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Tribuna:ARTE Y PARTE
Tribuna
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L. C. carnets españoles

Se acaban de publicar en facsímile los carnets de apuntes de Le Corbusier correspondientes a sus diversos viajes por España. Se añade a ellos un texto de Juan José Lahuerta -un historiador que sabe hacer interpretaciones críticas dentro del proceso de investigación erudita, como demostró ya en su libro Antoni Gaudí, de 1992-, un texto indispensable para interpretar los dibujos y los textos referido a la cultura arquitectónica de los años veinte y treinta, y al momento crítico de Le Corbusier, cuando los revolucionarios alemanes y rusos lo criticaban como formalista, cuando se iniciaban las desilusiones del concurso para el Palacio de la Sociedad de Naciones y cuando la idea de la máquina de emociones parece poner en crisis la machine à habiter.

Se han escrito ya ensayos sobre los viajes de Le Corbusier a España, especialmente a Barcelona, y en ellos se suele subrayar el reconocimiento de unos atisbos de modernidad o de creatividad específica por parte del maestro. Pero ese texto de Lahuerta permite interpretar las reacciones de Le Corbusier de manera menos trascendental y, hasta diría, más convencional. No hay que olvidar que para acudir a su primera conferencia en la Residencia de Estudiantes de Madrid en 1928 puso como condición asistir a una corrida de toros. Esa corrida y los tablados flamencos marcaron una manera de entender el país que no se apartaba mucho de los convencionalismos turísticos. Cuando en 1931 viajó con su Voisin por las carreteras españolas hasta Andalucía, poetizó, además, el paisaje y la gente de una España pobre y casta, lenta y atrasada, un país de buenos salvajes que se defendían moral y estéticamente contra el progreso y la civilización tecnológica.

La visión más pintoresca la descubre en el barrio chino de Barcelona. Hay abundantes retratos de actrices, cantantes y prostitutas de ese barrio nauseabundo que atraía las inspiraciones literarias de toda una generación de escritores franceses. Son dibujos a color de una exuberante calidad expresiva, un catálogo de cuerpos y bustos de mujeres exóticas, la antología de una entrañable decadencia.

El único signo moderno que le permite superar el cliché de la pobreza como calidad moral es la red de carreteras construida por Primo de Rivera, a la que dedica desmesurados elogios. Esas carreteras le permiten desplazarse sin demasiado heroísmo con su Voisin, pero además corresponden a su confusa ideología de resurrección de un humanismo que entiende siempre bajo una cierta autoridad. Con la mentalidad colonialista de aquellos años de feliz paternalismo en Argelia, lo adecuado era imponer un orden formal que no cambiara, no obstante, al buen salvaje. Como en los buenos momentos de la historia de España, que describe así: 'España = César, califas de Córdoba, Carlos V'. Y se asusta ante las primeras reformas republicanas. ('república, ¡atención! Será un atentado contra la misma vida si todo eso lleva a la desventura nórdica') que pueden modificar la estética de una sociedad felizmente atrasada. El arriesgado vanguardista que había propuesto derribar el centro de París para modernizarlo radicalmente podía justificar ahora el atraso y la pobreza del otro lado del Pirineo para dejar testimonio de un humanismo sólo funcionalmente regulado con las cómodas carreteras de Primo de Rivera. Con este mismo razonamiento se justificaron muchos desastres del colonialismo francés.

A diferencia de lo que a veces se dice, los comentarios sobre la arquitectura catalana debieron de ser un poco desdeñosos: recurría a cualquier anécdota populista para no tener que opinar, como sucedió con el incipiente Barri Gòtic. Los elogios a la pureza volumétrica del monasterio de Pedralbes y Santa Maria del Mar son amablemente superficiales. Los comentarios sobre Gaudí fueron revalorizados en un texto de 1957, pero tuvieron aquel mismo tono de perdonavidas colonialista. Quizá el único interés positivo lo aplicó a las habilidades técnicas y estéticas de la bóveda catalana: las referencias a Gaudí fueron dedicadas al uso de esas estructuras. F. Marzà y E. Roca ya estudiaron en la celebración del centenario de Le Corbusier la presencia de esas bóvedas en diversos episodios de su obra y hay que reconocer la eficacia de este impacto catalán.

Pero lo que interesó más a Le Corbusier fue la ciudad de Barcelona como tema de reforma urbanística. Hay un dibujo de los primeros viajes en el que se superponen los perfiles de la nueva ciudad con el retrato de una mujer del barrio chino. Este interés se concretó profesionalmente en el viaje de 1932 con motivo de la reunión del CIRPAC y se sustentó con su intervención en el Plan Macià. Aquí, la actitud de Le Corbusier, ante la posibilidad de intervención directa, cambia radicalmente. La modernización de la ciudad pasa ya por la anulación del humanismo pintoresco y la superación del colonialismo. Lo primero que propone es el derribo del barrio chino. Y luego, el radical cambio de escala y de funciones del Eixample.

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Un capítulo del texto de Lahuerta se dedica al análisis de la serie de pinturas, dibujos y grabados que culminan en La chute de Barcelone en recuerdo de la invasión del ejército franquista. El tema bipartito, tan habitual en la obra pictórica de Le Corbusier, se concreta en las dos mujeres contrapuestas -la íntegra y la desintegrada-, quizá una versión nostálgica de aquella mujer del barrio chino sobre la que se dibujaba el perfil de la nueva ciudad. Ahora es la imagen de su destrucción y, quizá, de su reconstrucción.

Oriol Bohigas es arquitecto.

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