La vida
La bolsa o la vida. El último alto de bandidaje de ETA pudo causar una masacre. Eso es lo que les diferencia de los salteadores de caminos. Ven a lo grande. Y van. Aunque luego llamen avisando. Porque lo dejan todo en manos de un mecanismo que lo mismo falla por exceso que por defecto. La bolsa o la vida. Porque a nadie se le escapa el alcance simbólico del atentado. Destruir el corazón financiero del país. Una euskal herria socialista no necesita bolsas. ¿Se dan cuenta algunos de la calaña de los compañeros de viaje que pretenden? Ni bolsas ni vidas. Determinadas vidas. Y como si de una broma macabra se tratara el artefacto de la bolsa era una bolsa bomba. Así la denominó el anónimo comunicante que avisó del recado mortal. Sólo que más parece un acto de brujería: lo mismo se destruye con lo mismo. Una bolsa para la bolsa. ¿Serán herederos de aquella tan famosa como falsa brujería vasca? Es lo que tienen las tradiciones inventadas, se ponen al servicio de cualquiera. La bolsa o la vida, el bandidaje, en suma. Con la bolsa bomba querían destruir un símbolo. Ya lo medio consiguieron con los coches bomba colocados junto a El Corte Inglés y en Neguri, destruir un pedazo de ciudad. Kale bomba. En eso también el gesto resulta muy simbólico porque engarza con aquella tradición sabiniana del odio a la ciudad y la alabanza de aldea. O del caserío. El caserío como edén y la ciudad como sodoma. O Babilonia, el becerro de oro. Aunque hay partes del campo que también se pueden destruir porque están contaminadas por lo urbano. Como el bosque que pintó Ibarrola en Oma, pongamos por caso. Si es arte no es bosque, y el arte, lo sabe cualquiera, es cosa de la ciudad. En el campo hay a lo sumo artesanía, o sea arte popular, patrimonio, raíces, tradición. Sangre y suelo. Lo dijo incluso Paco Martínez Soria, aquel actor maño de la caspa hispana: la ciudad no es para mí. El asfalto sólo puede merecer kaña. Hachas contra los bosques que no son ancestrales y dinamita contra el asfalto. La bolsa o la vida. Y ahí está el quid de la cuestión. La bolsa bomba de la bolsa, ¿era el símbolo definitivo? Los bandidos de la bolsa o la vida podrían estar buscando no un punto final sino un punto y aparte. Está en el aire la bomba de Omagh. La traca penúltima. Una colección de muertos en el asfalto con el siguiente mensaje: podríamos hacerlo cuando quisiéramos. Matar a muchos, indiscriminadamente. Una masacre. Y no porque falle el temporizador sino porque así lo queremos. Nada de avisos para que desalojen la zona, sino la muerte en la calle, el horror en masa. La bolsa y la vida. Porque queremos despedirnos con un gesto que se os grabe bien en la memoria. Y, sin embargo, os ofrecemos una tregua. Sí, puede tener sentido. El palo y la zanahoria, la bolsa o la vida. Sobre todo porque están bajo mínimos. Podrían concentrar su capacidad destructiva en un acto especialmente genocida para luego mostrarse generosos y decretar una tregua que les sirva para coger oxígeno y seguir manteniendo la amenaza. Porque la tregua tiene sentido en tanto que se instituye como amenaza. La mera posibilidad de volver ya es una amenaza. Lo hemos aprendido de la otra. Una tregua ya no puede ser para la esperanza, sino para el temor. Porque existe la vuelta. como eventualidad y, a juzgar por lo que ocurrió con la precedente, como certeza. Pero no sería bueno poner una matanza de por medio. Ni tampoco un muerto más. Porque todos van pesando y han acabado por configurar una situación sin retorno. Y cuanto mayor sea el horror mayor será la firmeza. Se da la paradoja de que ETA va a tener que tomar una decisión con independencia de sus actos. La lógica del atentado no le sirve porque no influye en las decisiones que toman sus oponentes como no sea en la de hacerle desaparecer. Y no le sirve ni instrumental ni simbólicamente, porque la clave simbólica sólo está en su imaginario, no en el de los demás. Pero es que tampoco le sirve la tregua, en el sentido de que lo podrían interpretar como que están ofreciendo algo, puesto que la propia tregua se percibe como amenaza. Tregua y atentados no aparecen, pues, conectados ni lógica ni simbólicamente. ETA tendrá que elegir en el vacío. la bolsa o la vida y, a poco que tarde, ni siquiera podrá. El objetivo simbólico era destruir el corazón financiero del país. Una euskal herria socialista no necesita bolsas
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