Ni botellín
Un proyecto de ley aprobado ayer por el Gobierno de la Comunidad de Madrid establece prohibiciones y limitaciones muy severas en relación a la venta y consumo de alcohol por los jóvenes. Se trata de una norma dura: a la altura de la gravedad del problema.
La justificada alarma que suscita el consumo juvenil de estupefacientes contrasta con la tolerancia social hacia la bebida. Sus efectos son gravísimos. Una cuarta parte de las muertes de menores de 30 años está relacionada con el alcohol. Además, la polémica sobre el llamado botellón ha revelado la existencia de un problema de convivencia ciudadana. El proyecto del Gobierno regional madrileño recoge algunas medidas que ya están vigentes en otras comunidades, y se adelanta a concretar varias de las anunciadas recientemente por el ministro Rajoy en el ámbito nacional.
Así, prohíbe el consumo de bebidas alcohólicas en la calle, excepto en terrazas de verano y fiestas patronales, y, en general, pone obstáculos al libre acceso de los jóvenes a la bebida: prohibición de máquinas expendedoras, restricciones o cautelas adicionales para su venta en tiendas de autoservicio, gasolineras y establecimientos ambulantes, entre otros. En el marco de la ley, cada Ayuntamiento fijará la normativa aplicable a la amplia casuística que plantea un problema con tantas facetas y derivaciones. Las sanciones propuestas son muy severas para los que infrinjan la norma desde el lado de la venta, y pretenden ser pedagógicas para los jóvenes consumidores: limpieza de las calles, atención a ancianos y otras tareas comunitarias.
Esa misma casuística permite poner fáciles objeciones a tal o cual aspecto de la ley. Por ejemplo, llama la atención que se suba de 16 a 18 años la frontera para poder comprar tabaco. Tampoco es difícil poner pegas aduciendo que muchas de esas medidas ya existen y no se cumplen, o cuestionar la eficacia de ciertas prohibiciones fáciles de burlar (la compra de bebidas por personas de más edad que consumen todos). Sería deseable que durante el trámite parlamentario se maticen algunas restricciones que pueden resultar exageradas o en exceso indiscriminadas. Pero la norma va en la dirección adecuada: frente a la tendencia social a fomentar la temprana dependencia del alcohol, medidas que lo dificulten, iniciativas en favor de formas de ocio diferentes y sistema de sanciones con valor educativo. Decir que no resuelve el problema de fondo es una vaciedad: nadie puede hacerlo, pero sí poner los medios para aminorar sus efectos. De momento, se sabe que el simple aumento de la vigilancia policial en las zonas madrileñas de botellón ha reducido el número de jóvenes atendidos por intoxicación etílica.
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