buena y una mala obra de arte, pero hemos abogado por el gusto personal: es arte lo que nos gusta y estamos de acuerdo en que nos gusta comer. ¿Puede el arte ser devorado?

Me agobian estas preguntas, Renato, no sabes cuánto, pero a veces me parece una exageración cuando clamas al cielo que han desaparecido las vanguardias. Recobrado tu sano juicio, espero que la pregunta: '¿Ha muerto el arte moderno?', que tanto te inquieta, sea sustituida por otra similar: '¿Ha muerto el arte mudéjar?', que sea más razonable, porque sabemos más de arte mudéjar que de arte moderno, mal que nos pese. No te dejes llevar por la desesperación Renato. Acuérdate de todas esas tardes que hemos pasado discutiendo asuntos similares al que ahora nos preocupa, asuntos profundos como una olla de alubias de Gernika con sacramentos, sin conseguir ponernos de acuerdo ni llegar a una conclusión compartida. La intelectualidad, es así, Renato. Siempre en movimiento real en torno a la buena mesa, pasando el pan y sirviendo el vino, que tantas excelentes obras de arte ha inspirado, a pesar de que los profanos no entendamos ni torta.

Eso sí, tenemos otras pequeñas frustraciones, como la de que los americanos sólo coman en hamburgueserías. La cosa es que ni siquiera sabemos si volverán los americanos después del 11-S. ¿Volverá alguien, teniendo en cuenta la situación del mundo en general, y de nuestro mundo en particular? Si el arte nos falla, Renato, sólo nos quedará una cosa, y ambos lo sabemos muy bien: la gastronomía. Atendiendo a esta alternativa real, podemos dar un nuevo uso a nuestros museos, y la verdad es que ya se está haciendo. La idea es clara: siempre podemos transformar nuestros museos en buenos restaurantes. Sólo hace falta reciclar a los guías en camareros. Y que la gente hable con la boca llena de Kandinsky, Mondrian, Beuys, Duchamp, y los grandes artistas contemporáneos, mientras puede observar en plena deglución las obras de dichos genios para solaz de su mente y su paladar. Eso sí, frente a un plato de cocina vasca, of course.

En la sala alargada del Guggenheim, sustituyendo a la serpiente de Serra, quedaría estupenda una barra de pinchos, por ejemplo. Y en el Museo de Bellas Artes, a pesar de su nuevo restaurante, se podría poner incluso una sidrería. Veo que se te hace la boca agua, Renato. Yo siempre he pensado que en los restaurantes de los museos uno se queda un poco frío, más bien congelado, como si formase parte de un cuadro. Pero si uno lo arregla un poco, con una cortinita estampada por allí y unas alfombritas por allá, creo que la cosa podría funcionar.

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